La novedad editorial en Sinaloa este mes es el libro que da título a esta columna, el cual es un notable esfuerzo colectivo del patronato del Faro de Mazatlán y la editorial Indice, dirigida por Mauricio de la Cruz.
Entre imágenes datos geográficos, geológicos y biológicos, se nos entrega un panorama documental de lo que representan estos dos fenómenos. También aparecen colaboraciones de los amigos Enrique Vega, cronista oficial de Mazatlán, el periodista Francisco Chiquete y un servidor.
Como el libro está recién salido del horno, aún huele a tinta y ya está disponible, comparto con ustedes parte de mi texto-crónica, sobre lo que representa el ascenso y descenso hacia esos sitios tan resonantes como son el cerro del Crestón y el faro de Mazatlán.
¿Cómo surge nuestro deseo de alcanzar cumbres y la novedad de un horizonte? ¿De dónde emana esa pasión por ascender y sentir la brisa del triunfo, o la invisible corona de laurel del desafío cumplido, a la hora de subir hacia una cima?
Quizá los antropólogos encuentren mejor la respuesta que la psicología moderna y también los historiadores al repasar como los antiguos pueblos han ascendido la formaciones geológicas que les recuerdan la grandeza de la tierra, el poderío de los cielos, la pulcritud interior que genera el ejercicio físico. Subir a una cumbre es una forma milenaria de ganar la luz y, en Mazatlán, el ascenso al faro va más allá de un reto y una tradición.
Hay algo en la mística del cerebro que ha impulsado a todos los seres humanos de las diversas eras a un reto y esfuerzo físico andante. Incluso donde no las había, nuestros antepasados alzaron cimas artificiales con brillo y tenacidad; veamos los casos de los zigurats de Babilonia y el horizontal Egipto, donde los faraones alzaron su triangular cordillera de roca.
Los peregrinajes de la Edad Media siguen en boga hoy en día con las legiones que realizan el Camino de Santiago hoy a pie, bordón en mano y, en el centro del país, el ascenso al Tepozteco es más que un ritual piramidal. Los caballeros águilas aztecas y jaguares se consagraban en su templo luego de ascender el alto cerro de Malinalco.
En nuestra región sinaloense, está confirmada la subida ceremonial al cerro del Yauco frente a El Rosario por parte de los antiguos totorames y, aunque no hay indicios, la tradición asume que el cerro de Zacanta, en el valle de Mazatlán, mantiene propiedades magnéticas y, a la fecha, juran los lugareños que atrae la presencia de meteoritos y no pocos objetos voladores no identificables para la ciencia. ¿Por qué el Faro de Mazatlán no podría hacer su obra con los porteños?
En palabras de la bióloga Raquel Briseño, podemos decir que el cerro del faro hizo a Mazatlán.
Esa línea como cordillera submarina, conformada por las tres islas, la roca de los lobos marinos, los Dos Hermanos y a la que se van integrando la isla Azada y las de Chivos y de la Piedra, fue lo que permitió el acceso de una corriente de agua que mantuvo la profundidad del puerto al estarse moviendo constantemente el sedimento y eso lo volvió atractivo para sus fundadores de origen navegante.
Esa misma corriente, que durante una etapa del año va de sur a norte y luego se invierte -fenómeno visible en la modificación de las arenas de Olas Altas -, fue la misma ruta de la Nao de China que le hizo ir y venir de Las Filipinas al virreinato de la Nueva España... aunque a Mazatlán, dicha Nao solía llegar de contrabando, antes de tocar tierra oficialmente en Acapulco.
Coincido con Raquel Briseño: de no haber sido por esos accidentes geográficos, este punto hubiera sido pasado por alto.
De ahí que los antiguos descubridores de la región llamaron al sitio las islas de Mazatlán, porque antes que la mano del hombre cerrase vías de agua y lagunas interiores, esta ciudad parecía un archipiélago donde el cerro del futuro faro sobresalía, como un solitario príncipe, macho alfa frente a los cerros romos -entonces sin nombre-, de la Nevería, Obispado, Osollo, y El Vigía.
A pesar de que algunos creen que la grandeza de la naturaleza se impone al lego sólo con los bosques de coníferas o las selvas inmensas, la biodiversidad del faro con su característica caducifólica puede conmovernos, con su conjunto de plantas espinosas y árboles cuyo característica de soportar el largo estiaje tal vez no los puedan hacer muy vistosos, pero conforman todo un parque natural en que 676 especies animales y vegetales identificadas han creado su propio hábitat.
Piensa Raquel que el mejor futuro para el faro es reconocerlo como un patrimonio que nos da identidad y que nos ha acompañado desde el nacimiento del puerto, incluso antes de ser poblado, cuando las edades geológicas que dejaron su huella trazaron los visibles cortes horizontales, apreciables al extremo opuesto del cerro; un espacio público más que merecedor de un manejo responsable, ahora que estamos más conscientes que nunca de sus amenazas.
En ese sentido, un factor que no ha descuidado el comité es el de formación educativa y, recientemente, efectuaron un taller de la zona intermareal en el cual se les explicó a un grupo de niños la importancia de los flujos del mar y la cantidad de organismos que se desplazan, anidan entre la roca, y se multiplican con este ritual telúrico, impulsado por la luna y la gravedad.
Todavía, en el faro, se da el caracol púrpura, milenario ingrediente que en Oaxaca las comunidades usan para pintar sus telares y, en la antigua Roma, se usaba para teñir la tornasolada capa de los emperadores.
Nuestro faro es eterno y no solo nos comunica con la naturaleza, sino que también nos hace viajar por todas las edades de la historia y provoca que la imaginación encuentre aquí su casa, su pirámide natural, el origen de todas las cosas que nos dan raíz, vocación: conciencia de cual es lugar al que pertenecemos y a las vez nos pertenece.
El libro viene en formato grande, ideal para un regalo de fin de año y está disponible con las integrantes del comité y en Mazatlán en la librería Casa del Caracol. Un buen presente para marinos, biólogos, ecologistas y para cualquier alma sensible ante el soberbio impacto de la naturaleza.