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"Usted lo dice"

"“Como anillo al dedo”"

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    Después del año nuevo, andaba como el dieciochesco caballero Tristram Shandy, melancólico por estos Tristes Trópicos, cuando Chucho, mi ayudante fiel, me entrego un dossier donde me notificaba que en una ciudad de China: Wuhan, de 11 millones de habitantes, se estaba propagando rápidamente entre la población una especie nueva de virus tipo gripal que afectaba los pulmones y podía producir la muerte, sobre todo a los ancianos.

    No existían vacunas ni medicamentos para combatirlo y solo medidas higiénicas y el aislamiento podían mitigar su propagación, pues esa especie extraña de virus infectó a humanos que en un gran mercado de la ciudad consumieron o tuvieron contacto con animales como murciélagos o chinacates, u otros más raros, que mi mujer, muy aficionada a la literatura, los hubiera descritos como parecidos al Unicornio Chino y al Chiang-Liang, quién tiene cabeza de tigre, cara de hombre, cuatro brazos, largas extremidades, y una culebra entre los dientes; animales diría ella, mencionados detalladamente por Borges en su Manual de Zoología Fantástica.
    Los fanáticos chinos tragones de Wuhan, clientes asiduos de ese mercado, se comieron y apapacharon también a otros animales vivos de la increíble fauna exótica china y la importada de otros países. A los días empezaron a llenarse los consultorios médicos y hospitales de la gran ciudad con una cantidad enorme de chinos enfermos con los mismos síntomas. Fue un oftalmólogo, no un epidemiólogo, el que por su arte de mantener el buen ver, detectó primeramente el fenómeno y lo comunicó a otros médicos colegas como una probable enfermedad viral nueva; en consecuencia, los jefes amenazaron al oculista por difundir noticias falsas y alarmar a la población, en lugar de felicitarlo por su buen ojo clínico. En las semanas siguientes la enfermedad se propago exponencialmente por lo que las autoridades tomaron medidas extremas en toda la nación china para la contención del mal.
    A pesar de los grandes esfuerzos para detener la epidemia, el virus siguió avanzando rápidamente, no solo en Asia, sino que ya está presente en todos los continentes, ayudado por la gran interconexión del mundo moderno por los aviones, barcos, trenes y automóviles.
    Parece increíble, reflexiona en su informe el buen Chucho, que este humilde pedacito microscópico de material biógeno que viene del Corazón de las Tinieblas del tiempo geológico, que no tiene capacidad de vivir por sí mismo, y que necesita un organismo huésped para replicarse, tenga en jaque a una civilización pagada de sí misma, que derrumba mitos, explora desde las partículas elementales hasta el espacio exterior, fabrica artefactos de todo tipo y postula complicadas cosmologías que tratan de explicar los orígenes, composición, estructura, funcionamiento y evolución del universo. Esta soberbia e injusta civilización no solo ha sido incapaz de anular a este tipo de partículas infecciosas que pueden matar o enfermar a millones de personas, sino que ha sido también incapaz de auto regularse y tiene a su población al borde del colapso por la criminal alteración del medio ambiente.
    Volviendo a la realidad, concluye Chucho, si no existen vacunas ni medicamentos para combatir al susodicho virus, no queda de otra más que implementar una campaña masiva con las medidas higiénicas que recomiendan las autoridades sanitarias de la Organización Mundial de la Salud: lavarse las manos con jabón frecuentemente, no tocarse la cara, guardar la distancia entre personas, evitar las multitudes, aglomeraciones, viajes e interacciones.
    Hasta aquí el informe de Chucho, quién a veces exagera y le pone mucha crema a los tacos, como pudieron darse cuenta. Se me ocurre añadirle a esas recomendaciones un poco de religiosidad popular: la utilización de amuletos y estampitas de vírgenes y santos para hacer frente al coronavirus, así como repetir varias veces al día la jaculatoria: “Detente enemigo, el corazón de Jesús está conmigo”.
    Al rato que venga Chucho le voy a ordenar que notifique a nuestros seguidores de las otras salas, que acabamos de diseñar un escudo protector efectivo contra el virus, el cual junto con la práctica extensiva de la honestidad y el combate a la corrupción, nos permitirá enfrentar con éxito la epidemia, la que nos viene como anillo al dedo para afianzar la transformación profunda del manicomio del que soy un interno más, pero cuyo mandato pronto quedará en mis manos.

    Ramón Peraza Vizcarra