Una tentación recurrente de los padres de familia es allanar el camino de sus hijos, eliminar todos los obstáculos y protegerlos para que no les pase ningún mal. Se comprende la preocupación, cariño, protección y cuidado de padres y madres al respecto; sin embargo, como dice un refrán popular: “No hay mal que por bien no venga”. Es decir, la madurez se alcanza sorteando, soportando y superando personalmente las dificultades, no evitándolas, eludiéndolas o suavizándolas.
Es cierto que para brindar seguridad y fortalecer la autoestima de los hijos se les promete estar siempre presentes y vigilar que no les amenace ningún mal, pero no se les puede asegurar inmunidad total. Incluso, algunos salmos de la Biblia, como el 91, parecen otorgar una protección absoluta de Dios: “Él te librará de la red del cazador y de la peste perniciosa; te cubrirá con sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas... No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa, porque él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos. Ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces contra ninguna piedra”.
Sí, Dios nos cuida, pero no es una niñera que amortigua todos nuestros golpes. Así, también, debe de ser el auxilio que nos brindan nuestros padres. El Doctor en Educación, Tim Elmore, afirmó: “Prepara a tu hijo para la vida, no la vida para tu hijo”. Efectivamente, hay que prepararlos para que afronten su destino, y no tratar de suavizarles ni perfumarles el camino.
Elmore comentó que entre los errores más graves que cometemos como padres, se cuentan los siguientes: “Arriesgamos muy poco, ayudamos muy rápido, elogiamos con mucha facilidad y premiamos a la mínima”.
¿Allano el camino de mis hijos? ¿Fortalezco su voluntad?