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Reforma
La autenticidad ha sido la coartada perfecta. La tontería, la incompetencia, el insulto y la mentira se esconden tras la desenvoltura del hombre auténtico. Esa es la imagen que de sí mismo ha construido el Presidente. Ha sido exitoso. Se le ve como un hombre que dice lo que piensa y se deja llevar por un impulso que viene de su interior. Todo se le perdona al hombre que parece ser fiel a su ímpetu. El desparpajo con el que puede decir y repetir sandeces encuentra, de ese modo, oídos benévolos. ¡Con cuánto aplomo puede decir idioteces sobre la historia, las relaciones internacionales o la ley! El Presidente no tiene el menor interés en cotejar sus palabras con la realidad, con la experiencia, con los datos porque lo que le importa es trasmitir una convicción. Lo suyo es un machacón aviso de creencias. Nadie ha logrado detectar en él un brote de curiosidad. Sabe lo suficiente sobre todos los asuntos porque lo que importa no es lo que pasa, sino lo que él cree. De ese modo, escuchamos diariamente al Presidente dando cátedra sobre lo que ignora con una seguridad envidiable. Será muchas veces absurdo lo que dice, pero lo comunica con un convencimiento absoluto, como si todos sus mensajes fueran, en realidad, un testimonio espiritual.
La carta de la autenticidad es poderosa en estos tiempos. Un líder siniestro, si es auténtico, será exitoso. Es un racista orgulloso de su racismo. Dice las cosas tal y como las ve. Si a la carta de autenticidad se le agrega la representación de la proximidad, puede entenderse el fundamento del atractivo político del Presidente mexicano. Pero esa coartada de autenticidad no es fácilmente trasmisible. Quienes quieren imitarlo, exhiben la simulación.
Al Presidente López Obrador le ha resultado muy barata su retórica conspirativa, la estrategia polarizante, la evasión del debate, la satanización del adversario, la incoherencia y la mentira. Sus simpatizantes han estado dispuestos a ver todo como reflejo de una personalidad exuberante. Una parte considerable de la opinión pública ha estado dispuesta a pesar los argumentos del Presidente con la propia báscula del Presidente. Pero no es probable que ese medidor pueda heredarse. Quien haya de sucederlo en el frente oficialista habrá de ser juzgado con niveles de exigencia que no ha confrontado el Presidente actual.
La Jefa de Gobierno de la capital ha llevado la imitación a extremos penosos. Su estrategia hasta el momento no es la continuidad sino la clonación. Repetir las mismas fórmulas, contestar las preguntas de idéntica manera, evadir la responsabilidad con el mismo descaro, condenar al enemigo con la vehemencia del patriarca. Recurrir, incluso, a los mismos métodos, sin detenerse a examinar si éstos se justifican ante el desafío que se enfrenta. Tras accidentes reiterados en el Metro, la Alcaldesa llama a soldados, en lugar de ingenieros. Ignorando la experiencia de los servidores públicos, envía uniformados. Se trata de adoptar el lenguaje y la respuesta del caudillo para complacerlo. Si éste ha acudido a los militares para solucionar todos los problemas hay que llenar el Metro de gendarmes; si el Presidente vive en la paranoia de la conspiración, hay que insinuar que los opositores son terroristas; si el Presidente se cierra a cualquier posibilidad de autocrítica, hay que cerrar los ojos, subir la voz y hacer exactamente lo mismo que se ha hecho. No es mi incompetencia, es el sabotaje; los accidentes no son resultado de la austeridad y la mala gestión, son invento de los zopilotes. Hacer crítica, dice la Alcaldesa, es carecer de escrúpulos; pedirle cuentas al poder es politiquería.
En la Jefa de gobierno no hay siquiera un intento de encontrar palabras propias. En las cinco frases del Presidente está todo el vocabulario que necesita. La pregunta es si una imitación de esta naturaleza es una estrategia sensata. Es absurdo pensar que la dinámica de estos años pueda prolongarse al siguiente sexenio. Ya decía Weber que el carisma no puede heredarse. La política apuesta a ser calca. La contradicción es evidente: copiando toscamente al patriarca, deshace el sentido de la autenticidad original. Lo que resulta evidente es que hemos regresado al circo del tapadismo. La carrera presidencial es una competencia de aduladores.