La palabra aprender deriva del latín apprehendere, que significa agarrar, asir, coger (en la lógica tradicional, a la formación del concepto en la mente se le llamaba simple aprehensión). Es un término emparentado con la aprehensión o captura de un delincuente, así como con el vocablo hiedra, planta que se enreda y atrapa.
Todos los seres humanos tienen derecho a aprender, por eso, últimamente se ha puesto el acento en la importancia de aprender a aprender. Anteriormente, se ponía casi todo el esfuerzo en la enseñanza y dominio de la lectoescritura y la aritmética, como si éstos fueran los únicos contenidos necesarios e imprescindibles. Sin embargo, son solamente los precursores de un aprendizaje más complejo y completo.
Los aportes de Gardner y Goleman señalan que se debe elaborar un currículum escolar más amplio y variado (que el tradicional cognitivo racional) para obtener valiosas experiencias de aprendizaje. En efecto, es preciso aderezar el acto de conocimiento con motivación y emoción en el propio contexto sociocultural.
Se debe aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Sólo así se manejarán otras habilidades, como reflexionar, resolver problemas, discernir lo correcto e incorrecto y el trabajo individual y grupal.
Marguerite Yourcenar lo expresó poéticamente: “Lo mejor para las turbulencias del espíritu, es aprender. Es lo único que jamás se malogra. Puedes envejecer y temblar, anatómicamente hablando; puedes velar en las noches escuchando el desorden de tus venas, puede que te falte tu único amor y puedes perder tu dinero por causa de un monstruo; puedes ver el mundo que te rodea, devastado por locos peligrosos, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de los espíritus más viles. Sólo se puede hacer una cosa en tales condiciones: aprender”.
¿Aprendo a aprender?