Lunes 21 de abril de 2025, Lunes de Pascua, muere el Papa Francisco en El Vaticano. Podríamos decir que fue simbólico, como mucho de lo que significó su periodo como Papa, sus gestos, sus declaraciones y algunos momentos que viven en el archivo colectivo.
Nací en un hogar católico, y aunque yo he encontrado otro rumbo, sigo de cerca lo que sucede públicamente con los diferentes líderes religiosos. Las religiones siguen siendo para muchos de los habitantes de esta isla llamada Tierra, la base ideológica con la que deciden justificar o no, lo que se hace.
En términos reales, no sé qué tan reformador fue Francisco para la institución católica, pero agradezco profundamente algunas de las conversaciones que abrió, la perspectiva que sumó, y la forma en la que nunca se desmarcó, de lo que resulta terrenal. Jorge Mario Bergoglio, el argentino, hincha de San Lorenzo, que se ordenó jesuita, nunca dejó de habitar su figura como Papa, y eso significó abrir muchos cuestionamientos que parecían inamovibles es la configuración de una institución y sus creencias.
¿Cuántas de las ideas que hoy defiendes realmente te pertenecen?
¿Cuántas llegaron a ti cuando aún no sabías que podías elegir?
¿Cuántas creencias llevas puestas como si fueran parte de ti, pero en realidad son herencias no cuestionadas?
Tal vez no lo recuerdas, pero muchas de ellas te las dieron como se da una bendición o una advertencia. Las recibiste de quien admirabas, de quien temías, de quien te amaba. Te las entregaron en forma de refrán, de costumbre, de religión, de historia. Y tú las guardaste. Porque así se hace. Porque así nos enseñaron.
Pero llega un momento -o debería llegar- en que toca preguntarse si lo que creemos es fruto de nuestra reflexión o simple repetición. No es un acto de rebeldía; es un acto de honestidad.
Vivimos en un mundo que nos pide opiniones todo el tiempo. Desde el desayuno con la familia hasta los comentarios en redes sociales, se espera que sepamos qué pensar, sobre todo: política, género, religión, arte, futbol. Pero muy pocas veces nos tomamos el tiempo de preguntarnos por qué pensamos lo que pensamos.
Pensar duele. Requiere pausa, humildad, silencio. Y no siempre tenemos ganas. Lo cómodo es repetir. Lo funcional es adaptarse. Lo fácil es defender ideas como si fueran parte de nuestra identidad, incluso cuando ya no nos sirven.
A veces -aunque suene duro- lo que más defendemos es lo que menos entendemos.
Nos enseñaron a creer que cuestionar es peligroso. Que si dudas, tambaleas. Que si piensas diferente, traicionas. Pero ocurre justo lo contrario: cuando uno se atreve a examinar sus creencias, lo que tiembla no es uno, sino la ilusión de certeza. Y esa sacudida, aunque incómoda, es profundamente liberadora.
Las creencias no son verdades absolutas. Son construcciones. Mapas. Y los mapas, por definición, no son el territorio. Sirven para orientarnos, sí, pero también pueden limitarnos si no los actualizamos. Hay quienes toda la vida caminan con el mismo mapa sin darse cuenta de que el mundo cambió. De que ellos cambiaron.
Cuestionar no es destruir. Es observar con otra luz.
Cuestionar, es el gran regalo que Jorge Mario le dejó la institución, a una que le aterra cuestionarse.
Cuestionar es el legado de un hombre que sabe aquello que se piensa, forzosamente mejora.
Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.
Es cuánto.