América para los americanos

    A un mes de la Cumbre de las Américas (6 al 10 de junio), lo que vamos a ver es si la diplomacia estadounidense decide aceptar que Latinoamérica no solo son países que Estados Unidos cree son extensión natural de su territorio, sino naciones con contradicciones, debates internos profundos y un hartazgo histórico que se refleja hasta en rechazar el poder de hacer una lista de asistentes, no de acuerdo al fin último que puede tener una cumbre de países de la región, sino buscando siempre el beneficio político propio que de últimas se refleje positivamente en resultados electorales, aunque eso implique, mantener políticas que contradicen lo más elemental de lo que la teoría democrática dicta.

    Un año después de tomar el poder en 2008, Barak Obama asistió a la que sería la Cumbre de las Américas más célebre en muchos años. Se trató de la reunión realizada en Trinidad y Tobago en 2009, cuando el Presidente Obama prometió una relación renovada con el Continente. A pesar de eso, las tensiones de Estados Unidos con los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Argentina y Brasil principalmente fueron pan de cada día a lo largo de los siguientes años.

    Por el contrario, vaya ironía, las relaciones con Cuba fueron las más cercanas y de apertura mutua entre la Isla y Estados Unidos en más de cinco décadas sin que llegara a darse el ansiado desbloqueo a la economía cubana. En los ocho años en que estuvo en el poder Obama (2008-2016), Joe Biden fue el Vicepresidente y, por tanto, conocedor atento de la complejidad de las relaciones de los gobiernos de la región con Washington y, sobre todo, de la propia diversidad de posturas y visiones del poder en cada uno de los países latinoamericanos.

    Biden, por tanto, no es ajeno y, al contrario, ha sido testigo de la fuerte tensión entre gobiernos que en un tiempo generaba la calificación dada desde Estados Unidos a cada uno de los países dependiendo de lo que ese país consideraba como positivo en la lucha contra el narcotráfico, que, por cierto, omitió de su radar a Honduras, nación donde se instauró el gobierno de Juan Orlando Hernández a través de un golpe de estado, casualmente con Obama y Biden en el poder (2009). Dicho político recientemente fue extraditado desde su país y hoy se encuentra preso en cárceles estadounidenses, acusado, irónicamente, por crimen organizado.

    Otro punto de tensión entre el imperio y los gobiernos en la región ha sido impedir el debate y resolución sobre despenalizar ciertas drogas como un factor clave en la lucha contra el narcotráfico, mientras que en Estados Unidos la producción, distribución, comercialización y consumo de diferentes drogas, sobre todo la marihuana, se ha despenalizado en gran parte de los Estados de la Unión.

    La migración, aunque parezca extraño, no ha sido el punto de mayor tensión entre gobiernos, sino de manera coyuntural y, sobre todo, cuando alcanza una visibilidad mediática que genera rating para políticos oportunistas que han hecho del tema su caballito de batalla, como lo hizo Donald Trump desde 2016 cuando cambió el tono de la política exterior estadounidense en la región.

    La exclusión de algunos países a la lista de invitados de la Cumbre de las Américas es casi parte del protocolo de ese magno evento, lo mismo que la exigencia de no excluir a nadie y que en su momento Brasil, otrora con un gobierno progresista, insistió en señalar. Si el gobierno mexicano no levantó la voz antes en este tema fue porque por lo menos los últimos cinco presidentes anteriores a López Obrador fueron aliados naturales de los gobiernos de Washington a quien, como ahora algunos comentaristas insisten en nuestro país, “no se debería contradecir al Presidente del imperio ni ponerlo a hacer política diplomática con sus vecinos latinoamericanos, con lo ocupado que debe estar Biden viendo cómo sustituir el gas que Rusia le vende a Europa ahora que la guerra en Ucrania mostró lo dependientes que son los europeos al mercado ruso, que Estados Unidos puede surtir de mil amores y de paso, volverlos de preferencia dependientes a su gas marca U.S.A”.

    Por eso mejor agárrense, esto apenas arranca y apresurar pronósticos es de amateurs porque a un mes de la Cumbre de las Américas (6 al 10 de junio), lo que vamos a ver es si la diplomacia estadounidense decide aceptar que Latinoamérica no solo son países que Estados Unidos cree son extensión natural de su territorio, sino naciones con contradicciones, debates internos profundos y un hartazgo histórico que se refleja hasta en rechazar el poder de hacer una lista de asistentes, no de acuerdo al fin último que puede tener una cumbre de países de la región, sino buscando siempre el beneficio político propio que de últimas se refleje positivamente en resultados electorales, aunque eso implique, mantener políticas que contradicen lo más elemental de lo que la teoría democrática dicta. Es probable que llegó la hora de América para los americanos pues tal parece que el continente entero lo exige.