En estos momentos, en Sinaloa, podemos sentirnos agobiados, frustrados, deprimidos y prisioneros del clima de violencia que se desató hace mes y medio.
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El verbo cautivar significaba originalmente capturar, pero con el tiempo devino también en la significación de atraer o seducir. Por eso, al titular esta columna cautivos de la esperanza, tomamos ambas significaciones: estar prisionero de la esperanza equivale a decir que es imposible incurrir en desesperanza, a la vez que oscila hacia la atracción que opera cuando la realidad se observa bajo el prisma de la esperanza.
Estableciendo una comparación, podríamos aludir a aquella romántica canción de Luis Alcaraz, que afirma: “Soy prisionero del ritmo del mar”. ¿Habrá algo más poético, sublime y encantador que ser cautivo del sutil vientecillo que exhala la sonrisa del mar?
En estos momentos, en Sinaloa, podemos sentirnos agobiados, frustrados, deprimidos y prisioneros del clima de violencia que se desató hace mes y medio. Empero, no debemos olvidar los dos significados etimológicos a que hicimos alusión al principio de la columna.
Existen muchos textos bíblicos que acuden en nuestro auxilio para fortalecer el exhausto y debilitado espíritu. El profeta Zacarías se dirigió a los israelitas para levantar su ánimo después de haber permanecido deportados en Babilonia: “Volved a la fortaleza, cautivos de la esperanza; hoy mismo, yo lo anuncio, el doble te he de devolver” (Zac 9,12).
No regresan a una tierra yerta y desolada, sino a una fortaleza y serán atraídos por los luminosos rayos de la esperanza, donde, se les asegura, se les redituará con creces el dolor y oprobio sufrido.
De igual forma, el profeta Jeremías (29,11), les dirige palabras semejantes: “Yo conozco mis designios sobre ustedes: designios de prosperidad, no de desgracia, de darles un porvenir y una esperanza”.
Pablo, consciente de que no todos tienen la misma condición, exhorta: “Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles”.
¿Soy cautivo de la esperanza?
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