Por mucho tiempo he hablado, participado y debatido sobre la complejidad urbana con el objetivo de aportar a mi ciudad natal, Culiacán.
Tuve oportunidad de formar parte de aquel primer equipo del Implan, dirigido por Jimena Iracheta, que me permitió incursionar y aprender junto a ella y todo el equipo los avatares de esta profesión. Posteriormente fundé y dirigí Ciclos Urbanos A. C. donde impulsamos una nueva actitud en la ciudadanía y logramos reunir a miles de culichis para recorrer la ciudad de noche en bicicleta y comprobar que eso era posible si nos lo proponíamos. La asociación además participó, entre otras cosas, en el evento Culiacán Quiere, donde se utilizaba un día al mes la avenida Obregón para llenarla de actividades recreativas y familiares gracias a la ausencia de los automóviles.
En el Implan tuve oportunidad de coordinar el Plan Maestro del Parque las Riberas y aportar así para la transformación de este bello lugar. Hoy el Parque las Riberas es el espacio público recreativo de mayor identidad en la ciudad, y aún falta mucho por hacer. Convencimos a mucha gente de la necesidad de transformar el centro histórico de Culiacán, donde por fin se ampliaron las banquetas de algunas calles como la Rosales, Paliza y el Paseo del Ángel, que antes era literalmente el estacionamiento del centro histórico. Además, esta ampliación de banquetas permitió reforestar muchas de las calles del centro de la ciudad que ahora lucen en cada primavera una bella y colorida floración.
Dejé el Implan para reforzar mi preparación y, con el apoyo de mi Alma Mater y el Gobierno federal, tuve oportunidad de realizar el doctorado en Geografía en la Universidad Autónoma de Barcelona y reforzar así mi carrera como docente e investigador en la UAS, donde llevo casi tres décadas laborando. Disfruto promover un pensamiento crítico en futuras generaciones de la carrera de Diseño Urbano y del Paisaje, donde actualmente facilito el aprendizaje en los estudiantes del último año escolar. Creo firmemente en estas nuevas generaciones que vienen plenamente convencidos de que se deben generar cambios diametrales si aspiramos a un mundo mejor. Los egresados de esta licenciatura tienen muy claros los retos globales de frente al cambio climático y la inminente alternancia energética. Las ciudades tienen que cambiar y basarse en lineamientos ambientales y de salud como nunca había sucedido antes en la historia de la humanidad.
He tenido la fortuna de pertenecer desde casi 20 años al grupo de estrategas urbanos del Centro Iberoamericano de Desarrollo Estratégico Urbano (CIDEU) donde realicé una parte de mi formación y actualmente tengo la responsabilidad de impartir el curso de Movilidad Urbana Sostenible dirigido a funcionarios, técnicos y académicos de ciudades de toda Iberoamérica donde cada año coincidimos en las necesidades ineludibles de reorientar la movilidad urbana hacia modelos más sostenibles, donde el automóvil tendrá que ceder terreno para impulsar modalidades más limpias como el transporte público, la bicicleta u otros medios no motorizados donde la caminabilidad sobresale como la forma actualmente más deseable -y recomendable- de movernos en las ciudades.
Participo también como referente en México de la Sociedad Francesco Tonucci, donde promovemos en varias ciudades de Latinoamérica y España ciudades aptas y seguras para la niñez. Es decir, ciudades donde ellos no requieran de asistencia para poder disfrutar del espacio público. Inspirados en la filosofía del pedagogo italiano Francesco Tonucci, abogamos por ciudades donde la niñez pueda caminar sola a la escuela y jugar en la calle sin necesidad de adultos vigilando. ¿Suena utópico? Pues el ambiente urbano que hoy sufren ellos lo hemos creado los adultos, por lo tanto, somos nosotros quienes tenemos el compromiso de recuperar la ciudad que ellos necesitan para su desarrollo personal y no encerrarlos frente a una pantalla que siempre les generará más riesgos.
Entre toda esta actividad y aprovechando el “autoencierro” que vivimos en Culiacán, he aprovechado para consolidar una actividad que para mí es fundamental en mi desarrollo personal. Junto con Nidia Mónica (mi esposa) hemos aprendido a producir nuestros propios alimentos y conocer la magia de la tierra y la naturaleza para llevar una vida saludable y a la vez compartir este nuevo conocimiento. Me refiero a la construcción de un huerto urbano, en nuestro caso en la azotea, que nos ha dado la oportunidad durante seis meses cada año de ingerir alimentos frescos, orgánicos y siempre con la garantía de conocer el origen de cada uno de ellos.
Hago todo este recuento porque tengo nuevos retos personales desde donde tendré oportunidad de promover y divulgar mejores condiciones de vida en las personas, lo que me hará imposible continuar con Ecosistema, este espacio de expresión que Noroeste siempre me brindó y con quienes estaré eternamente agradecido. Por varios años, pude en este periódico externar mi postura ante una ciudad que, por lo visto, seguirá padeciendo la complejidad urbana del Siglo 21 aferrada al modelo del Siglo 20 basado en la expansión, pavimentación, deforestación y la excesiva dependencia del uso del automóvil aun con toda su obsolescencia comprobada.
Me retiro así, de la interminable labor de convencer a políticos, técnicos, incluso académicos y a la sociedad en general de que seguir así en asuntos de planificación urbana, como lo estamos haciendo estos últimos años en Culiacán, será equivalente (como lo dijo McKenzie Wark) a conducir en estado de ebriedad una nave a toda velocidad sobre una empinada cuesta de bajada y sin frenos.