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A mi prima Martha
Merodeando por Facebook, di con una fotografía espectacular de tres niños en bicicleta que afanosamente compiten en una pista de montaña. Me disculpo por anticipado porque estoy seguro que mis palabras no lograrán transmitir todo lo que se refleja en la imagen; haré lo que pueda por describir con la mayor fidelidad lo que alcancé a ver.
La fotografía se encuentra en posición vertical. Al haber sido tomada a plena luz del día, logra proyectar imágenes de brillantísimos colores que se distribuyen en tres planos.
En el primero aparece un niño que, a decir de su rostro, color de pelo, ojos, tono de piel y delgadísima complexión me hacen pensar que su procedencia es hindú. La camiseta, holgada y maltratada, shorts, pies curtidos de tanto andar descalzos y la bicicleta que conduce son señales inequívocas de una procedencia pobre, muy pobre. Se aventuró a la competencia sin casco, lentes, guantes, rodilleras, coderas, zapatos y la bicicleta apropiada. Dos cosas le igualan a sus competidores: la concentración con la que conduce y el blanquísimo cartel que lleva pegado a su camiseta, a falta de un portanúmero en su aporreada y viejísima bici.
El segundo plano lo llena un niño de piel blanca equipadísimo para la contienda: jersey negro con vivos verdes fluorescentes, casco de ciclista, guantes, medias, gafas y una feroz bicicleta de competencia.
El tercer plano lo ocupa el tercer competidor, también perfectamente equipado, la esquina de una carpa verde donde se entrega el avituallamiento a los competidores y el público, de distintas nacionalidades, sonriente y apostado en forma de valla.
Me impactó la fotografía porque, aunque no sea una que recoja imágenes de niños mexicanos, retrata a la perfección a nuestra sociedad: profundamente desigual, competitiva y estructuralmente diseñada para que los peor acomodados continúen perdiendo y los mejor posicionados permanezcan entre los primeros lugares de la tabla. Y no solo refleja eso; también deja entrever dos términos muy en boga: capacidad y mérito; dos nociones extremadamente escurridizas al momento de definirlas y aplicarlas en la vida cotidiana. Me explico.
En su librazo “Desarrollo y libertad”, Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, dice que “la pobreza debe concebirse como la privación de capacidades básicas y no meramente como la falta de ingresos, que es el criterio habitual con el que se identifica la pobreza”. La noción de Sen no entraña un rechazo al hecho de que la falta de ingresos y bienes materiales sean las causas por las cuales una persona viva en condiciones de pobreza. Para Sen una persona pobre es aquella que no tiene las capacidades, es decir, el conjunto de condiciones que requeriría para llevar a cabo el tipo de vida que tiene razones para valorar. Va un par de ejemplos para clarificar esta idea tan poderosa.
¿Por qué el niño hindú participó en la competencia? En principio porque tuvo la capacidad para hacerlo, es decir, tenía fuerza, decisión y lucidez, iba montado en su bicicleta, llevaba ropa y le permitieron competir con esa destartalada bici panadera sin usar el equipo requerido (la negligencia de los organizadores es otro tema). Estas condiciones son parte de sus capacidades básicas, las cuales le dieron la oportunidad de competir e, incluso, ganar la carrera si la diosa fortuna y sus habilidades le daban para ello (al menos en ese momento de la carrera iba en primer lugar). ¿Tiene mérito? ¡Mucho!, porque su precariedad material no le hizo menos para competir contra otros niños que lo hicieron con todo lo requerido.
Ahora pensemos en una niña de cuarto año de primaria que continúa con sus clases utilizando el celular de su mamá. Las intermitencias son cosa de todos los días. Cuando la mamá tiene datos o el dueño de la tienda de abarrotes le permite conectarse a su red, ella puede bajar lo que la maestra les envía de tarea y enviar las pendientes. En medio de sus muchas limitaciones, esta niña tiene la oportunidad de educarse, aprender y desarrollar algunas de las habilidades que requiere para forjarse un futuro.
En ambos casos, la vida transcurre en medio de la precariedad material, sin embargo, tienen las capacidades mínimas que una persona requiere para en un futuro llevar a cabo los proyectos que tiene razones para valorar. Esta es la diferencia abismal que existe entre una persona que vive en una pobreza indigna y abyecta y quien vive en una pobreza remediable a punta de esfuerzo continuo para no dejarse aplastar por ella.
Comparando al niño de la fotografía con quienes venían detrás de él, podemos decir que tiene más mérito que ellos porque pedaleó en desventaja con relación a estos. Lo suyo fue coraje, corazón, resistencia y una enorme pericia, de ahí el mérito que tiene el haber participado en la competencia.
Lo mismo aplica para el caso de la niña; tiene mucho mérito estar al corriente en sus tareas (o, incluso, no reprobar el año), cuando no dispone en casa de internet, una computadora propia y un espacio adecuado donde trabajar.
En ambos casos podemos hablar de mérito sin desfondar el sentido profundo del término. El problema viene cuando queremos generalizar la noción al conjunto de la sociedad cuando sus habitantes no cuentan con las capacidades requeridas para construir un proyecto de vida digno de admiración y elogio. Imposible exigirle o reclamarle a una persona por sus escasos logros cuando no tuvo acceso a una alimentación adecuada, salud, educación y una vivienda con los servicios básicos que “aproveche” las oportunidades que la vida le da; tan imposible como reconocerle demasiado mérito a quien puede mantenerse en la misma posición económica cuando nació en cuna de oro.
En ese sentido, hablar de una sociedad meritocrática, cuando en ella existen más de 60 millones de personas viviendo en la pobreza, más que un aliciente aspiracional suena a sarcasmo burlón y a ignorancia.
PD: En este “buen fin”, si no tiene una urgencia por la cual salir a la calle, por favor, quédese en casa. El personal médico está agotado y los hospitales, ante el rebrote, no tienen la capacidad de atender a tantos enfermos, aunque los sigan devolviendo a sus casas.