El acontecimiento del domingo 19 de mayo fue sin duda la concentración de la marea rosa en el Zócalo y otras 60 ciudades. La asistencia -libre de acarreados- ha sido la más impresionante hasta el momento. El entusiasmo también. El discurso de la candidata de la Oposición acogió a todas y todas. Fue incluyente de todos los sectores y abordó el penoso estado en que se encuentra la mayoría de los problemas que enfrenta México.
Xóchitl Gálvez se adueñó del escenario y nos dijo a los y las mexicanas qué quería, qué representaba y hacia dónde quiere llevar al País.
Acertó por partida doble. Nos hizo un recuento preciso del desastre del actual gobierno en materia de inseguridad, salud, educación, pobreza, abandono de múltiples sectores de la población, corrupción, impunidad, medio ambiente... No dejó espacio para la duda: México ha retrocedido en prácticamente todos los campos.
Con el hilo conductor de vida, verdad y libertad capturó la esencia de lo que hemos perdido los ciudadanos. Vida, entendida como la posibilidad de no ser asesinados, de no ser desaparecidos, de no vivir a expensas del crimen organizado o, de no ser abandonados por un gobierno que abraza a los criminales y culpa a las víctimas. Verdad, entendida como el derecho a no ser engañados todos los días desde el púlpito presidencial y de no tener derecho de réplica desde ese lugar privilegiado. Libertad entendida como dice la Constitución, es decir, bajo el manto de instituciones democráticas que responden a los ciudadanos y con la posibilidad de defenderse de decisiones autoritarias, discrecionales e ilegales.
En sus palabras. Tenemos que luchar para traer la vida, a dónde hoy se pasea la muerte. Tenemos que luchar para traer la verdad, a donde hoy reina la mentira. Tenemos que luchar para defender la libertad, ahí donde hoy gobierna el miedo.
Xóchitl remató con una gran verdad, “la esperanza ha cambiado de manos”.
Puede ser que el tercer y último debate haya decepcionado porque no hubo “sangre, sudor y lágrimas” pero nos hizo otros servicios.
Xóchitl lo aprovechó bien para enfatizar uno de sus tres lemas de campaña: “luchar para traer la verdad a donde reina la mentira”. Desautorizó con datos duros a la candidata oficial por los resultados de su gestión en la CDMX y, sobre todo, por los del gobierno de López Obrador. Dejó en claro que, como el Presidente, la candidata miente como respira. El resto lo había dicho por la mañana, incluyendo que está por la reconciliación de un país que López Obrador se empeñó en dividir.
Las mentiras de la candidata oficial preocupan no sólo porque no se vale mentir de manera descarada sino porque si está convencida como lo está de que todo va muy requetebién, no hay por qué cambiar las políticas de seguridad, de salud, de educación, de ciencia y tecnología, de procuración de justicia, de combate a la pobreza y así... Para resolver los problemas de México lo primero es reconocerlos y ella no lo hace. Se lo tienen prohibido.
Ante la ausencia de resultados, a la candidata oficial no le quedó más que recurrir a lo que ha recurrido el Presidente durante todo el sexenio: culpar al pasado. Francamente un debate no es para hablar de lo que hicieron Fox, Calderón o Peña. O los lamentables sucesos de 1968. Es para hablar de lo que pasa hoy y de lo que queremos para mañana y eso quedó muy claro.
Se dice que el debate no cambiará las cosas. Pienso diferente. El gran mérito del debate fue pintar de cuerpo entero a las dos contendientes y dejar en claro la disyuntiva para el próximo 2 de junio. Votar por un proyecto autoritario y de leales como ha sido el instaurado por López Obrador, o votar por la recuperación y evolución de un proyecto democrático en el que todos tenemos un lugar para la participación. “Un liderazgo que sí respeta y respetará la constitución y la ley, porque para mí, la ley SÍ es la ley”.
Aterra pensar que la candidata oficialista quiera regresar a un país sin pluralidad en el Congreso, con un Poder Judicial partidizado y una Suprema Corte debilitada porque ella juzga que “se ha extralimitado” y es necesario ponerla en su lugar. A un país en donde no se necesite el diálogo, ni la negociación, ni la apertura de espacios de interlocución ni, mucho menos, los contrapesos al Ejecutivo. Una vuelta previa a 1962 -hace 63 años- cuando ni diputados de partido había y el partido oficial ganaba todos los distritos.
Preocupa también que Claudia piense que la elección es “un mero trámite” pero, a la vez, que la Oposición es experta en fraudes electorales. ¿Tendrá Claudia algún temor?
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