Nuestro ser, dijo Heidegger, es un ser posible que aun cuando ya es algo, puede ser todavía algo más. La muerte se le presenta al “ser ahí” como la posibilidad última, lo que le impulsa a asumir su existencia inacabada como tarea propia al tomar conciencia de su finitud estructural.
El “ser ahí” no puede contentarse con llevar adelante una vida “impropia o inauténtica” porque amputaría las posibilidades de su analítica existenciaria. Por eso, la consciencia de su inacabamiento le posibilita convertirse en apertura y proyecto.
Tal vez esto fue lo que experimentó Élmer Mendoza cuando cumplió 18 años y empezó a vislumbrar lo que podría ser cuando tuviera 50. Los estudios de Ingeniería Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional no llenaban su corazón ni henchían sus horizontes, pero se encontró con una lectura que lo deslumbró, cautivó y marcó su camino: Pedro Páramo.
El remolino literario lo atrapó por completo, tenía que encontrar el hilo de Ariadna que lo condujera a la salida de su laberinto vocacional y existencial, reveló al presidir la charla “De la Col-Pop a Casa de América”, dentro de los festejos del 489 Aniversario de Culiacán, organizados por el Instituto Municipal de Cultura.
Utilizó la expresión “Col-Pop” para señalar que tuvo su origen en la colonia Popular de Culiacán, un conjunto habitacional modesto, en el que acrisoló sus grandiosos sueños que comenzaron a tomar forma al llegar a Casa América, de España, donde presentó su novela “El amante de Janes Joplin”.
La enseñanza de sus abuelos y la motivación de cuatro sacerdotes fue fundamental para emprender el vuelo y perseguir su ideal: Antonio García, Manuel Vega, Ernesto Álvarez y Benjamín Jiménez.
Hoy, el joven de la “Col-Pop” es presidente del “Col-Sin”: del Colegio de Sinaloa.
¿Persigo mis sueños?
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