Es frecuente apegar el corazón a cosas, realidades o personas que no nos pueden brindar bienestar, seguridad, felicidad y estabilidad. Sobre todo, es muy común que nos aferremos a bienes materiales que se pueden esfumar, perder o robar en cualquier momento, así como a familiares, amigos o compañeros de vida que fallecen y nos dejan en la penumbra del desamparo. Por eso, es importante que recapacitemos y analicemos en qué, o en quién, depositamos los afectos de nuestro corazón, porque, como dijo Jesús, “donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón” (Mt 6,21).
Si pensamos que las riquezas o bienes pasajeros nos pueden conducir por la autopista de la felicidad, estamos totalmente equivocados. Si nos dejamos llevar, también, por el orgullo, la soberbia, la avaricia o la vanidad, no dudemos que en cualquier instante nos toparemos con un sólido muro en el que nos estrellaremos sin remedio.
Para ofrecer una reflexión sobre este crucial punto, el Papa Francisco dirigió su breve mensaje del Ángelus del domingo 17 de noviembre, con estas sencillas palabras:
“Las crisis y los fracasos, aunque dolorosos, son importantes, porque nos enseñan a dar a cada cosa su justo peso, a no atar nuestro corazón a las realidades de este mundo, porque pasarán: están destinadas a pasar”.
El Pontífice añadió: “el Evangelio nos invita a mirar la vida y la historia sin tener miedo de perder lo que acaba, sino con alegría por lo que queda” pues Dios “nos prepara un futuro de vida y alegría”.
Ratificó que todo muere y nosotros moriremos también un día; sin embargo, aseguró que no perderemos nada de lo que hemos construido y amado, porque la muerte es solamente el inicio de una nueva vida.
¿A qué bienes, valores, riquezas o personas ato mi corazón?
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