México ya tuvo su elección y arrasó la continuidad en la presidencia y en el Congreso. En Estados Unidos faltan tres meses para la elección. El arroz no se ha cocido pero la mayoría de los analistas apuestan por el triunfo de Trump. De tener razón, se avecinan gobiernos similares en lo que al aprecio a la democracia se refiere.
México tendrá una “continuidad continua” y EEUU una “continuidad interrumpida” por los cuatro años de Biden.
Es cierto que Sheinbaum ganó por un impresionante 60 por ciento pero sigue habiendo 40 por ciento de los mexicanos que votaron contra esa opción. Cuenta como sociedad polarizada. Con seguridad las elecciones de EEUU serán más cerradas y, de ganar, los republicamos difícilmente tendrán la mayoría calificada que está por definirse en el caso de México. También persistirá la polarización.
Las últimas encuestas dadas a conocer apenas el 21 de julio -midiendo a Kamala Harris como candidata de los demócratas- oscilan entre un triunfo para Trump de apenas el 1 por ciento hasta uno de 8 por ciento.
De ganar, Trump propone también un segundo piso. La diferencia con México es que en Estados Unidos será la misma persona la encargada de construirlo con su Make America Great Again y en el caso de México será la sucesora del próximamente ex Presidente la responsable de continuar con la Cuarta Transformación. Un proyecto que determinó su antecesor. Pequeña gran diferencia.
Hay más. Trump ya se apropió del Partido Republicano, no se tiene más que a sí mismo de modelo y no le debe el puesto a nadie. Sheinbaum no puede decir lo mismo de Morena porque, sin restarle méritos a su campaña, su candidatura se la debe a AMLO; porque Morena no es un partido estructurado sino un movimiento aglutinado por un líder mesiánico; porque hay fuertes divisiones a su interior; porque AMLO decidió la mayoría de las candidaturas al congreso y, porque a juzgar por lo que hemos visto hasta el momento, ella tiene y seguramente tendrá que lidiar con un López Obrador que se resiste a dejar que ella vaya tomando las decisiones que marcarán su sexenio.
La continuidad se ve ya en los nombramientos del gabinete. Cuatro repetirán en la misma cartera y cuatro en un puesto distinto. Cinco y cinco si contamos a Juan Ramón de la Fuente y a Lázaro Cárdenas. Es posible que Sheinbaum los haya elegido pero sería el primer sexenio con tanta continuidad de mandos superiores.
El problema no está aquí sino en la falta de generosidad de López Obrador para irse haciendo a un lado. Las ganas de seguir al frente están por todos lados. No contento con la continuidad en el gabinete, en una mañanera “recomendó” a quienes deberían permanecer como titulares del IMSS, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, y el titular de COFEPRIS. “Es muy probable que continúen” dijo, “porque son tres de lo mejor”.
Ha sido tan escasa su generosidad, que diseñó un plan de giras semanales en las que Presidente en funciones y Presidenta electa recorren el país con un guión dictado por el primero.
Tan escasa que insiste en pasar su reforma judicial impidiendo que Sheinbaum pueda evaluar la conveniencia de que se apruebe, se modifique o incluso se posponga.
Estas diferencias dan mucho mayor libertad a Trump para construir su segundo piso a discreción.
Hay una similitud, muy desafortunada. Los dos proyectos comparten la creencia de que la democracia entendida como un sistema en el que deben existir contrapesos al Poder Ejecutivo es una mala idea.
No se sabe aún si tendrá mayoría en las cámaras, pero Trump ya anunció que habrá tantos decretos ejecutivos como le hagan falta y que no permitirá restricciones al ejercicio discrecional de su poder porque es lo que hace falta para Make America Great Again. A la Suprema Corte ya la tiene capturada con los nombramientos que hizo desde que fue presidente tal y como lo demuestra la reciente decisión de ampliar la inmunidad para quien ocupe el cargo de Presidente.
En México, AMLO enfrentó una Corte lo suficientemente independiente para frenar algunos de sus excesos, pero si se aprueba la reforma al Poder Judicial este contrapeso disminuirá sensiblemente. Aún si no fuera el caso, en noviembre próximo tocará a la nueva Presidenta nombrar a otro ministro y ya será difícil tener ocho votos para resolver la inconstitucionalidad de las leyes. Agregue la desaparición de los órganos autónomos que también actuaban como contrapesos.
Con esto quiero decir que tanto el Make America Great Again como la Cuarta Transformación, van por caminos contrarios a la consolidación de la democracia y refuerzan la tendencia mundial de los populismos de derecha o izquierda y la intención deliberada de la polarización social.
El problema con esta similitud de fondo es que en nada ayudará a la difícil relación entre México y Estados Unidos. México siempre ha sido el socio débil. Ahora lo será más. Trump no va a negociar. Su talante y conducta son las de imponer. No en balde la Unidad de Inteligencia de The Economist pone a México en el primer lugar del Trump Risk Index. Claudia enfrentará un enorme reto.
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