“No es fácil armar un Gabinete, en el ejercicio del poder este es uno de los momentos más difíciles para el decisor. Un verdadero arte político; de inspiración, técnica, conocimiento, sensibilidad y mucho sentido de la ubicación. En donde ni todo es cuota, ni todos cuates”.
Le decimos “gabinete” en la tradición de la administración pública de nuestros vecinos del norte, que viene además de la escuela de Inglaterra. Es una adopción “anglosajona” para referirnos al conjunto de burócratas designados por el titular del Poder Ejecutivo para las funciones gubernamentales, particularmente para el despacho de los asuntos de orden administrativo. Estrictamente estaríamos incurriendo en un error conceptual, mis profesores de licenciatura y maestría prácticamente me reprobarían por el título de la columna, de no ser por el artículo 6to de la Ley Orgánica de la Administración Pública del Estado de Sinaloa que dice: “El Gobernador podrá integrar Gabinete Colegiado con los titulares de las Secretarías, entidades administrativas, y organismos descentralizados o desconcentrados”.
Darle forma a la estructura funcional de un gobierno es un asunto verdaderamente complicado, encontrar entre tantas personas allegadas por militancia o en campaña, los perfiles idóneos para los cargos de la alta administración del Estado ha sido el dolor de cabeza de todos los que llegan al poder desde reinados hasta democracias. Incluso los autócratas medievales del Siglo 16, dueños del poder absoluto tenían conflictos decisionales respecto a la designación de los ejecutantes de sus mandatos o los “hacedores” del gobierno.
Pasan cientos de años y la pregunta es la misma ¿invitamos a gobernar a expertos? O ¿nos vamos con los de confianza? Si solo gobernáramos con los de confianza tendríamos un ejercicio del poder muy parecido a las dictaduras militares del Siglo 20, donde lo principal era la lealtad absoluta, donde la conspiración era incluso peor enemiga que la ineficiencia, por eso los cargos en el periodo de los regímenes militares se repartían entre amigos, parientes y familias de una élite gobernante, muy parecido al periodo del absolutismo imperial.
Por otro lado, llenar un gobierno de expertos altamente especializados en áreas específicas del conocimiento, no siempre garantiza el éxito de una administración, básicamente porque el componente “político”, es decir, de la esencia en las relaciones del poder, no es asunto que se domine por aquellos que viven en el mundo de la ciencia formal como lo expresó Max Weber en la obra clásica del político y el científico.
Por eso, armar un Gabinete es un verdadero ejercicio artístico; de inspiración, técnica, conocimiento, sensibilidad y mucho sentido de la ubicación. Daniel Cosío Villegas, ese genio poco frecuentado por los políticos de hoy, escribió obras magistrales sobre el sistema político mexicano de su tiempo, que plantean temas vigentes de total vigencia cuando hablamos y discutimos sobre “el deber ser” de un buen Gabinete.
La parte operante en la ejecución de la idea de las políticas de un Presidente, Gobernador o Alcalde las ponen en marcha las y los titulares, y en este sentido no puede haber buen gobierno con mal gabinete, es imposible. Por eso aquí la primera preocupación del tomador de decisión, en el armado del equipo, en la asignación de las funciones y lo más importante, en el trazado de la ruta a manera de plan estratégico de gobierno en donde se plasme la esencia, las metas y los alcances que busca el próximo dueño de la silla.
En este sentido, hacer un mal cálculo, errar en la decisión o abusar de la intuición al momento de armar el cuadro en las titularidades, puede generar un peligroso traspié en los albores de un gobierno. Hay gobiernos que comienzan excelente, otros tropezando y levantándose, pero como dice la canción, algunos dan una sola caída, una nada más, pero hasta el fondo. Luego le seguimos...