Iniciamos el último tercio del presente año, deshojando el mes de octubre, el cual, era el octavo dentro del antiguo calendario romano, décimo dentro del almanaque gregoriano, en su segunda versión dada en el año 1578, la cual, sigue vigente, y detrás de la misma, hay toda una historia interesante.
Para los mazatlecos, octubre resulta un mes inquietante por el tema de los ciclones, especialmente por el Olivia, que nos azotó de forma inclemente; un evento imborrable para los que lo vivimos e historia de temor para los nacidos antes de 1975.
Cuentan las páginas de los historiadores no oficiales y la divulgación de los que, vivieron el drama, que el miércoles 2 de octubre de 1968, alrededor de las seis y cuarto de la tarde, se vieron volar por el cielo nocturno, cual estrellas fugaces, dos bengalas que sirvieron de orden para el inicio del tiroteo sobre una muchedumbre indefensa que se encontraba en la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en Tlatelolco, repleta por una vibrante muchedumbre que acudió al mitin convocado por los dirigentes del movimiento estudiantil, para protestar en contra de las acciones de represión llevadas a cabo por la fuerza de las armas, del entonces Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, quien no la pensó dos veces, para recurrir al uso de la milicia para aplastar el movimiento estudiantil, topara con lo que topara, teniendo como resultado centenas de muertos, decenas de desaparecidos y el calificativo de asesinos a Díaz Ordaz y al Ejército mexicano.
En ese entonces, las filas militares estaban compuestas por gente del pueblo, tal y como sucede hoy y también en tiempos pasados. Gente buena, gente que no se atreve a levantar el fusil en contra del pueblo, según lo concibe el Presidente de la República Andrés Manuel López Obrador, actual jefe supremo de las Fuerzas Armadas.
Y así como sucedió en el 68, también ocurrió en los años 1971, en el llamado “Halconazo”, en 1995; en Tlatlaya y Ayotzinapa en el 2014, y en otros sucesos funestos, como el extermino de Lucio Cabañas y familia en 1974.
Todas estas sangrientas intervenciones militares, han quedado tatuadas, cual negras insignias, sobre la imagen del Ejército nacional, uno de los instrumentos de fuerza del Estado, y cuyas filas, según la apreciación del Ejecutivo federal, están integradas por gente del pueblo uniformada, incapaz de hacerle daño a la población. Por supuesto, no faltan los elementos de mejor posición económica que el grueso de la tropa, que siguieron su vocación militar, y la natural inclinación aspiracionista de escalar rangos jerárquicos, sentido válido para todos, criticado acremente por el Presidente López Obrador.
El 2 de octubre no se olvida, marcó el clamor popular y este 2022 cobra una gran relevancia por las intenciones presidenciales de integrar a la llamada Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional y por supuesto, por la intervención del Ejército en tareas que hasta antes del presente sexenio presidencial, realizaba la fuerza civil gubernamental.
Con los antecedentes citados, y otros tantos que se quedan en el tintero, así como el ejemplo de las dictaduras actuales, sostenidas por contundentes pilares militares, no deja de causarnos inquietud, la extendida acción militar en la esfera pública del gobierno federal, y claro, pensar que la Guardia Militar quede bajo la égida miliciana, también nos causa escozor.
Pero, por otra parte, también es motivo de preocupación, el hecho de que las corporaciones policiacas civiles, encargadas de la seguridad pública, lucen indefensas, impreparadas, y de remate corruptas, ante el poderío y organización de los sin ley. Es decir, estamos ante un enfrentamiento desigual.
Ante la triste realidad, no nos queda de otra, más que, por ahora, tragar camotes y aceptar que la Guardia Nacional continúe comandada por el Ejército ¿o ustedes qué harían? Pregunto, parafraseando a Peña Nieto. ¡Buenos días!