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"Opinión"

"De flautas, chipilín, salud y justicia"

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    pabloayala2070@gmail.com

    En su libro “La idea de la Justicia”, Amartya Sen dibuja la complejidad que enfrenta cualquier sociedad cuando trata de configurar una idea perfecta, o al menos compartida, sobre lo justo, valiéndose del siguiente ejemplo: “hay que decidir cuál de tres niños -Anne, Bob y Carla- debe tener una flauta que se disputan. Anne reclama la flauta con el fundamento de que ella es la única de los tres que sabe tocarla (los otros dos no lo niegan) y de que sería muy injusto negar el instrumento al único que realmente puede tocarlo. [...] En un escenario alternativo, Bob toma la palabra y defiende su reclamación de la flauta con el argumento de que él es el único de los tres que es tan pobre que no tiene juguetes propios. La flauta le ofrecería algo con qué jugar (los otros dos admiten que son más ricos y están bien provistos de entretenimiento). [...]. En otro escenario alternativo, Carla habla y señala que ha estado trabajando con diligencia durante muchos meses para elaborar la flauta con sus propias manos (los otros dos lo confirman) y en el momento de terminar su labor, se ‘aparecieron estos usurpadores para arrebatarme la flauta’”. [...] Tras escuchar a los tres niños y sus diferentes líneas de argumentación, hay una decisión difícil que tomar. Los teóricos de diferentes persuasiones, como los utilitaristas, los igualitaristas económicos o los libertarios pragmáticos pueden opinar cada uno por separado que existe una solución justa inequívoca que salta a la vista y que no hay dificultad alguna en avistarla”.

    ¿Si usted fuera quien debe asignar la flauta a quién se la daría? ¿Qué criterio emplearía para tomar la decisión? Sin duda, esta no es fácil de tomar porque para cada caso existe una razón muy poderosa. Anne, desde su perspectiva utilitaria, considera que lo justo es que ella conserve la flauta, porque podría darle el uso que Bob o Carla no le darán. En cambio, Bob, desde una posición igualitaria, defiende que lo justo es que al ser el más pobre de los tres, sea el poseedor de la flauta para también poder acceder al derecho que Anne o Carla tienen de poseer algo, en este caso, la flauta. Desde una posición libertaria Carla exigiría quedarse con la flauta, porque ella empleó su ingenio, tiempo y esfuerzo para fabricarla, mientras que Bob y Anne lo utilizaron en otras cosas.

    Visto así, cada una de las posiciones (utilitarismo, igualitarismo o libertarianismo) tendría una buena razón, una justificación redonda y poderosa, dejando al descubierto la dificultad sobre qué-es-lo-justo.

    Ahora imagine la siguiente situación, en la que, al igual que en el caso de la flauta, usted deberá determinar quién de estas personas (bastante enfermas, por cierto) debe disfrutar de un servicio médico especializado: Juan dice, “mi seguro de gastos médicos cubre parcialmente esta enfermedad, por eso en este hospital público deben atender mi padecimiento”. Leonor alega: “no tengo empleo, ni recursos para atenderme en otro sitio, por eso acudí a este hospital público”. Luis, por su parte, señala: “el IMSS me ha descontado mucho dinero por un servicio que nunca he utilizado, por ello puedo hacer uso de un servicio que ya me he ganado”.

    Si pensamos desde criterios asociados a la justicia, ¿quién debería recibir el servicio? ¿El que puede hacer uso de este, quien no tiene recursos para acceder al servicio o el que pagó por él y desea utilizarlo?

    No es mi interés resolver esta controversia de justicia distributiva; en todo caso, lo que trato de mostrar es un esbozo de la dificultad que hay detrás de la pretensión de cualquier gobierno para garantizar a la ciudadanía el derecho a la salud, un derecho humano que, según el Artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, es de justicia se disfrute de manera universal.

    Y aunque la pretensión es clara, su puesta en marcha no lo es tanto. En una sociedad plural y diversa, como la nuestra, resulta prácticamente imposible diseñar servicios públicos a partir de una idea de justicia en la que todos estemos completamente de acuerdo. Por ello, como bien apunta Amartya Sen, “lo que nos mueve con razón suficiente, no es la percepción de que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno que quisiéramos suprimir”. En este sentido, de lo que se trata, como sugiere Sen, es de enfocarnos en identificar los espacios donde la injusticia es reparable y no perder el tiempo en tratar de consensar una idea única sobre lo justo. ¿Cabe pensar que las calamidades que enfrenta el sistema de salud pública en México son reparables?

    En principio sí, siempre y cuando se establezcan los mecanismos adecuados vía diseño institucional. Vale la pena resaltar la ruta del diseño de las políticas públicas, los sistemas de financiamiento y el largo etcétera que requiere un sistema de salud público en mayúsculas, digno y sostenible de aquí hasta los próximos 40 años. Me explico.

    El pasado miércoles, el Presidente invitó a cenar a un grupo de 75 empresarios para, básicamente, solicitar su apoyo en la venta de boletos de la rifa del avión presidencial, mediante una carta que decía lo siguiente: “Por medio de la presente manifiesto mi compromiso para participar de manera voluntaria en la compra de billetes de la Lotería Nacional, con motivo del sorteo conmemorativo que la misma llevará a cabo en relación con el Avión Presidencial, en beneficio de la asistencia pública, hospitales y adquisición de equipo médico equivalente a un monto de: 20 millones, 50 millones, 100 millones y 200 millones. El pago de la cantidad indicada para la compra de billetes de la Lotería Nacional del sorteo señalado, se efectuará en la cuenta número...”.

    Después de seleccionar el monto a “donar”, los empresarios depositaron la carta-formato en una tómbola. No todos la firmaron, ni se comprometieron en ese momento a realizar la donación. Simplemente acudieron, cenaron, escucharon la “invitación” y se fueron a su casa a digerir la propuesta junto con los tamales de chipilín y el chocolatito que su anfitrión les convidó. Su negativa, me parece, resulta comprensible, ya que la dichosa cena resulta ser una muy mala señal, un signo inequívoco de que esta parte de la política social de la 4T está desencaminada.

    Si el Presidente, conocedor, como él se asume, “de los sentimientos de generosidad del pueblo”, recurre a la caridad empresarial para equipar y mantener en funcionamiento los hospitales públicos en México, además de valerse del chantaje y abrir la puerta a la opacidad, vuelve evidente que no tiene una idea ni proyecto claro sobre cómo resolver el grave problema del acceso a la salud en México.

    En lo personal no me preocupa que Carlos Slim, Emilio Azcárrega, Olegario Vázquez, Bosco de la Vega o Carlos Bremer suelten 20, 50 o 200 millones de pesos (es como quitarle un pelo a un gato) sin poder deducirlos de sus impuestos. Lo que me preocupa, y mucho, es que tenemos otros problemas tan grandes y graves como el de la salud, donde la 4T no ha mostrado una estrategia clara y articulada para resolverlos de manera definitiva.

    Las rifas, los cheques entregados del dinero recuperado por la Fiscalía, los llamados a la caridad, los fuchis y cacas, a estas alturas, suenan a ignorancia, improvisación, autoritarismo, a burla, a pitos y flautas, a cualquier cosa, menos a una estrategia articulada para acceder a un derecho que todo gobierno debe garantizar a sus ciudadanos, como sucede con todo aquello que tiene que ver con la justicia.