Culiacán violento y la valentía imperfecta
Marcha por la paz, frágil respuesta social
Somos los culiacanenses hechos al tamaño de nuestros temores los que ayer, unos buscando respuestas en el pavimento y otros desde el encierro como último reducto de la indefensión, salimos a marchar con la esperanza de un Culiacán Valiente cuyo grito de “¡ya basta!” cimbrara las oficinas del Gobierno y las madrigueras de los delincuentes. Fuimos quienes desde el territorio tomado por el crimen a partir del 17 de octubre de 2019, frente de guerra todavía, a estas alturas ni sabemos a quién dirigir las plegarias de paz, si a las autoridades o a los facinerosos. O tal vez a ambos ya puestos en la encrucijada de los desesperados.
Las y los mismos de siempre. La familia que se movilizó completa, con todo y mascotas, a tomarse de la mano con los demás a ver si la guían fuera y lejos de la metralla y la barbarie. Los liderazgos que hace cinco años le dieron forma a una proclama pacificadora sin pensar que tendrían que rescatarla del olvido ahora. Las que buscan a sus hijos víctimas de desapariciones forzadas, así incomoden a pacificadores miopes. Los dirigentes de sectores económicos cuyas plantas productivas sufren de parálisis. Los deudos de los muertos no de estos 20 días sino los de siempre. Los jóvenes y las niñas y niños que salieron a cerciorarse del futuro que les dejamos.
Llegaron puntuales los megáfonos y las mantas que hablarían en reemplazo del silencio de la pusilanimidad. El rugir de motores de clubes de motociclistas que hicieron bien la tarea de construir la notable participación. Las rastreadoras que colocaron su punto de lucha frente a la sede de la Fiscalía General del Estado aún contra del rechazo de los organizadores de la marcha. Los policías de guía y seguridad de la movilización que son a la vez parte del desamparo gubernamental. Allí estuvo todo a tiempo, menos la contundencia de la urbe exigiendo tranquilidad y legalidad.
Nos mentimos al decir que Culiacán está de pie. La gente no salió, por miedo o lo que haya sido. A pesar de la acometida violenta de tres semanas con días y noches secuestrados por nuestras propias zozobras, el bando de los amedrentados decidió rendirse en la inacción. ¿Y si quizás estaban junto a nosotros desde sus barricadas en las casas, siendo percibidos por los marchistas no obstante la circunstancia de arredrados?
Acudimos con la expectativa de una gran masa luchando por vivir tranquila y acabamos volteando a los lados desesperados por no ver aparecer los enormes contingentes. A cada paso veíamos hacia atrás para estimar la fuerza de acción ciudadana, pero decidimos mantener la vista enfrente para sostener intacto el optimismo. Y justificamos otra vez las deserciones explicándonos que con un solo culichi que se mantenga al pie de la trinchera podríamos ganar la batalla. Éramos algunas centenas de pasos, voces, convicciones y guerreros. Eso es lo que importa.
Qué le sucede a un pueblo estoico cuando prefiere quedarse en casa cuidando a los suyos, que salir a la calle a defender toda la ciudad. Elucubremos de la desconfianza en los líderes que convocan; en la posibilidad de que detrás estén apetitos políticos que indujeron la consigna de “¡fuera Rocha!”; tal vez la caída del carácter indomable que nos atribuyen en México y el mundo, erigiéndose ahora la conjetura de habitantes sujetados al miedo que propalan las células del narcotráfico confrontadas entre sí en el Cártel de Sinaloa. ¿Dónde quedó el Culiacán valiente que decimos ser?
Pues ni siquiera es el momento de deletrear los abandonos por más que tengamos la certeza de que gran parte de los culiacanenses no está en la prioridad de defender a Culiacán como lugar para vivir sin perder la vida en lograr tal expectativa. Por más que las nubes nos protegieron del sol, solidarias con la ciudad que gime queriendo estructurar un lamento que se escuche más allá del sollozo rutinario, bastantes decidieron que las ilusiones resultaran incineradas por el candente fuego del acobardamiento.
Y sí. Todos convocantes y al mismo tiempo participantes. Todos presentes e inclusive hasta los ausentes. Todos exigiendo paz desde distintos flancos y con diferentes formas de procesar los miedos individuales y colectivos. Todos en vigilia por las noches y dormidos durante los días que llaman a defendernos. Todos preguntando cómo llegamos hasta aquí esperando que las respuestas llegue con un meme o fake news. Todos inquiriendo quién podrá protegernos sin darnos tiempo para reconocernos como primera barrera contra la violencia.
Indistintamente víctimas, nos unió en la marcha y lejos de ella el lamento por la violencia como único abrazo que fue posible ofrecerla a Culiacán ayer, en su cumpleaños 493, fecha que apagó la fiesta de pirotecnia y baile e instaló el infierno de balas, terror y luto. Este domingo nadie supimos cómo decirle a la Perla del Humaya lo entrañable que es al anidarnos entre sus once ríos; no pudimos celebrarla liberándola del miedo que la secuestra.
No hubo abrazos: los balazos igualmente los mataron.
A pesar de ser tu cumpleaños,
Te dejamos solo mi Culiacán,
Porque el recuento de los daños.
Motivos para la fiesta no dan.
Culiacán Valiente es un movimiento ciudadano, patrimonio cívico, sin que sea utilizado como marca registrada de una persona o de un grupo. Al ser contribución de muchos afanes, ideas y convicciones articuladas para sacar adelante a la capital de Sinaloa cada vez que el salvajismo intente arrebatarnos el lugar que elegimos para vivir, salen sobrando los desplantes de quienes intentaron quitar del trayecto de la marcha a las madres que buscan a sus desaparecidos, para que luciera más movilización por la paz. Ni se les ocurra sesgar esta acción social hacia intereses de particulares o apetitos políticos.
-