Los seres humanos necesitamos muy poco para ser felices y sentirnos bien. Sin embargo, gustamos de complicarnos la vida al cifrar nuestro bienestar en apetencias y cosas absurdas que distorsionan nuestra escala de valores, erosionando, desajustando y desequilibrando nuestra personalidad.
Si vivimos angustiados, iracundos, estresados e insatisfechos es porque perseguimos un cúmulo de necesidades no necesarias. Esta sociedad de consumo se encarga de poner sobre nuestra espalda emocional una pesada carga de necesidades ficticias que nunca podemos lograr totalmente, lo que origina una fuerte dosis de pesimismo, cansancio, depresión y desesperación.
Ansiamos ser libres, pero doblegamos nuestra voluntad ante las deslumbrantes quimeras que enarbola el mercado. Repudiamos la esclavitud, pero inclinamos nuestra cerviz y nos colocamos los ominosos grilletes del mercado y del consumismo. Buscamos lo último de la moda, las mejores marcas y las más suculentas viandas.
“Después de todos los viajes que he hecho, de todas las especies que he estudiado, he llegado a la conclusión de que el destino del ser humano es ser muy feliz porque todos los animales, en libertad, lo son. Es obvio que el que reina en la pirámide también”, expresó de manera muy optimista Charles Darwin.
No obstante, él mismo constató que su comentario había sido crédulo y exagerado, porque el ser humano seguía siendo infeliz y desventurado. “¿Y por qué no somos felices”, se preguntó, “Porque vivimos de forma antinatural”, respondió.
Para disfrutar el viaje de la vida se requiere poco equipaje. No tiene sentido complicarse la existencia portando voluminosas maletas, repletas de insatisfechos deseos y vanas mercancías. La alegría y la felicidad se consiguen cuando se vive la cultura de la sencillez. “Cada vez necesito menos cosas y las pocas que necesito, las necesito muy poco”, señaló San Francisco de Asís.
¿Cultivo la sencillez?
@rodolfodiazf