rfonseca@noroeste.com
rodifo54@hotmail.com
Hace muchos siglos, Séneca destacó la importancia del conocimiento del pasado para iluminar el presente y construir el futuro: “La historia es la vida de la memoria, la maestra de la vida”.
Basados en esta premisa, otros pensadores subrayaron que sin memoria no hay historia, y que quien desconoce la historia está condenado a repetir los errores del pasado.
Por eso, el novelista y poeta checo, Milán Kundera, expresó: “La vida es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir”.
Sin embargo, como destacó en su libro Diario de un mal año, el novelista John Maxwell Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003: “La historia carece de vida a menos que le proporciones un hogar en tu conciencia”.
Sí, la historia es conciencia colectiva, pero hay que preocuparse porque no se difumine y encuentre eco en nuestra propia conciencia. De ahí que, el Papa Francisco, en los números 13 y 14 de su Encíclica Fratelli tutti, alertó sobre el peligro de aniquilar o licuar la conciencia histórica:
“Son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que “los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política”. Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción”.
¿Conservo y fortalezco mi conciencia histórica?