Hay noticias que sacuden a cualquiera como es la del choque de una unidad de Autotransportes del Norte de Sinaloa con un tráiler en la madrugada que terminó con la vida de 23 personas, dejó 18 heridos y una escenografía dantesca de hierro retorcido con una columna de fuego y humo que rompió la estela fría, nocturna.
Adentro del autobús estaban los cuerpos de decenas de viajeros que hasta antes del impacto dormían confiados en que llegarían con bien a su destino, sin embargo, de pronto sobrevino el estruendo, el sofoco, las llamas, los gritos, las ganas de salir de ese infierno en que se había convertido ese transporte envuelto en llamas. Algunos lo lograron, los 23 perecieron.
Hace casi 10 años, quien escribe vivió una experiencia menos trágica, pero, al fin, trágica, con sus muertos, lesionados permanentes y la huella indeleble de la desgracia que hoy se me refresca recordando e imaginando tortuosamente lo que vivieron los viajeros.
Mi experiencia sucedió al despertar del 25 de abril de 2014 en el trayecto de la autopista Tepic-Guadalajara cuando el conductor del autobús de Primera Plus al parecer se durmió un instante para impactar su vehículo contra una pipa que iba a baja velocidad y con ello viví con mi esposa la mañana más terrible de nuestra existencia y un viacrucis que puso en juego toda nuestra fortaleza y que seguramente están empezando a vivir las familias afectadas de esta nueva tragedia en las carreteras sinaloenses.
Leo las declaraciones de las autoridades que avisan burocráticamente que habrá de pasar un tiempo antes de poder determinar la identidad de los fallecidos porque sus cuerpos quedaron calcinados y es que el chofer fue recogiendo personas a lo largo del trayecto por lo que no se sabe quiénes son.
Esto representa un fuerte impacto psicológico y la incertidumbre de saber si uno de esos cuerpos corresponde a la madre, esposa o el hijo que se esperaba y todavía algunos guardaran la esperanza de que el ser querido no haya abordado la unidad de transporte.
El grupo que habrá tener un sufrimiento de más largo plazo es el de los sobrevivientes que están sufriendo quemaduras de segundo o tercer grado en hospitales buscando recuperarse de sus heridas o aquellos que tendrán daños permanentes y desde esa condición empezar el proceso de aceptación de lo sucedido, resolver las preguntas de la no aceptación ¿Por qué a mí? ¿y si hubiera postergado el viaje? En fin, preguntas que se quedan flotando en el aire sin encontrar la respuesta que devuelva la tranquilidad.
Serán días largos en los hospitales, noches de insomnio, sufrimiento al lado del ser querido, tristeza en la familia, impotencia de no poder hacer algo que supere el estado de desesperación para volver a la normalidad, al tiempo pasado, que no volverá y que habrá que ajustarse a la nueva realidad de desasosiego.
Las familias habrán de tener que enfrentarse con la burocracia de los hospitales públicos con sus reglamentos animando a que continúen el proceso de curación en casa “porque pueden agarrar una bacteria” que complicaría la situación, pero, en realidad, les interesa desocupar la cama ante la alta demanda que se tiene en estos servicios de salud.
Los más solventes, aquellos que cuentan con un seguro de gastos médicos mayores, serán testigos de cómo los montos asegurados se van consumiendo con rapidez, especialmente aquellos que tienen a su paciente ingresado en salas de terapia intensiva o que el seguro no contempla gastos en la póliza y hay que echar mano de los ahorros, vender algún bien o solicitar un préstamo.
Todo esto en medio del agotamiento físico y mental, producto de la tristeza que invade de ver al ser querido sufriendo las quemaduras o fracturas que provocan noches de insomnio.
Se dirá, bueno, dentro de lo malo están vivos y los seguros de la carretera, ese que está con letra chiquita en los recibos que se entregan en cada caseta de pago y que debe tener la empresa de autotransporte, o el seguro del viajero, que garantiza a que el usuario en caso de accidente será atendido con cargo a la empresa.
Sin embargo, ese mundo ideal deja mucho que desear, porque lo primero que argumentan es que hay que realizar peritajes antes de hacer efectivos los seguros, si no es que empiezan los alegatos de si el autobús iba o no a alta velocidad, si el estado de la carretera es la culpable del siniestro, incluso, yo lo viví, si se cumplieron los protocolos de carreteras que fijan que los siniestrados deben ser llevados a la clínica más inmediata aunque esa clínica a esas horas esté cerrada o su equipamiento sea con lo más indispensable.
La ley está hecha no para favorecer a los clientes sino a las empresas para que compensen lo mínimo aun cuando los gobernantes ofrezcan apoyos y amenacen disciplinar a los responsables. En el caso de muerte, por ejemplo, cuando lo viví apenas superaba los 200 mil pesos y todavía los abogados de la empresa ofrecían por debajo de esa cantidad a el esposo de una mujer que había dejado a dos o tres huérfanos y es que la reparación del daño se calcula con base a una cantidad de salarios mínimos.
El caso de los sobrevivientes con lesiones permanentes, la empresa siempre busca cerrar el asunto negociando una cantidad siempre a la baja de manera que de aceptarse el problema no es de la empresa, sino de la familia, que tiene que enfrentar los gastos de médicos, terapias, insumos y medicamentos por años, de manera que empobrece a todos sus miembros, además, de hacerles la vida miserable.
Y es que el proceso de aceptación de la desgracia, aprender a vivir con ella, puede llegar a ser para toda la vida, pues hay que quienes nunca terminan por aceptarla y se hunden en la depresión, es decir, el accidente tiene efectos multiplicadores en la economía, las rutinas y, sobre todo, en la cohesión familiar, cuando paulatinamente toman distancia del afectado.
Y se dirá, quizá, que es exagerado el comentario y las cosas terminan por recomponerse y no tendría manera de rebatirlo, porque este viaje por la oscuridad que las familias han iniciado esta semana es un desafío a la entereza de las personas y su capacidad de resiliencia para continuar la vida con sus tropiezos y pérdidas.
Solo una cosa más, ¿por qué un gobierno humanista como el que presume el Gobernador Rocha Moya o el Congreso del Estado no realizó una declaratoria de luto estatal?, hubiera sido un gesto empático con los sinaloenses que están sufriendo y llorando a deudos.