Hay personas a las que no les gusta pasar desapercibidas. Se complacen cuando los demás las saludan con vehemencia, hacen gestos de aprobación, pronuncian su nombre u ovacionan en público.
Lo más triste para estos individuos es no ser reconocidos o pasados por alto. Incluso, este afán de notoriedad puede desembocar hasta en una enfermedad, depresión o desequilibrio psicológico, al grado de que son capaces de cometer algún crimen o delito con tal de alcanzar aunque sea una mínima celebridad.
Por querer ser el centro de atención y el foco de todas las miradas, estas personas son capaces de realizar cualquier extravagancia o acto circense, no calculando el costo político de su acto ni el riesgo de quedar en ridículo.
Umberto Eco constató que el afán de notoriedad ha seducido al ser humano desde la antigüedad, pero en la época actual se ha recrudecido y exacerbado. “Desde la antigüedad los seres humanos han deseado ser reconocidos por la gente que los rodeaba. Y algunos se esforzaban por ser amables camaradas nocturnos en el bar, otros por destacar en el futbol o en el tiro al blanco en las fiestas patronales, o en explicar que habían pescado un pez enorme. Y las chicas querían que se fijasen en el gracioso sombrerito que se ponían el domingo para ir a misa, y las abuelas querían ser conocidas como la mejor cocinera o modista del pueblo”.
Sin embargo, precisó, una cosa era ser visto y reconocido, y otra muy distinta el estar en boca de todos. En la actualidad se están perdiendo los límites y distinción entre ambas cosas. De tal manera que no habrá diferencia entre la fama del gran inmunólogo y la del jovencito que mató a su madre a golpes de hacha.
¿Persigo la notoriedad?
@rodolfodiazf