Los dos bandos en la guerra del narco están en una encrucijada: actualmente su principal fuente de ingresos es la venta de fentanilo en Estados Unidos, la cual es fundamental para sostener su confrontación fratricida; pero a la vez, esa droga brutal es el argumento número uno de Donald Trump para presionar más al gobierno de la doctora Sheinbaum en el combate a los cárteles y/o para intervenir de alguna forma con sus fuerzas armadas en México.
Es decir, si acaso “los Mayos” y “los Chapos” decidieran cesar el tráfico de fentanilo hacia Estados Unidos para liberarse de la presión trumpiana y continuar su lucha encarnizada sin esa droga, perderían millones de dólares para financiar su guerra y le dejarían al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) campo libre para intentar apoderarse de ese lucrativo mercado. Además, nada garantizaría que el hombre naranja y sus halcones cesaran en sus intenciones de cercar a los dos bandos hasta eliminar a sus líderes.
Si este contexto descrito es real, entonces no se ve cómo podrían renunciar los capos sinaloenses al tráfico de fentanilo y, quizá, el único escenario posible para que el veneno deje de enviarse desde Sinaloa y Jalisco al norte de la frontera sea que, presionados por Estados Unidos, México arrincone, primero, a los bandos del Cártel de Sinaloa y posteriormente al CJNG .
Lo anterior parece factible si los golpes a la producción de fentanilo continúan, como el asestado en Guasave y Ahome esta semana, el cual, a vista de su valor calculado en alrededor de 400 millones de dólares u 8 mil millones de pesos, fue mortífero, el más grande en la historia, a decir de las autoridades mexicanas.
Esta acción, más la clausura de las llamadas “habichuelas” en Mazatlán y “jugadas” en Culiacán, así como la detención de cabecillas de los dos bandos, nos hablan de que García Harfuch está enfrentando eficaz y decididamente a Mayos y Chapos como nunca se había hecho en varias décadas.
Sí, porque el descontento de la ciudadanía mexicana ante la violencia que ha generado el crimen organizado jamás había sido tan grande como lo es ahora y también porque las presiones del Tío Sam para enfrentar a los cárteles son más fuertes que nunca.
La Presidenta Claudia Sheinbaum, para proteger el legado y la imagen de López Obrador, niega que su política y estrategia de seguridad sean distintas a la de su antecesor, pero a todas luces es evidente que no es la misma. La percepción inmediata es que ella sí está confrontando con mucho mayor eficacia a los cárteles de las drogas.
Tan sólo llevamos poco más dos meses con el mando de la doctora Sheinbaum, pero ya se alcanza a ver que su gobierno en materia de seguridad está actuando como Estado; es decir, está recuperando el monopolio legítimo de la violencia porque está luchando por arrebatarles poder y territorio a las organizaciones del crimen organizado, campo al que había renunciado López Obrador.
No obstante, sería ingenuo pensar que el Estado mexicano puede eliminar a los cárteles de la droga, porque no es un tema de mayor uso de violencia o de mayor eficacia para combatirlos. El asunto del tráfico y consumo de drogas es de tal complejidad que la acción punitiva del Estado nunca podrá solucionar el problema, ni en México, ni en Estados Unidos, ni en ningún lugar. El mejor ejemplo para entender uno de los desafíos más grandes de las sociedades contemporáneas es precisamente Estados Unidos. Su gobierno, durante la gestión de Richard Nixon a principios de los 70 del siglo anterior fue el primero en declararle la guerra a las drogas y ha fracasado gobierno tras gobierno porque el consumo de drogas se incrementa cada vez más.
Lo que sí es posible es que el Estado, en este caso encabezado por la doctora Sheinbaum, mine el capital violento, el capital político, social y económico de los cárteles de la droga a un nivel que no desafíen el poder legítimo del mismo Estado y no mantengan en zozobra a la sociedad mexicana.
Lograr lo anterior será una tarea de largo plazo y lo que suceda en Sinaloa será determinante para ver si el Estado recupera su papel como garante de la seguridad social y como poseedor del monopolio legítimo de la violencia.
Es ingenuo pedirle a Claudia Sheinbaum y a Omar García Harfuch que termine pronto con la guerra narca en Sinaloa. No se debe olvidar, para ser maduramente exigentes, que el Cártel de Sinaloa es la organización criminal más grande del mundo y nunca antes ninguna de su corte había alcanzado la expansión global como la que presumen los capos sinaloenses. Por más desesperada que esté la población culichi, debe entender que una actividad que tiene ya un siglo de edad, si es que tomamos en cuenta la producción de amapola en Badiraguato y la venta y consumo de opio desde los años 20 del siglo anterior en las ciudades de Culiacán y Mazatlán, y que ha alcanzado un poderío sin precedentes, para mitigarla son necesarios enormes recursos humanos y materiales y mucho tiempo.
El gobierno de la doctora Sheinbaum ya está haciendo su tarea, pero tenemos que esperar a ver cómo actúa Donald Trump ya en el poder a partir del 20 de enero próximo.