AMLO, el levantamanos

    Sostengo que la reforma que necesita México es la reforma del poder, cada vez más distante mientras permanezca en el Gobierno Andrés Manuel López Obrador, un hombre sin compromisos reales con un proyecto democrático, con un nuevo Estado que nos desligue, de cara al futuro, del México precolombino, colonial y de presidencialismo fuerte como el de Porfirio Díaz y los priistas.

    Sostengo que la reforma que necesita México es la reforma del poder, cada vez más distante mientras permanezca en el Gobierno Andrés Manuel López Obrador, un hombre sin compromisos reales con un proyecto democrático, con un nuevo Estado que nos desligue, de cara al futuro, del México precolombino, colonial y de presidencialismo fuerte como el de Porfirio Díaz y los priistas.

    El poder se ejerce a través de señales. Suele ser así, para tener visos de mensajes herméticos sólo entendibles por los iniciados cercanos. A veces sofisticadas, pero las más de las ocasiones pueriles y burdas. Lamento que muchos de los analistas políticos sin querer le hagan el juego a esas prácticas cortesanas, pero eso es harina de otro costal.

    Esta semana en la Alcaldía Tláhuac de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador le levantó la mano a Claudia Sheinbaum, lo que dio lugar ya no a especulaciones sobre las simpatías marcadas para la sucesión, sino también a certidumbre. La señal está dada, dijeron algunos y por boca de ellos también habló el interés por plegarse a esa política del poder que cuestiono.

    Al conducirse de esa manera, el Presidente está disminuyendo su propio poder, mostrando que la cuenta regresiva ya inició, cuando ni siquiera ha cumplido la mitad de su periodo. Quizás crea que la Jefa de Gobierno es la figura que impedirá “retrogradar” los cambios que él propuso y que ya se empiezan a ver deslavados.

    Sheinbaum es una política a la que no se le ha dejado brillar por la sombra misma que el protagonismo proyecta en la capital de la República. Cuando López Obrador fue Jefe de Gobierno inauguró sus mañaneras y con esa innovación se catapultó mediáticamente y se puso al tú por tú con el mismo Fox. Esa posibilidad está vedada para la señora Claudia por una razón más que obvia y que se llama el monopolio de los reflectores. Ahí está, en parte su debilidad, que se llama servidumbre y autoestimarse como dependiente del Presidente concentrador del poder.

    Pero eso sería lo de menos, más grave es que esas levantadas de mano van a agudizar diferendos profundos al interior del hasta ahora unido grupo gobernante, más grave aún si estimamos que Morena no tiene definido su perfil de partido político.

    Al otro lado de la gradería dos hombres observan el panorama: Ricardo Monreal ya inició su carrera apalancado en el autoelogio. Piensa que es el mejor, que está en el tiempo oportuno y, of course, que será quien garantice profundizar las metas de la Cuatroté, con lo que le quiere endulzar los oídos al Presidente. De vieja escuela, tanto López Obrador como él hicieron escoleta en el PRI, es un político ambicioso que sabe valorar que oportunidades como esta sólo hay una en la vida y no descarto que sea capaz de romper a la grey astrosa, concepto de López Velarde, si la competencia por la grande lo requiere. Dice que para que la cuña apriete, debe ser del mismo palo.

    Por otra parte, está la incógnita de Marcelo Ebrard, que dicho con claridad, está disciplinado dentro del Gobierno, aunque es válido conjeturar que no congenia bien con las premisas unipersonales que lo alientan. Sabe que el camino a la Presidencia recomienda el camaleonismo.

    En 2012, Ebrard se lanzó por la candidatura que a la postre ganó López Obrador en el PRD. Se sabía que el resultado de la elección de ese año no garantizaba un triunfo aunque el ahora Canciller tenía grandes posibilidades electorales como segunda opción del electorado panista y priIsta que en aquel entonces no votarían ni por Peña Nieto ni por la señora Vázquez Mota, y mucho menos por el tabasqueño. La propuesta que enarboló fue bien recibida, había línea socialdemócrata que daba aliento de renovación. Pero el Pejelagarto se impuso y Marcelo se fue para regresar a donde está ahora, y en eso veo la incógnita del viejo político surgido a la fama dentro y durante el salinismo.

    Señalé una cosa que me parece lo de menos, lo más grave es la desarticulación para iniciar un nuevo rumbo: el de la democracia, no el de la destrucción de la misma.