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"Desde el ICAMI"

"Amistad y familia"

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    ¿Existe alguna relación entre la interacción de los amigos y la interacción familiar? ¿La buena o mala relación que tengamos con nuestros amigos dependerá de la buena o mala relación que hayamos tenido con nuestros padres y con nuestros hermanos?
    Quizás sí o quizás no, lo que es un hecho es que las primeras experiencias de confianza y amor (dos características de cualquier amistad) se dan dentro de una familia. Eso quiere decir que, en cierta medida, dependiendo de cómo haya sido nuestra experiencia con respecto a esas dos características estaremos en condiciones de construir relaciones de amistad sanas y fructíferas.
    Considero que cualquier relación de amistad debe contar con ciertas características:
    1. Desinterés: los amigos están juntos y se relacionan entre sí simple y sencillamente porque quieren hacerlo, porque lo que los mueve es el gusto y el placer de estar uno con el otro, no el interés.
    2. Confianza: se dice que los amigos se cuentan con los dedos de una sola mano y es muy probable que sobren. Esto significa que no a cualquier persona “le abro mi corazón” y mi vida íntima, para ello necesito confiar en la persona y que ésta confíe en mí. Si no existe este grado de confianza, es muy probable que a esa relación se le pueda llamar de muchas maneras menos amistad.
    3. Afinidad: me parece que esta característica es muy fácil de comprender, mis amigos lo son porque compartimos características en común: valores, puntos de vista, virtudes, etc. No puedo ser amigo de alguien que considera que la mentira y el engaño son acciones que deben tolerarse, cuando para mí son acciones absolutamente intolerantes.
    ¿Qué sucede en el caso de la familia? A continuación colocaré las mismas tres características pero con diferente explicación, esto con la finalidad de describir porque en la familia también deberían existir estas tres características (en el caso de una familia sana y cuya convivencia sea agradable) y tratar de encontrar una conexión causal (en cierto sentido) entre la convivencia familiar y la amistad.
    1. Desinterés: me parece que no existe mayor desinterés que una madre que alimenta a su hijo, sabiendo que éste necesita de todo su cuidado y que no hay posibilidad de que el hijo le devuelva el favor. Dentro de la familia es en donde, literalmente, dicho desinterés se mama. Los padres cuidan y aman a sus hijos simplemente porque quieren hacerlo, sin esperar nada a cambio. Podemos decir que es una muestra totalmente gratuita de amor.
    2. Confianza: los hijos confían, naturalmente, en sus padres. La convivencia diaria provoca que los hijos se abandonen en los brazos de sus padres (por lo menos en los primeros años de vida) sin temor a ser defraudados.
    En el caso de los hermanos quizá sea un caso distinto, pero me parece natural el hecho de que (sin que medie una razón previa) los hermanos confíen entre ellos e incluso se confíen secretos que no confíen a sus padres.
    3. Afinidad: me parece que esta característica es la que más se distancia de la amistad. La afinidad en la amistad requiere de un trato voluntario con la otra persona (son dos personas que voluntariamente deciden tratarse).
    En el caso de la familia es distinto porque yo no decidí tratar a mis padres ni a mis hermanos. Por lo menos durante los primeros años de vida, fue lo que me “tocó vivir” sin haberlo decidido.
    Sin embargo, me parece que como hijos, hermanos o padres somos afines por lo menos en cuanto a ciertas cosas: como hermanos tenemos en común a los mismos padres y ellos tienen en común a sus hijos, lo cual forma un sentido de afinidad que es mucho más profundo (en muchos sentidos) que en el caso de los amigos o la pareja.
    A modo de conclusión me gustaría decir que, con sus excepciones, la forma en la que nos hayamos relacionado entre los miembros de la familia será la forma en la que muy probablemente nos relacionemos con nuestros amigos. Si fui traicionado por algún hermano o por alguno de mis padres, es muy probable que en mis relaciones de amistad no cuente con la confianza necesaria para “abrir mi corazón al otro”.
    Es por eso que la convivencia familiar debe ser el semillero de relaciones sanas y fructíferas, empezando con el hecho de que los padres deben de convertirse en los mejores amigos de ellos mismos. El amor propio y la autoestima deben ser la semilla que dé fruto a una relación de pareja sana y a una relación con los hijos que evite la codependencia y la sobreprotección.
    Los hijos observan el amor que los padres se tienen entre ellos, lo cual generará (en la mayoría de los casos) que la relación con sus hermanos y con ellos mismos sea fructífera y puedan salir a construir relaciones de amistad sanas.
     

    Licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana