@JorgeGCastaneda
El 12 de septiembre se celebrará en línea la Asamblea anual del Banco Interamericano de Desarrollo. Entre otros propósitos, elegirá al nuevo presidente del BID, para el período 2021-2026. Gracias a una decisión insólita del Gobierno de México, con casi total seguridad será electo el candidato norteamericano Mauricio Claver-Carone: el primer ciudadano de Estados Unidos en dirigir el BID desde que fue fundado en 1958, aunque el director saliente mantiene la doble nacionalidad colombiana y estadounidense.
El tácito acuerdo fundacional del BID fue que la sede estaría en Washington, el presidente sería latinoamericano, y el primer vicepresidente -en parte el que administraría los recursos- provendría de Estados Unidos. Así fue hasta ahora. Cuando Trump designa a su asesor de seguridad nacional para América Latina para presidir el banco, obtuvo el apoyo inmediato de sus aliados en la región -Brasil, Colombia, Venezuela (representada por Guaido) y varios centroamericanos. Recibe también el rechazo de grupos de ex-presidentes regionales, de ex-cancilleres y ex-ministros de hacienda y de la Unión Europea, junto con el desacuerdo de algunos países: Argentina, Costa Rica, Chile y México.
El problema es que de acuerdo con las reglas del BID, Estados Unidos y sus aliados cuentan con los votos ponderados (tomando en cuenta la proporción de acciones de cada socio) y nominales para elegir a Claver-Carone. Los opositores diseñaron entonces una estrategia para apostarle a la derrota de Trump en las elecciones de noviembre y posponer la Asamblea hasta que pudiera ser presencial, en algún momento posterior al 20 de enero, cuando en teoría tomará posesión Biden.
Por desgracia, para postergar la reunión definitoria, se necesita un 50 por ciento de los votos ponderados y los cuatro opositores, aún con los miembros europeos significativos (España, Francia, Italia, Alemania), no los juntan. Lo sabían desde hace tiempo, como sabían que solo existía una manera de impedir la elección de Claver-Carone.
Esa era muy sencilla, y a la vez muy audaz. Para que se instale la Asamblea, se necesita que haya quórum, es decir, con las reglas del BID, 75 por ciento de los votos ponderados presentes. En otras palabras, en ausencia del 25.1 por ciento de los votantes, no se puede reunir el cónclave, y por lo tanto, no hay elección, y por consiguiente, no hay nuevo director. El abogado del banco queda como interino hasta que se pueda reunir la Asamblea.
Los cuatro latinoamericanos y los europeos disponían de los votos ponderados suficientes para evitar el quorum. Ni siquiera necesitaban pararse de la mesa; bastaba con no acudir a la Asamblea. López Obrador tenía en sus manos la decisión: los europeos no querían ir solos; Chile, sin México, tampoco; Argentina no podía bloquear la elección por sí misma; todo se encontraba en manos de México y de AMLO. Se rajó.
¿Por qué? O bien se lo exigió Trump durante la reunión privada que sostuvieron en Washington, aunque no es mi impresión; o bien lo pidió el propio Claver-Carone en presencia de Trump -más probable; o bien López Obrador entendió, sin solicitud explícita, que se trataba de un asunto crucial para su colega y amigo norteamericano. Aunque ya a estas alturas quedar mal con quien va a perder la elección de noviembre no podría revestir mayor trascendencia.
El gobierno de López Obrador presume que votará por un candidato de Argentina, y que ha pedido posponer la elección. Es puro cuento. Sabe muy bien que tenía canicas para realizar un intento viable de impedir la llegada de un ciudadano estadounidense a un cargo latinoamericano. No lo hizo. Otra mentira más.