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"OPINIÓN"

"Chile: el capitalismo al desnudo"

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    Twitter: @rmartinmar

    Correo: rubenmartinmartin@gmail.com

     

    El pueblo chileno salió el viernes masivamente a las calles, plazas y alamedas de sus ciudades más pobladas para protestar en contra del gobierno que preside Sebastián Piñera, reclamar su salida y exigir un nuevo constituyente.
    El jueves anterior, tras el inicio de la huelga general, se convocó a “la manifestación más grande de la historia de Chile”. Y todo indica que lo lograron. Las estimaciones varían entre dos a cinco millones de chilenos protestando a lo largo del país.
    Tras esta masiva movilización, el régimen de Piñera, la partidocracia, la oligarquía y los militares, el bloque de los verdaderos dueños de ese país, están emplazados.
    El movimiento popular y social chileno más grande de la historia reciente comenzó a partir del alza al precio del pasaje del Metro de Santiago de Chile, el pasado 6 de octubre. Las protestas surgieron de inmediato, y en apenas diez días se convirtieron en un poderoso movimiento de impugnación al régimen heredado del golpe de Estado de 1973.
    La primera respuesta del gobierno de Piñera fue ordenar la brutal represión en contra de los manifestantes. Pero además ordenó un macabro plan de construir un “enemigo interno” al qué declararle la guerra. Este “enemigo interno” eran los “vándalos y violentos” (“alienígenas” los llamó la esposa de Piñera), que se dedicaban a saquear supermercados y destruir patrimonio urbano y del trasporte público.
    Está documentado que la gran mayoría de saqueos, destrozos en estaciones de Metro e incluso el incendio en el edificio de la empresa Entel fueron provocados por agentes del régimen. Todo ha sido una fría construcción del gobierno y de los militares para justificar así la declaratoria del estado de excepción y el toque de queda en nueve de las 18 regiones de Chile. Por primera vez desde que los chilenos sacaron a Pinochet del poder, los militares volvieron a las calles.
    Pero a pesar del estado de excepción y de la dura represión, las manifestaciones no se detuvieron. Al contrario, se volvieron más masivas y politizadas. En redes sociales se viralizaron videos, fotos y audios de las personas golpeadas, heridas, torturadas e incluso asesinadas por las fuerzas armadas. La feroz represión de carabineros y militares provocaron rabia en la mayoría de la sociedad y alentó más las protestas.
    Esta respuesta a la represión marcó un punto de inflexión en el movimiento: ya no sólo se exigía dar marcha atrás al aumento del precio del Metro. Ahora también se demandaba fin a la represión, retirar a los militares de las calles y destituir a los responsables.
    Pero además se puso en cuestionamiento el discurso de legitimación del régimen. Apenas un mes atrás, las clases dirigentes chilenas decían que esa nación era un “oasis” o paraíso en el contexto de la pobreza y atrasos de las sociedades latinoamericanas.
    Bastaron dos semanas de protestas para desnudar el verdadero estado del antagonismo social en Chile: una minoría que es dueña del 80 por ciento del país y una gran mayoría condenada a una vida de duro trabajo para apenas sobrevivir.
    La salida de los militares a las calles, la represión indiscriminada, el discurso de guerra del gobierno, las mentiras de los medios y el cinismo de políticos y grandes empresarios mostraron de súbito a millones de chilenos que la dictadura pinochetista nunca se fue y que la llamada “democracia” era apenas una careta para ocultar un país desigual e injusto, donde la oligarquía protegida por los militares tiene todo, mientras a la mayoría se le condena a una vida indigna.
    Las protestas que comenzaron hace dos semanas contra el aumento del precio del Metro de la capital chilena, se transformó en una potente rebelión popular que está impugnando el orden establecido.
    Un orden político y económico impuesto a sangre y fuego desde el golpe militar encabezado por el dictador Augusto Pinochet en el que se experimento la aplicación violenta y radical de las doctrinas neoliberales mediante las cuales se despojó a los chilenos de sus bienes y recursos comunes y servicios públicos para pasarlos a manos de corporaciones privadas, nacionales y extranjeras.
    De manera federativa y descentralizada, porque no hay un partido u organización o dirigente que encabece esta rebelión, las clases bajas y medias chilenas están exigiendo la devolución de todo los que se les expropió: salud, educación, agua, pensiones, salarios, costo de los servicios y, en suma, de la riqueza que ellos producen y una democracia autentica, no tutelada por los militares.
    Como se ha insistido en las marchas, esta rebelión ya no tiene que ver con los 30 pesos del alza al Metro. Como dijo la cantautora Camila Moreno, “esta revolución (...) tiene qué ver con la educación, con la salud, con la dignidad de los sueldos, con la vivienda, con el derecho a amar a quien queremos amar, con el derecho a ser quien queremos ser, por el derecho a la vida, a la libertad, a la paz, a la libre expresión”.
    De este modo, el potente movimiento popular chileno de dos semanas a la fecha ha cuestionado no sólo el modelo neoliberal que se impuso en Chile a sangre y fuego desde la dictadura del infame Augusto Pinochet en 1973. Al mismo tiempo ha desnudado y vuelto transparentes para millones de chilenos las relaciones de opresión y explotación sobre las que se reproduce un sistema social como el capitalista.
    Tras la marcha del viernes pasado, el represor Sebastián Piñera, su gobierno y sus corifeos en los medios informativos pretenden hacer creer que esta semana ya todo volverá a la normalidad, y como “regalo” a los movilizados, anunció cambio total de gabinete. Pero al mismo tiempo, continuó el sábado 26 de octubre con la brutal represión a los manifestantes que no han dejado la calle. Y todo indica que no la dejarán.
    Una vez que el pueblo despertó, ya no quiere regresar atrás. Exige una vida digna. No en balde la memorable canción de Víctor Jara, “El derecho a vivir en paz”, se toca al final de las protestas, como el himno del pueblo rebelde, del pueblo que lucha por el derecho a vivir en paz, y dignamente.