Los hombres harían cualquier cosa para tener poder y para tener sexo.
Palabras más, palabras menos, esa sentencia la escuché en boca de mi abuela. La bocazas más cabrona ahí donde las haya.
¿Le habrá dicho lo mismo a Elba Esther su madre? ¿Su abuelo, aquel patriarca con el que parecía tener el corazón en una eterna guerra de amor y odio?
¿A quién seduces con ese guiño, Elba Esther?
¿La certeza de cuántos nombres y apellidos sometidos a tu nombre y apellido presionaste bajo ese párpado reconstruido y cerrado?
Más del 70 por ciento de la población en Chiapas sobrevive en pobreza. Chiapas, la misma tierra que te vio nacer y de la que te has hartado vociferando tu orgullo chiapaneco, Elba Esther.
¿A cuántos de tus paisanos podrías salvar del hambre, matricular en una escuela pública con tu fortuna del fondo de inversión Salinas de Gortari, Felipe Calderón, Moreno Valle, Miguel Ángel Yunes?, ¿tu fortuna del fondo de inversión que provee la miserable oferta de educación en México? y ¿tu fondo de inversión en compra-venta de votos?
Elba Esther se antoja a veces la versión masculina de Carlos Slim.
Todo héroe es un síntoma, todo villano es un síntoma. Tumoraciones de una sociedad enferma, protuberancias malignas aunque a veces asintomáticas.
Enfermedades poderosas e inextinguibles que entrañan la esencia que alimenta a personajes como ellos. La corrupción, la monstruosa desigualdad, la voracidad de unos pocos frente al hambre de miles de millones.
“En 1948, Elba tenía tres años, su padre jugaba con ella y en un instante le explotó la vena aorta y murió desangrado, manchando el cuerpo de su pequeña” cuenta José Martínez en la biografía de la maestra publicada por Océano en 2013.
De inmediato recuerdo aquel pasaje en Los brujos del poder de José Gil Olmos donde se relata la ceremonia de santería en que la maestra se bañó con la sangre de un león sacrificado para ella.
¿A quién seduces con ese guiño, Elba Esther? Eres libre otra vez. Quizá es que sí, quizá te protege la sangre de tu padre y la sangre de tu abuelo y la sangre de ese león sacrificado.
Quizá te protege la sangre ancestral que se derrama en un país donde la pobreza y la falta de educación alimentan fauces de fieras políticas.
¿Seguirás seduciendo, maestra? ¿Seguirás siendo síntoma, tumoración crecida de la enfermedad degenerativa del sistema político mexicano?
¿A quién miras con el ojo que sí miras?
¿De qué te ríes, Elba Esther?
¿De quién te ríes? ¿de todos nosotros?