Se cumplió un aniversario más, el 27, de su asesinato. En 1990 escribí la novela “A imagen y semejanza” a partir de la declaración de mi paisano Enrique Jackson, entonces líder del PRI del DF, de que el PRI iba a barrer en la elección de 1991, independientemente de sus candidatos. “El paraguas del PRI es el que va a ganar, llámense como se llamen los candidatos”, dijo. Y en efecto, así fue: el PRI ganó por goliza (en el DF ganó en las urnas las 40 diputaciones en juego, de modo que el número uno de la lista plurinominal, Marcelo Ebrard, se quedó chiflando en la loma). Pero sería la última vez, según yo. En adelante, los nombres de los individuos comenzarían a pesar más que las siglas del partido que los cobijara. Con esa tesis escribí la novela (la primera en México de mercadotecnia politica), pero como era una noción abstracta, para efectos literarios la envolví en una trama inventada que la realidad rebasó con el sainete del asesinato de Colosio.
Tras escribir mi novela pornotrágica Te vi pasar en arduos seis meses de tiempo completo, escribí la novela de mercadotecnia política A imagen y semejanza en 40 días frenéticos y fluidos. Dos años después, Siglo XXI me publicó A imagen y semejanza en la que describo el asesinato de un candidato presidencial, adicto sexual y con una esposa enferma, por un dizque loco solitario que tras un mitin se cuela entre los guaruras y le sorraja un balazo en la cabeza.
Dos años después, yo estuve en la gira de Colosio en Sinaloa. Martes por la mañana en Mazatlán (donde recibió la noticia de que su gran rival Manuel Camacho se retiraba de su contracampaña electoral) y por la tarde en Culiacán, donde unos mil compartimos cena con él (su última cena). A la pregunta directa del único orador de la noche (un culichi líder de los empresarios locales), sobre la violencia y criminalidad imperantes ya entonces, Colosio respondió con vaguedades alusivas a su plan de desarrollo social (ahí supe yo que no pensaba hacer nada al respecto). El evento se terminó a la una de la mañana. A los acarreados sinaloenses “distinguidos” nos regresaron a nuestros respectivos cubiles en los jets de redilas de TAESA, y Colosio se dirigió a La Paz, donde realizó un mitin por la mañana, y a Tijuana por la tarde, donde tras un mitin tumultuoso y confuso un dizque loco solitario se “coló” entre los guaruras y le sorrajó un balazo en la cabeza.
La noticia electrizó al país. Yo estaba en casa, redactando la crónica del día anterior. De inmediato empecé a recibir llamadas de amigos que me decían que yo había “pronosticado” el atentado en mi novela; me llamaban “brujo” y demencias semejantes. Por supuesto que no había sido así. Cuando la escribí, ni siquiera sabía que existía un señor llamado Luis Donaldo Colosio. En todo caso, por si las moscas de algún policía político inepto y afanoso de croquetas, busqué refugio en Texas con unos amigos y me fui dos semanas a Dallas (el doble sentido le viene a México “como anillo al dedo”).
En esas dos semanas pronto me aburrí de no tener nada que hacer y en una visita a Barnes & Noble descubrí un libro que me llamó la atención: Bankruptcy 1995: The Coming Collapse of America and How to Stop It, escrito en 1993 por un empresario multimillonario amigo de Ronald Reagan: Harry E. Figgie.
El libro explica cómo EU iba directo a la bancarrota a consecuencia del catastrófico manejo de sus finanzas públicas por parte de sus gobiernos desde 1971 (cuando Nixon le quitó todo límite a la emisión de su “dinero” fíat, el dólar sacado de la nada, y así mandó la economía entera de EU a la estratósfera). Me devoré el libro de un hilo y lo releí varias veces; lo subrayé, anoté en los márgenes y mastiqué el asunto hasta que medio lo comprendí (siempre he sido muuuuuy lento de entendederas).
La súbita revelación de que el Imperio estaba herido de muerte, por su propia mano, me fulminó como un rayo. Hasta ese momento yo creía que el imperio gringo era inmortal (como miles de mis amigos, familiares y lectores creen aún hoy).