Continuaremos con las reflexiones del fallecido Papa Francisco sobre el Vía Crucis, para recordar su legado. En la segunda estación, Cristo carga la cruz rumbo al Gólgota. Sin embargo, no fue en ese momento cuando comenzó a cargarla, sino desde el instante en que asumió nuestra humanidad, puesto que comprendía que no es fácil compartir nuestras miserias, dolencias, enfermedades y fracasos.
En efecto, soportar el peso de la cruz no es tarea sencilla, por eso, el Papa sugirió pedir al Señor que nos libre del cansancio, cuando nos angustiamos y creemos no tener fuerza para dedicarnos a los demás, cuando buscamos excusas para evadir nuestras responsabilidades, talentos y capacidades, y cuando nuestro corazón sigue vibrando ante la injusticia.
Es normal que sintamos el peso de la cruz, porque no es tarea fácil responder con espíritu resuelto ante tantas pruebas y adversidades que se nos presentan cotidianamente. “Sería suficiente -dijo el Pontífice- con no escapar y permanecer junto a aquellos que nos has dado, en los contextos donde nos has puesto. Unirnos, sintiendo que sólo así dejamos de ser prisioneros de nosotros mismos”.
Empero, en esos momentos debemos volver nuestra mirada al Cristo de la cruz, y decirle como Gabriela Mistral lo hizo en su poesía Al Cristo del Calvario:
“¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados? ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas? “¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la cruz alzado y solo estás? ¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón? “Y sólo pido no pedirte nada, estar aquí, junto a tu imagen muerta, ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave santa de tu santa puerta”.
¿Cargo decidido y resuelto mi cruz? ¿Soy prisionero de mí mismo?