WASHINGTON, D.C._ Seis décadas son más que suficientes para darse cuenta que el embargo económico contra Cuba ha sido un rotundo fracaso. No cumplió su objetivo de reemplazar a la dictadura por la democracia; empeoró el empobrecimiento y las carencias de la población, y empoderó al régimen dándole municiones para culparlo de todo lo que está mal en la isla y eximir de carga a un sistema que demostró su derrota con la caída del Muro de Berlín. El embargo es obsoleto porque ya no se vive en la Guerra Fría y contraproducente porque sirve más al que pretende perjudicar que a quienes busca beneficiar. Con la excepción de Estados Unidos e Israel, es repudiado por el mundo entero. Debe levantarse.
Es poco probable que eso ocurra en el corto plazo. La “revisión” que la Casa Blanca dice estar haciendo de su política hacia Cuba, con el objetivo de tener “impacto en el bienestar” del pueblo de la isla, como dijo la vocera presidencial la semana pasada, no contempla, al día de hoy, el levantamiento del embargo.
Washington y La Habana arrastran una pesada carga de fobias y traumas históricos. La Revolución de 1959 que instaló el socialismo, la fracasada invasión de Bahía de Cochinos que ridiculizó a la CIA, el bloqueo marítimo de 1962 que forzó a recular a los buques soviéticos, y los intentos de la CIA de asesinar a Fidel Castro. El embargo es una reliquia de esa época a la que se aferran en vivir.
Ninguno parece dispuesto a ver hacia el futuro. Se mantienen inamovibles en sus trincheras. Washington quiere que Cuba respete los derechos humanos, permita la participación política y la libertad de prensa, y libere a los presos políticos. Cuba quiere que Washington levante el embargo sin condiciones. No dan su brazo a torcer. Círculo vicioso.
Levantar el embargo o bloqueo, como quieran llamarlo, es atribución del Congreso. Se necesita una legislación aprobada por ambas cámaras y firmada por Joe Biden para ponerle fin. De vez en vez han surgido anteproyectos de ley en ese sentido, pero no han prosperado. En parte porque no ha habido Presidente dispuesto a invertir el capital político necesario.
El más reciente anteproyecto fue presentado apenas en mayo por los senadores demócratas Amy Klobuchar y Patrick Leahy, y el republicano Jerry Moran. La llamada Ley de Libertad para Exportar a Cuba (Freedom to Export to Cuba Act), destaca los beneficios para EEUU de suprimir el embargo. Sólo las exportaciones de productos agrícolas -trigo, maíz, frijol- aumentarían en 166 por ciento en los primeros cinco años (Comunicado de prensa, 21/05/2021).
Cuba no produce alimentos. Depende 70 por ciento de importaciones para alimentar a sus 11 millones de habitantes.
El Partido Demócrata, que controla a ambas cámaras, al Senado con mayoría técnica, está profundamente dividido respecto a Cuba. El Senador demócrata Bob Menéndez, presidente del poderoso comité de Relaciones Exteriores, encabeza la oposición bipartidista al levantamiento. Sin su consentimiento, no pasa nada. La política hacia Cuba es una de las pocas en la que coinciden republicanos y demócratas, más aún en una coyuntura de represión contra manifestantes y disidentes como la actual.
En 2014, Barack Obama pidió al Congreso de su país legislar para levantar el embargo que tachó de “fracaso”. Fue el año en que, en un giro de alcance histórico, Obama y Raúl Castro iniciaron el proceso de normalización de relaciones. Con la mediación del Papa Francisco y del gobierno de Canadá, negociaron en secreto en terceros países la etapa inicial del llamado “deshielo cubano”. El gobierno de Obama aceptó flexibilizar los viajes de turistas, las remesas, el acceso al sistema financiero estadounidense. Acordaron abrir las embajadas en Washington y La Habana, clausuradas desde el rompimiento en 1961.
La reconciliación fue sellada con el viaje de Obama a La Habana en 2016, el primero de un Presidente estadounidense desde 1928. El mundo acogió el giro. El “deshielo cubano” pudo haber derivado en la cancelación del embargo y en la normalización plena de relaciones diplomáticas, pero la impredecible política tenía otros planes.
La llegada de Donald Trump tiró por la borda los avances. No llegó al extremo de romper relaciones, pero se volvieron a prohibir los viajes de turistas y se restringió el envío de remesas, dos fuentes esenciales de divisas. Las empresas estadounidenses y extranjeras en Estados Unidos fueron amenazadas con sanciones si hacían negocios con intereses del régimen cubano.
La Casa Blanca no se ha pronunciado sobre el embargo de forma explícita, pero la revisión a la que alude se focaliza en tratar de darle marcha atrás a las restricciones impuestas por Donald Trump. Durante la campaña presidencial, Biden dijo que las revocaría porque lastiman al pueblo cubano sin contribuir a avanzar la democracia y los derechos humanos. Ahora está bajo la presión política de demócratas y republicanos para dejarlas. En juego está la disputa por los electores de Florida, estado que puede cambiar el fiel de la balanza en elecciones presidenciales.
Pese a las restricciones, no se frenó el incipiente intercambio comercial de alimentos y medicamentos que Bill Clinton excluyó del embargo por motivos humanitarios en 2000. En 2018, EEUU fue el mayor proveedor de productos agrícolas y de alimentos a Cuba, lo que representó 220.5 millones de dólares. En total, Estados Unidos exportó 275.9 millones de dólares ese año, siendo medicinas y productos médicos los otros rubros. Asimismo, las remesas que envían los cubanos a la isla alcanzaron 3.4 mil millones de dólares en 2017, un año antes de las sanciones de Trump.
La represión contra manifestantes, que el régimen de Miguel Díaz Canel acusa a EEUU de inducir y pagar, puso a Washington y a La Habana en pie de guerra otra vez. Las detenciones arbitrarias de activistas y periodistas, la censura del Internet y los allanamientos ilegales de hogares de defensores de los derechos humanos, fueron condenados por los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Alemania, España, Francia, y por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, entre otros que demandaron la liberación inmediata de los detenidos y el fin del “uso excesivo de la fuerza”.
Así como los países están en contra de la dictadura y su aparato opresivo, también están en contra del embargo. No son posiciones excluyentes.
Más ayudaría Washington a debilitar al régimen castrista y a fortalecer a la sociedad civil cubana levantando el embargo que perpetuándolo. Neutralizaría de paso una de las causas centrales del antiamericanismo en la región en tiempos en que poderosos adversarios ganan terreno ante su decaída influencia. Estados Unidos se haría un gran favor acabando con ese anacronismo que no sirvió ni durante el peligro rojo.