El PRI presumía tener los políticos más experimentados de México, lo cual era cierto, pero esa generación, tanto en Sinaloa como en el resto del País, prácticamente se ha extinguido.
Claro, con más de siete décadas en el poder, cualquier partido cultiva políticos con mucho colmillo y conocimiento de la administración pública, Sin embargo, el tiempo no pasa en balde. Los años lo desgastaron. La sociedad mexicana cambió y ellos también. Pero, mientras los ciudadanos mexicanos se hacían más críticos y políticamente maduros; es decir, se hicieron más plurales y buscaron alternativas partidarias, las nuevas generaciones priistas se hicieron mucho más frívolos, cínicos y descaradamente pragmáticos.
La primera generación de priistas neoliberales puros que nació con Carlos Salinas de Gortari ya exhibía una ambición sin límites por el dinero y el poder, mucho más que la generación anterior de estatistas que terminó con Luis Echeverría y López Portillo, pero muchos de ellos gozaban de una sólida preparación académica y todavía presumían una fina habilidad política que habían aprendido de la generación que se había formado del cardenismo al lopezmateísmo, incluso al diazordacismo.
No pocos políticos de la generación salinista eran hijos de prominentes funcionarios de administraciones anteriores, como el mismo Carlos Salinas de Gortari; es decir, eran juniors de la política. No fue gratuito que a Salinas de Gortari, Manuel Camacho Solís, Lozoya Thalmann, Francisco Ruiz Massieu y otros, les decían en la Facultad de Economía, de la UNAM, “los Toficos”, un dulce de la época de los 60 que tenía como slogan publicitario: “¡Mmm, Toficos, qué ricos son!”. En efecto, eran hijos de familias adineradas, pero eran buenos estudiantes, lo cual los llevó a estudiar maestrías y doctorados en las mejores universidades de México, Estados Unidos y Europa.
Esta generación, con menor sensibilidad social que la anterior pero muy ilustrada, tuvo todavía la capacidad política- sin duda que con fraudes, pero también con programas sociales y visión amplia del mundo- de mantener al PRI hasta el año 2000 e, incluso, de apadrinar a Enrique Peña Nieto para regresar a Los Pinos en 2012.
Pero, Peña Nieto, que fue un mal estudiante universitario y vergonzosamente iletrado, como líder de una nueva generación de priistas brutalmente ambiciosa, llevó con él la peor camada de políticos priistas de su historia. A diferencia de los salinistas, la generación peñanietista carecía de la menor sensibilidad política y social, además de que desconocían cualquier indicio de ética y moral. Los Duarte, Videgaray, Lozoya, Luis Miranda, González Anaya, Aurelio Nuño, Murat, Murillo Karam y una legión más, también llevaban, entre los más jóvenes, a Alejandro Moreno, “Alito”, de quienes decía, Peña Nieto, representaban a “la nueva generación de priistas”. En efecto, esta era la nueva generación de tricolores, la que terminó de destruir al PRI.
De alguna manera, los nuevos priistas son el reflejo de una nueva época, de una generación diferente, educada en la búsqueda “del éxito a toda costa”, léase la obtención de dinero a como sea y de donde sea, pasando por encima de quien sea. Lo demostraron con creces y así les fue.
Así pues, Alito ha demostrado ser el espécimen más acabado de la nueva cultura política priista y justamente por eso los están llevando al cadalso.
Morena, lo ha dicho Mario Delgado -otro político que no canta mal las rancheras- está muy contento con el líder del PRI. Claro, les está ayudando a la tarea de desprestigiar y debilitar a la coalición opositora con su conducta y propuestas.
La vulgaridad y prepotencia de Alito representa el nuevo estilo priista de hacer política, el cual avergüenza a prácticamente todos los ex presidentes de su partido y a miles de sus militantes. Pero, más que la vergüenza es la impotencia de ver cómo se evapora cada vez más la posibilidad de que el PRI sobreviva después de 2024 mientras Alito lo presida. Incluso deben estar muy preocupados de que siga siendo el presidente del PRI en 2023, cuando se celebren elecciones en el Estado de México y Coahuila, sus dos reductos de gobierno.
El Estado de México es una pieza estratégica en el mapa político nacional, la de mayor cuota de votos en el País, y si ahí pierde el PRI, le diremos “hasta la vista, baby”.
Así pues, la permanencia de Alito no significa la resistencia del PRI a los embates de López Obrador y la posibilidad de que se mantenga la alianza entre el PAN, PRD y PRI, sino más bien, la profundización del descrédito de los nietos de Calles y su autoinmolación.
Mientras tanto, AMLO y los morenistas pueden estar muy contentos de que, a pesar de gobernar con deficiencias inconcebibles y errores garrafales, las mayorías ciudadanas les siguen depositando una opinión favorable, entre otras razones, porque la boca de Alito les da la razón de no creer más en un partido que quizá no llegue a cumplir el siglo.
Las presiones para establecerle un juicio político a “El Químico” Benítez van en aumento. Hay claras señales de que muchos en Morena ya no lo quieren y que está desgastando a este partido en Mazatlán e, incluso, en el conjunto en Sinaloa. ¿Lo seguirá apoyando AMLO? ¿Qué hará Rubén Rocha?