De Calderón a López Obrador, el péndulo que entregó a Sheinbaum la barbarie

    En el sexenio de Calderón se dijo que se hacía la guerra contra la delincuencia organizada, mientras que en el de López Obrador se dijo justo lo contrario. Un movimiento pendular que nos dejó en la barbarie.

    Felipe Calderón dijo ir a la guerra, avisó que “hasta con una piedra” lucharía contra la delincuencia organizada y llevó a lo más que pudo la intervención por la vía de la fuerza del Estado, mientras Andrés Manuel López Obrador dijo que la solución no estaba en esta y que la ruta adecuada era transformar las causas, desactivando en grado desconocido el uso de la fuerza pública. Ahora Claudia Sheinbaum encuentra nada menos que la barbarie, estacionado México en una epidemia de homicidios que incluye masacres cotidianas a las que se agrega la masificación de las desapariciones.

    Por si fuera poco, el Inegi acaba de informar que la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana mostró el más importante incremento en la percepción de inseguridad desde que inició su aplicación desde el tercer trimestre de 2013.

    La Presidenta Sheinbaum encontró quizá el peor saldo imaginable, luego de que a la sociedad se le ha prometido todo sólo para fallar sistemáticamente. Calderón prometió que recuperaría la seguridad lanzando el mayor despliegue de fuerza que pudo, para luego entregar al País con tres veces más homicidios intencionales. En movimiento pendular, López Obrador prometió recuperar la paz con un enfoque social hacia las causas de las violencias y la delincuencia, agregando el mayor despliegue militar para la seguridad pública, pero relativamente inhabilitado para intervenir.

    No tenemos suficiente evidencia de las órdenes presidenciales y jamás ha sido posible hacer mediciones independientes sistemáticas sobre el uso de la fuerza, pero tenemos perfectamente claro su discurso: en el sexenio del panista se dijo que se hacía la guerra contra la delincuencia organizada, mientras que en el del morenista se dijo justo lo contrario. Un movimiento pendular que nos dejó en la barbarie, con masacres cotidianas, desapariciones diarias por decenas y un proceso expansivo de instituciones públicas y territorios cooptados por intereses criminales, correlato de la masiva renuncia de operadores del Estado a cumplir con su mandato más básico: construir comunidades seguras.

    Las lealtades políticas operan para nublar el análisis de lo que realmente ha pasado. Del color que sea su sometiiento o preferencia, defienden lo hecho por un Presidente o el otro sin jamás haberse siquiera preguntado si ellos sabían lo que hacían, mirado desde el enfoque de los métodos probados por las políticas públicas de seguridad ancladas a la comprobación a través de la investigación científica.

    Las grandes audiencias y los aparatos clientelares están desconectados de este enfoque; ¿por qué? Porque la política ha controlado el relato de la seguridad en paralelo a la evaluación para lograr dos efectos interdependientes: evadir la rendición de cuentas y de esa manera poder manipular las decisiones por intereses políticos, político-electorales y criminales.

    Cuando un Gobernador o Gobernadora dice cualquier ocurrencia luego de la masacre del día, estamos ante la representación extrema del divorcio entre la política pública de seguridad y las buenas prácticas reconocidas en el mundo con base en la evidencia. No le ha llegado su tiempo a la comprobación de la seguridad en la inmensa mayoría del País. Algo así como si el sector salud entregara medicinas que no han sido aprobadas por la ciencia, sin cuestionamiento alguno.

    Los métodos permiten ponderar las acciones. Calderón contestó aquello de la piedra cuando le dijimos que debía ponderar su estrategia en función de las capacidades institucionales, las buenas prácticas y la rendición de cuentas. Se negó. López Obrador se refugió en el discurso de las causas sociales y militarizó la seguridad sin ofrecer métodos ni evaluación de impacto.

    Y si levantamos la mirada, esto es parte de una metástasis regional: América Latina evalúa poco o nada sus políticas de prevención y reducción de homicidios, a pesar de ser la región con las tasas de letalidad por homicidio más altas del mundo.

    La peor decisión de Sheinbaum sería refugiarse en los indicadores convencionales, en especial en los llamados índices de delitos que cada vez enseñan menos y esconden más los fenómenos de violencias y delincuencia. “Afuera de los indicadores está la realidad”, me dijo una víctima que sobrevive en uno de los municipios más violentos del norte de México, abiertamente controlado por los grupos delictivos armados. “Sólo me queda pedirle ayuda a uno de los líderes criminales y si lo hago el otro va a atacarnos”, me dijo un sacerdote del otro lado del País, al sur. “Lo que hace imposible la inversión es la inseguridad que está por todos lados”, me dijeron apenas varios empresarios, también del sur.

    Creo que ella lo sabe bien, lo que no sé es si está en su proyecto girar el timón hacia el anclaje de las políticas de seguridad a la comprobación, superando los límites de todos sus antecesores; más aún, tampoco sé si puede, aun queriéndolo hacer, porque supone arrancarle el control de instituciones y territorios al poder criminal armado, cuya frontera con el Estado se diluye cada día.

    Para decirlo más claramente, podríamos haber dejado atrás los tiempos en que la Presidencia tenía la capacidad para hacer valer la autoridad del Estado sobre los grupos delictivos armados, al menos en porciones importantes del país.

    Termino enfatizando el factor externo que podría pesar más y más sobre las decisiones de la Presidenta, de una manera que no hemos entendido y con consecuencias de pronóstico reservado, me refiero al gobierno de Donald Trump. Ampliaré sobre esto en siguiente columna.

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    Animal Político @Pajaropolitico