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@vraldapa
¿Cómo ha impactado el coronavirus en lo social, lo humano y lo económico? Estas preguntas parecen ser las que más nos preocupan y más se discuten en los medios de comunicación y redes sociales, como resultado de la cuarentena y los estragos cada vez más intensos y terribles por el incremento de la pandemia del Covid 19 en el mundo.
En estos momentos en Sinaloa como en el resto de las entidades, se esperan las etapas más difíciles ante un crecimiento exponencial inevitable del virus, que tendrá como medida del daño, la capacidad social que tengamos para evitar que la epidemia en su fase dos de contagio comunitario crezca en nuestras ciudades, comunidades y estados del país. La moneda está en el aire y en su sinuosa calma, sin saber qué nos depara con precisión, todos esperamos que ocurra con el menor de los daños.
Mientras tanto, sin que estuviera planeado, esta contingencia de salud está logrando lo que como seres humanos no hemos podido hacer en lo que va de los dos últimos siglos: tratar de armonizar nuestras vidas en un mismo propósito.
Para el filósofo español Santiago Alba Rico, ante esta grave contingencia mundial nos describe lo siguiente: un cuerpo reclama sobre el lenguaje de la pandemia: esto no es una guerra, sino que una catástrofe, por lo tanto, no se requieren soldados, sino que ciudadanos.
Para Alba Rico, hoy están ocurriendo cosas al margen de la voluntad de los humanos. El modelo económico que hemos impulsado y aceptado como el más idóneo, el mercado capitalista, ha construido en Occidente una especie de “normalidad”, que terminó por ir sustituyendo la realidad, y por el contrario nos fue construyendo una normalidad tecnológica y consumista, prefigurando un estilo de vida humana con un presente ilimitado, reproductor del consumo y los productos banales, en el que la idea de obtener a placer, al gusto y a voluntad, terminó por convertirse en una realidad creada en las mentes y emociones de una gran mayoría de personas. De esta manera y en esta medida se fue adaptando y a la vez destruyendo de golpe nuestra normalidad, donde ahora lo real nos parece completamente irreal.
Ante esta situación, se pone sobre la mesa el valor y la resignificación de nuestras costumbres e instituciones, del rol y desempeño que han tenido en los últimos años, de cómo fuimos modificando nuestras relaciones económicas, sociales y humanas, de cómo pusimos mayor énfasis y prioridad en actividades que hoy realmente no nos sirven de nada ante una contingencia de carácter planetario y en el que ahora está en juego todo lo que hemos creado como sistema de vida basado en prioridades humanas piramidales, como en los del conceptos del “tener” y el “hacer” por encima del “ser”.
Hoy podemos darnos cuenta de nuestras debilidades ante un acontecimiento de carácter “biológico”, en tanto se amenaza a nuestra naturaleza humana, en un plano de “realidad de enfermedad y muerte”, que no corresponde a esa otra “realidad ficticia de consumo” que hemos construido a partir de necesidades creadas en lo social y lo económico.
Hoy nos preguntamos, ante la urgente necesidad de una vacuna contra el Coronavirus, ¿por qué no hemos sido capaces de detener con mayor eficacia y prontitud esta terrible tragedia? Y todos sabemos que la respuesta es porque nos hemos convertido en una sociedad altamente contradictoria, en la se invierte más en futbolistas profesionales que en médicos investigadores, en la que todo tiene un precio y gastamos más en excesos y en apariencia que en ciencia y tecnología. O como afirmara el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano: “vivimos en un mundo donde ahora el funeral vale más que el difunto, la boda más que el amor, el físico más que el intelecto. Vivimos en una cultura del envase que desprecia el contenido”.
Vaya dilema de repensarnos en lo personal y en lo social, porque si de algo estoy seguro es que, después de este suceso y tragedia histórica que estamos viviendo, seguimos actuando como si nada hubiera pasado y se quiera volver a esa “normalidad” del pasado, es que no habremos aprendido nada. Por lo pronto, hay mucho que pensar y repensar, valorar y revalorar. Hay tiempo, el tiempo más valioso de aprendizaje que esta cuarentena nos ofrece.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este mismo espacio el próximo martes.