vraldapa@gmail.com
@vraldapa
Corrían los años 80 en mi adolescencia cuando el Presidente de República José López Portillo daba a conocer la nacionalización de la banca como respuesta a un escenario de dificultad económica que entonces padecía la Nación. Posterior a la nacionalización de la banca y una serie de medidas económicas como el control del tipo de cambio y la descentralización de la banca en 1982, durante los siguientes sexenios de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari, estas medidas económicas tomarían un rumbo muy diferente, iniciando con el regreso del sector bancario a empresarios nacionales y extranjeros, así como la aplicación gradual de otras medidas radicales que marcaría el futuro y la suerte de los mexicanos durante los próximos 36 años.
Tras estos acontecimientos y a la par, una diversidad de nuevas expresiones de crisis y eufemismos entorno a la situación económica nacional tomaron presencia en la vida pública. Una situación de vida y azar en las familias y juventud del país habrían de llamar la atención y agregar preocupaciones en las futuras generaciones durante al menos las tres últimas décadas. Las “generaciones de las crisis” se les llamó por un tiempo, como también “los afortunados” de la globalización y los avances de la ciencia y la tecnología.
La anunciada modernización del país y la apertura de la economía nacional como requisito para implementar una visión neoliberal de libre comercio competitivo, sería la premisa para “liberar” también los beneficios a todos los sectores de la sociedad de cualquier país que estuviera alineado al modelo de una economía de mercado, como el nuestro, que al entrar en vigor el TLC en 1994, las promesas de un futuro promisorio estarían prácticamente garantizadas. Sin embargo, en México como en otros países, las promesas del neoliberalismo no se cumplieron, por el contrario, hoy el mundo se caracteriza por la concentración de enormes riquezas en unos cuantos y elevados niveles de pobreza en las mayorías. El umbral de la pobreza de diversificó y creció de manera insospechada, no sólo en su dimensión extrema sino en una clase social media que asume una pobreza que la padece en medio del acceso a la tecnología y un consumo desmedido y sin sentido en sus vidas.
Para algunos analistas, la realidad de los países como el nuestro, están muy lejos de poner a la vista las condiciones de competitividad asumidas en la teoría económica del libre comercio, por el contrario, durante casi 40 años de apertura comercial y reducida intervención del Estado en la economía nacional, el anhelado “crecimiento económico” no sólo no generó las condiciones para que México dejara de ser un país en vías de desarrollo, sino que aumentaron considerablemente los indicadores de subdesarrollo con un crecimiento mal planificado de la población, una tecnología ineficiente, una gobernanza débil, un sector de salud deficiente, bajos ingresos per cápita y pobreza. La no intervención del estado en la economía y la mano invisible del mercado, no pudieron regular los procesos sociales que mantuvieran una constante de crecimiento económico que garantizara al mismo tiempo un desarrollo social.
El dilema y la discusión entre crecimiento y desarrollo está hora en la mesa pública de los debates, aclarar una noción de los alcances e implicaciones en la vida de las personas y sus familias es ahora muy pertinente y moralmente necesario. Aunque habría que destacar que la noción de crecimiento económico y desarrollo económico han sido manipuladas y utilizadas mezquinamente.
Para los economistas y catedráticos de la universidad de Vigo España, Julio Álvarez y Ángel González, el crecimiento económico es una noción mucho más limitada que la de desarrollo. Sólo hace referencia a variables económicas -generalmente el PIB o la renta nacional-, dejando fuera otras variables sociales que el concepto de desarrollo incorpora o que pretende incorporar. El crecimiento hace referencia a un aumento de la renta y de la riqueza, pero no al modo en que ésta se distribuye, generando habitualmente situaciones injustas en su reparto: unos pocos individuos se atribuyen toda la renta nacional, otros individuos se atribuyen una fracción mínima de la renta y ahí un tercer grupo -que estaría formado por los excluidos sociales- que quedan al margen de la distribución, ya que a este tercer grupo no le corresponde ninguna participación en la renta nacional.
Ponernos serios y comprometidos en la definición de crecimiento y desarrollo económico, implicaría, en este caso, para el estado de Sinaloa, ubicar y analizar el comportamiento del crecimiento de la economía, qué porcentajes representa y quiénes participan en este beneficio y cómo vivimos y se refleja en los niveles de desarrollo social de los sinaloenses.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.