Es muy conocida una frase que se atribuye a Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Sin embargo, lo que poco se sabe es que, en realidad, es una sentencia acuñada por la escritora británica Evelyn Beatrice Hall, quien escribió dos obras sobre este autor francés: “La vida de Voltaire” (1903) y “Los amigos de Voltaire” (1906). La frase en cuestión aparece en este último libro.
Citamos esta máxima para aplicarla al recientemente desaparecido escritor peruano y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, porque era un personaje crítico y controvertido, como escribió ayer, 15 de abril, Marcos Roitman Rosenmann en su artículo de opinión del periódico La Jornada:
“Mario Vargas Llosa es un grande de las letras castellanas. Cancelarlo por su ideología es no comprender el significado de su obra, ni sus cavilaciones políticas. No hay que odiarlo ni venerarlo, simplemente leerlo”. Seguramente podemos decir de Vargas Llosa, lo que él concluyó sobre la personalidad de Roger Casement: “Es imposible conocer de manera definitiva a un ser humano, totalidad que se escurre siempre de todas las redes teóricas y racionales que tratan de capturarla”.
En otro artículo de opinión de ese mismo medio informativo, Javier Aranda Luna escribió un texto titulado: “El escribidor que muerde”, y en el que sostuvo contundente: “Mario Vargas Llosa nunca confundió la cortesía con la cortesanía”, y, citando a Ilan Stavans, señaló que era un escritor y periodista que sabía “ladrar y morder”.
Definitivamente -coincidimos con Aranda Luna- Vargas Llosa aprendió, como su amigo Octavio Paz, “a ser impopular por razonar en la plaza pública”. En efecto, el escritor peruano nunca intentó quedar bien, como en aquella sarcástica obra de Guillermo Prieto, “¡Vaya unas personas obsequiosas!”.
¿Sostengo el disenso?