Hubo un tiempo, no demasiado remoto en la historia de este país, en la que sólo había dos promotores de la lectura a nivel nacional: Jacobo Zabludovsky, quien mostraba en su noticiero las novedades editoriales, y los vendedores de enciclopedias a domicilio.
En esa época ingenua, el vendedor de enciclopedias entraba en la casa con un invitado especial. No sólo le dábamos tiempo de calidad, se le invitaba algo de beber, sino que hasta le compartíamos direcciones y teléfonos de posibles clientes.
Qué lejos estábamos en que la invasión a la vida privada fuese considerada el primer paso para padecer un delito.
Incluso dichos vendedores podían ir a las escuelas primarias a repartir su material. Los niños obedientemente llenaban un cupón con sus datos personales y el mercadólogo luego nos visitaba, bajo el aval de que lo suyo era algo ligado a la escuela. Nadie vigilaba eso.
Quizás el vendedor de enciclopedias era el más alto grado del nivel de la mercadotecnia callejera. Tenía más prestigio que el vendedor de vajillas o de Fuller, y quizás algunos habían empezado laboralmente en eso. Tal vez se encontraba en la antesala de pasar a trabajar a una oficina como jefe de supervisores o hacer otro tipo de ventas y cerrar tratos de alto nivel telefónico o personalizado en cafés o bares. No sólo nos hacía pasar un rato agradable: nos vendía conocimiento y futuro para los hijos.
Gracias a ellos, había casas en donde topábamos siempre con las mismas enciclopedias, a veces distribuidas de forma distinta, pero siempre los mismos tomos.
La Enciclopedia Temática de Jackson Grolier, con sus tonos azules color acero y letras doradas era la más común. Bastante asertiva, eficiente y algo pro yanqui; hace años, cuando cité un fragmento, al revisar el pie de imprenta vi que eran impresas, para toda América Latina, ¡en Panamá!
Vaya, de modo que eran un útil instrumento de propaganda yanqui, para educarnos durante la Guerra Fría, en el marco de la Alianza del Progreso que creó Kennedy para que el comunismo no nos convenciera de sus bondades. Y en ningún momento mencionaba las dictaduras militares de Sudamérica.
Su información sobre la historia antigua y naturaleza sigue vigente, aún con los cambios de interpretación; pero su sección histórica llega hasta los años sesenta y hay decenas de países que hacen falta o ya no existen.
Otras salas familiares ostentaban el monumental “México a través de los siglos”, reconocibles por sus cantos verde mate que formaban una serpiente, sí y solo si se colocaban en orden correcto.
Otros grupos editoriales de aquella época eran los españoles Salvat y Quillet, que eran de origen catalán, mas dedicados al libro científico, debido a la tenaz censura española, aunque yo empecé a tener conciencia latinoamericana al leer “El Quillet de los niños” en casa de mi tío Bernardo... Las fiestas familiares en su casa tenían para mí como atractivo poder pasar un rato disfrutando del buen gusto de su biblioteca. Empezaba por las de niños y mi abstinencia me llevaba a las más complejas.
Algunas me parecieron un fraude porque más que trabajos enciclopédicos eran diccionarios ilustrados. Obras de consulta ocasional, no divulgación de cultura y lectura continua. Unas plastas de diseño alfabético.
Yo tuve la Enciclopedia de Oro, de Editorial Novaro, obsequio de mi tía Fermina que me regaló los primeros seis tomos al ir a su casa cada semana a decirle una tabla de multiplicar. Por fortuna, llegó la Navidad y me dio el resto de golpe y terminó el martirio.
Mi padre me regaló más adelante la Colección Científica de Time-Life, profusamente ilustrada y con secciones de anécdotas históricas. Aún uso en mi clases y textos cosas que tomé de ahí.
Mucho de lo que volví a ver en la película “Oppenheimer” ahí lo conocí de niño como en una buena novela de suspenso. Aunque del que menos se hablaba era del polémico físico que da nombre a esa monumental cinta de Christopher Nolan.
Las enciclopedias y sus vendedores tuvieron su tiro de muerte con la Internet. Antes era un mercado lento, pero noble y constante. La industria editorial, por lo general crece un 4 por ciento al año. Puede parecer muy poco, pero realidad es bastante positivo a largo plazo, si el capitalista no se deja llevar por la ambición o idea de hacerse rico en cinco años.
Nunca debe olvidar que vende libros, no bisteces, algo muy común en este negocio.
Curiosamente, el vendedor de enciclopedias había llegado a creer firmemente en su apostolado. El mejor vendedor es aquel que tiene un buen producto y cree de manera sacerdotal en él. Sabía que los libros eran una forma tangible de intangible del patrimonio.
Hoy, en este país, nos faltan profesionistas que crean con firmeza que hacer bien su profesión es una auténtica misión en la vida; no un palo ensebado para llegar a la riqueza y la irresponsabilidad completa.
¿Saben un secreto? Muchas veces la gente mayor es más hábil para buscar cosas en internet que los jóvenes gracias a que tienen una destreza oculta muy desarrollada para investigar y consultar, sin perderse en los meandros y aguas pantanosas de la publicidad. ¿Y saben de dónde viene? ¡A que de niños hacían las tareas consultando enciclopedias!
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