De Beijing a Trump: ¿cómo defendemos la agenda por la igualdad en tiempos de retroceso?
A 30 años de la Plataforma de Acción de Beijing -el compromiso global más ambicioso y profundo a favor de los derechos de las mujeres- el mundo enfrenta un reto sin precedentes: el regreso de Donald Trump al poder en Estados Unidos. No se trata sólo de un giro político en la realidad estadounidense, se trata de una amenaza estructural a la igualdad de género y a los derechos humanos a escala global. Su llegada al poder está impactando al mundo de manera multidimensional y una de esas dimensiones son los derechos de las mujeres.
El impacto de su primer mandato fue devastador para las mujeres y niñas de todo el mundo: se restableció y expandió la Global Gag Rule, recortando el financiamiento a organizaciones que brindan servicios de salud sexual y reproductiva; se retiraron fondos al Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA); se desmanteló el liderazgo feminista en la política exterior estadounidense y se eliminaron políticas de transparencia salarial, prevención de violencia de género y representación igualitaria en el gobierno.
Aquello fue el inicio de un retroceso que sentó las bases para lo que hoy vivimos: un ataque coordinado, más agresivo y profundo, contra los derechos de las mujeres y la diversidad.
El 20 de enero de 2025, en su primer día de gobierno, Trump firmó dos órdenes ejecutivas que marcan la ruta de este nuevo retroceso:
1. Defending Women From Gender Ideology Extremism and Restoring Biological Truth to the Federal Government. Esta orden elimina el reconocimiento legal de las identidades trans y no binarias, impone una visión binaria del género basada en el sexo asignado al nacer y manda a todas las agencias federales a ajustar su normativa bajo ese criterio.
2. Ending Radical and Wasteful Government DEI Programs and Preferencing. Con esta, se eliminan todas las políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) en el Gobierno Federal, se prohíbe su aplicación en universidades, agencias y contratos públicos, y se amenaza a empresas que las mantengan.
Las implicaciones de estas órdenes ejecutivas trascienden las fronteras del país. Grandes corporaciones -Meta, Ford, Lowe, Walmart- ya comenzaron a desmantelar sus áreas de DEI, alineándose con esta agenda. Y al hacerlo, la gran pregunta es: ¿cómo afectarán a los países en los que operan? Así, la política interna estadounidense se extiende a otros países impactándoles de manera directa.
Todo esto ocurre mientras en otras regiones del mundo las mujeres enfrentan amenazas y violencia cotidiana: son excluidas de la vida pública en Afganistán e Irán, son blanco de violencia sexual como arma de guerra en Gaza y Ucrania, y viven bajo gobiernos autoritarios que borran sus derechos con total impunidad en países de América Latina y Africa. La violencia doméstica no ha disminuido en ningún país del mundo y los presupuestos para la igualdad de género están en caída libre.
El mundo calla. Las instituciones se repliegan. Y los liderazgos autoritarios se fortalecen entre sí.
Frente a este panorama, las preguntas son inevitables: ¿Nos cruzamos de brazos? ¿Vamos a observar cómo se destruye lo que tantas mujeres hemos construido a lo largo del último siglo?
Si algo hemos aprendido las mujeres a lo largo de la historia -y de nuestras historias- es que lo privado también es político. Que las violencias que se viven en casa, en el trabajo, en el espacio digital y en los cuerpos, están conectadas con estructuras de poder profundamente patriarcales, desiguales e inequitativas. Para transformar eso, no basta con tener cuerpo de mujer: hace falta conciencia de género.
La propuesta no es sólo la búsqueda espacios; la invitación es a ocuparlos con compromiso, con sororidad, con claridad política y con memoria feminista.
Desde ahí podemos construir una propuesta, un mapa, una guía, una posibilidad de siete letras: RESISTE.
- Resiliencia, para sostenernos ante la adversidad y el desgaste.
- Escucha empática, para construir alianzas reales y comprendernos.
- Sororidad, porque no hay avance posible si no es entre todas.
- Impulso colectivo, para movilizarnos sin esperar que nos den permiso.
- Solidaridad, tejiendo redes feministas e igualitarias más allá de las fronteras.
- Trabajo político, articulado, visible y firme.
- Empoderamiento, desde lo cotidiano y privado hasta lo público e institucional.
Beijing no fue anecdótico. Fue el resultado de décadas de lucha global, estratégica y articulada de millones de mujeres. Fue el espacio y el momento en que juntas, provenientes de distintas latitudes se reconocieron y reconocieron la fuerza que compartían entre todas.
El retroceso que enfrentamos hoy no es menor, pero tampoco es definitivo. Si algo hemos aprendido es que, cuando las mujeres se organizan, el mundo cambia.
Una vez más, romperemos la cultura del silencio y seguiremos avanzando.