Arturo Santamaría Gómez
santamar24@hotmail.com
La pandemia podría ser tan grave o más que en Italia, España y Estados Unidos si continúa la desobediencia de millones de mexicanos de no acatar las recomendaciones médicas, la cual tendría un impacto sanitario, económico y social no visto en el País desde la revolución de 1910. Pero, si además el Gobierno federal y los organismos empresariales no acuerdan una agenda común padeceremos una depresión económica más oscura que la de 1929.
Más allá de la falta de equipo e instalaciones médicas y suplementos sanitarios, la cual sin duda es grave porque ya está contagiando a médicos y enfermeras, la indisciplina de amplios grupos en todo el territorio nacional, al no guardar la sana distancia y la reclusión en casa, es el factor número en contra de las posibilidades de reducir los inevitables daños en la salud de los habitantes del País. Por supuesto, en este caso, no nos referimos a los hombres y mujeres que no pueden resguardarse en el hogar porque tiene que salir a las calles a buscar el diario sustento, lo que ya en sí es un enorme problema, sino a los irresponsables, a los inconscientes, a los descreídos, a los fatuos y frívolos que pueden meter a la nación en una crisis sanitaria sin precedentes.
Si a lo anterior le agregamos la incapacidad gubernamental de los tres niveles para entregar organizadamente sus ayudas a diferentes grupos sociales, entonces sí que no vemos cómo pueda evitarse un contagio masivo en los próximos días.
En Sinaloa, particularmente en Culiacán, donde observamos más contagios y muertes por el Covid-19 y el segundo promedio más alto del País, quizá la gravedad de la situación se explique, a juzgar por la abundante información periodística que se genera en la misma ciudad, por una desobediencia citadina bastante extendida. Es probable que hasta ahí haya llegado el contagio de la arbitraria cultura buchona que solo respeta sus propias normas.
En México muy pocas veces hemos podido ver con tanta claridad como una cultura hecha sicología colectiva puede afectar tanto el desenvolvimiento de una sociedad, como hoy sucede con el proverbial valemadrismo, que quizá no sea mayoritario pero sí significativamente grande como para pudrir nuestra manzana.
En el plano económico, hace días el Presidente López Obrador presentó un informe y un plan que dejo totalmente insatisfechos a los principales organismos empresariales. Uno de ellos, el CCE, quien a través de su presidente, Carlos Salazar, había mantenido una relación cercana y cordial con AMLO, rompió con él; y el otro, la Coparmex, quien mediante Gustavo de Hoyos ha sostenido una crítica sistemática al Gobierno federal, radicalizó su postura y se erige como el líder empresarial de prácticamente todos los organismos del sector, sin ocultar, de paso, que sigue aceitando sus aspiraciones de ser candidato a la Presidencia en 2024.
Gobierno y empresarios están endureciendo sus posiciones en medio de una de las mayores crisis en la historia de México, la cual, por cierto, apenas empieza. Hasta el momento no parece haber nada ni nadie que los haga mediar. Es muy cierto que el plan de AMLO trata con la misma vara a las micro, pequeñas, medianas y grandes empresas, lo cual es totalmente improcedente porque, en efecto, su política fiscal exigente va a llevar a miles de pequeñas empresas a su extinción, pero también lo es que miles de negocios, y no tan solo los quince que señala López Obrador, a lo largo de años han actuado con una enorme irresponsabilidad social al eludir el pago de impuestos y ahora se quieren presentar como los mejores ciudadanos.
En realidad, en México, muy pocas veces hemos tenido buenos gobernantes y, salvo excepciones, hemos tenido pocos empresarios ejemplares. Así que en este País, en el que imperamos los imperfectos, es muy maniqueo que el Gobierno responsabilice de todo a los empresarios y éstos a los gobernantes. Es más, el grueso de nosotros tampoco hemos sido los mejores ciudadanos. De ser así, tendríamos una sociedad civil vigorosa y actuante, lo que no sucede.
Ante el abismo que nos amenaza en esta hora crítica, ciudadanos de a pie, empresarios y Gobierno nos ponemos de acuerdo y actuamos mejor, o nos precipitamos al vacío.
Hay muy pocos casos de que esto es posible, pero existen. Por ejemplo, en Sinaloa, y también en otros estados de la República, hay cooperación de ciudadanos, universidades y empresarios que se pone de acuerdo para ayudar a los que menos tienen. Lo hemos visto en Culiacán, Mazatlán, Rosario y Tecapán, para mencionar solo cuatro ciudades. En las tres primeras, ciudadanos solidarios han instalado mesas con alimentos para los que empiezan a carecer de ellos. En el pequeño puerto escuinapense se han organizado para impedir la importación del virus. En la cabecera municipal, la Universidad Tecnológica de Escuinapa primeramente, en un momento de extrema escasez del desinfectante, fabricó 500 litros de gel para entregarlo gratuitamente a instalaciones médicas y otras instituciones, y ahora fabrica mascarillas sanitarias para el personal médico del municipio. También la UAS y la UAdO han tenido iniciativas similares en el estado.
Esta crisis, a pesar de las enormes diferencias sociales, económicas y políticas, debería servir, mediante un gran ejercicio de inteligencia y sensibilidad, para unir al País. Debería servir para que lo mejor de nosotros derrote a lo peor. Debería servir para que empecemos a actuar como mejores ciudadanos, como mejores seres humanos. Debemos buscar la unidad a toda costa, y exigir a empresarios y gobernantes a que la cultiven.