La soledad es un ingrediente indispensable para forjar la auténtica autonomía. Con esto no queremos decir que no sea importante la compañía, pero ésta se convierte en ocasiones en grillete de la nociva e inmadura dependencia.
El miedo a la soledad se experimenta de manera trágica y dramática en el género femenino, pues se piensa que la mujer debe realizarse como pareja de un varón, como señaló la antropóloga e investigadora mexicana, Marcela Lagarde, en su libro La soledad y la desolación.
Lo primero que Lagarde afirmó es que la soledad es una emancipación necesaria: “Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos”.
Precisó: “Para construir la autonomía necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas. Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que nos quedamos solas”.
Reflexionó en la ontología de la soledad: “la soledad es un hecho presente en nuestra vida desde que nacemos. En el hecho de nacer hay un proceso de autonomía que, al mismo tiempo, de inmediato se constituye en un proceso de dependencia incapaz de asumir su soledad”.
Por tanto, afirmó: “La autonomía requiere convertir la soledad en un estado placentero, de goce, de creatividad, con posibilidad de pensamiento, de duda, de meditación, de rebelión”.
¿Disfruto autonomía y compañía?