Comunitarismo frente a la rapacidad de una nueva generación de empresarios inmobiliarios

    Más allá de las dudosas fuentes de financiamiento que estimulan el poderoso emporio inmobiliario en Mazatlán, es necesario señalar que la plusvalía de la que se benefician estos grupos empresariales proviene de recursos colectivos, y que su triunfo no es producto del ingenio y la inventiva individual. Para ser claros: son los impuestos los que renovaron el puerto y las calles por sobre las que se construyen lujosos edificios. Son los recursos naturales de la costa del Pacífico el atractivo que promocionan a sus clientes...

    En Mazatlán está emergiendo un sentido comunitario que puede llegar a ser clave para confrontar el modelo de desarrollo rapaz que impone “El Químico” Benítez junto a sus amigos empresarios que amasan fortunas especulando con la ciudad, como si el territorio fuera un tablero donde gana quien se adueña de todo mediante el despojo de lo común.

    “El Químico” es el Alcalde más incongruente que han tenido los mazatlecos. Llegó para roer los principios de austeridad y desatender a los más necesitados. Será recordado por otorgar millonarias adjudicaciones de obra sin licitación, y por coligarse con grupo ARHE, la nueva élite empresarial de la localidad, que no conforme con estafar a la ciudadanía en contubernio con las administraciones de Alejandro Higuera, Carlos Felton y Fernando Pucheta, ahora pretenden obtener otros 110 millones más de los mazatlecos por los intereses generados en la cobranza del caso Nafta lubricantes.

    Más allá de las dudosas fuentes de financiamiento que estimulan el poderoso emporio inmobiliario en Mazatlán, es necesario señalar que la plusvalía de la que se benefician estos grupos empresariales proviene de recursos colectivos, y que su triunfo no es producto del ingenio y la inventiva individual. Para ser claros: son los impuestos los que renovaron el puerto y las calles por sobre las que se construyen lujosos edificios. Son los recursos naturales de la costa del Pacífico el atractivo que promocionan a sus clientes. Es la historia, la arquitectura decimonónica, la música folclórica y las fiestas populares las que empaquetan como producto cultural que usufructúan. Es la precariedad y los salarios mal pagados lo que hace más redituable a sus negocios.

    Lo ideal sería encontrar un balance entre una ciudadanía participativa, gobiernos transparentes y empresarios con sentido de pertenencia. Y es que en la historia de Mazatlán hay de empresarios a empresarios. Uno de los más recordados es Jorge Claussen, inmigrante alemán cofundador de la Cervecería del Pacífico, y en cuyo honor fue nombrado el paseo costero de Olas Altas. De su legado, el periodista e historiador José Valadez, fundador del Correo de Occidente, decía lo siguiente: “Iba don Jorge de un lugar a otro de Mazatlán, siempre proyectando y realizando mejoras públicas. ¡Cuánta deuda de mi pueblo con el señor Claussen! Los trabajos de saneamiento, reforestación y embellecimiento de Mazatlán se debieron a él. Tuvo mi amada ciudad, si no con dinero de don Jorge, sí debido a la dirección y disciplina de éste, un gran paseo alrededor del Cerro de la Nevería, al cual, con mucha justicia, dieron su nombre”.

    Hoy Mazatlán está huérfana de empresarios que tengan lo que Harold Proshansky establece como “una noción de apropiación hacia los demás”. En su momento, Juan Nepomuceno Machado, Juan Guzmán, Federico Unger y los Melchers fueron el prototipo de empresarios que patrocinaron la creación de espacios públicos. Donaron parte de su propiedad y construyeron las plazuelas y kioscos que a la postre le dieron al Centro Histórico la representación simbólica y emocional que hoy tanto enorgullece.

    Por el contrario, esta nueva generación de empresarios es capaz hasta de acaparar las tres islas para construir un complejo turístico sobre la reserva ecológica. Entre sus últimas ocurrencias está el proyecto de un restaurante flotante frente a Olas Altas, un teleférico en el faro, y también una plancha de concreto junto al Cerro del Crestón, para hacer ahí una plaza de la banda que distorsionará de manera violenta el entorno natural. ¿Qué no había otros lugares más dignos para enaltecer esta noble música? Hubiera sido mejor un corredor de la tambora sinaloense que marchara por los pueblos que vieron nacer a don Cruz Lizárraga, Rene Camacho, Salvador Lizárraga y Ramón López Alvarado.

    A pesar de todo creo que aún hay esperanza. Ya no fincada en empresarios altruistas, sino en ciudadanos comprometidos con su comunidad. El pasado fin de semana el patio del Museo de Arte recibió a colectivos ambientalistas, investigadores y artistas con la intención de discutir el futuro del desarrollo de la zona costera de Mazatlán. El mensaje fue contundente. El Gobierno municipal puede y debe intervenir en las playas, poner orden y frenar construcciones para evitar el deterioro ambiental. Vigilarán que así suceda.

    Esa misma semana un grupo de vecinos de la Colonia Villa Galaxia conformaron un club afiliado al Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM). Normalmente estos grupos son utilizados por el gobierno municipal para que sean intermediarios de sus programas, pero en ocasiones también los emplean como apoyo para mítines y campañas. Lo peculiar con este grupo en específico es su iniciativa. No se asumen como beneficiarios pasivos. Tienen una propuesta interesante. Quieren hacer de su colonia un vecindario amigable para el peatón. Buscan conectar los parques y escuelas mediante un circuito de senderos, cruces a nivel de banqueta, árboles y jardines. Exigen que los recursos fluyan hacia su comunidad. Ya es hora que los barrios se organicen. Una oleada de apropiación ciudadana está por venir.