Cuán inimaginable era todo lo que se avecinaba a inicios de año, cuando en sus primeros meses, vivíamos la normalidad de un año nuevo como muchos otros, pleno de nuevos propósitos, de anhelos que solemos imaginar con la esperanza de un nuevo comienzo, algunos por el deber y otros por entusiasmo, para mantenernos en este equilibrio que aspiramos de distintas maneras y entendimientos, al asumir personajes que nos inventan a veces y a veces reinventamos, para encontrar la aceptación que todos buscan con las personas que quieren y conviven a diario. Todo parecía normal, sin mayores sobresaltos, en la confabulación de una vida cotidiana, anunciada, entredicha, escrita en un guión compartido y ordenado. Hasta que llegó la pandemia.
Fue en el mes de marzo cuando la realidad del hecho se hizo visible y la amenaza de la muerte y el caos llegaba a las afueras de nuestras casas y tuvimos que encerrarnos en ellas, refugiarnos en la protección de nuestros más cercanos, detener el tiempo presente, pausar la rutina, dejar pendiente la expectativa del futuro, para sobrevivir la vida en la paradoja, siempre vigente, de cuidarnos de nosotros mismos, en un nuevo guión desconocido e inesperado, sin saber cómo ni cuándo, nos empezó habitar la muerte de los demás, y en el temor por la propia y el dolor de la ajena, la muerte se tornó cotidiana. La enfermedad del Covid 19 nos cambió todo.
Un virus que apareció intempestivo, mortífero, demoledor; emisario feroz de la naturaleza, mensajero cruel, reflexión dolorosa, triste, dura, irrevocable. Castigo y último recurso que llegó para desnudar conciencias, sacudirnos desde adentro la razón y los miedos, los ciegos egoísmos, las ambiciones y los desequilibrios. Un ser desconocido que nos colocó frente al espejo para conocernos o reconocernos, mientras nuestra vacía indulgencia ofrece ahora lecciones suicidas a diario. Estadística y vergüenza, instinto animal y deshonra. Ahora este nuevo virus nos obliga a sortear la vida y la muerte, mientras encaramos en sociedad el dilema de resistir las lecciones de una pandemia para vencerla o para aprender de ella la enseñanza de los errores en la disyuntiva moral de salvar lo que queda a cualquier precio.
La pandemia ha puesto en todos los escenarios del mundo la importancia de valorar la salud y la economía en el equilibrio de la vida, pero no sólo la humana, sino de toda vida entendida como cualidad esencial de los animales y plantas de vivir, evolucionar, desarrollarse y reproducirse en armonía con la naturaleza. Sin embargo no todos piensan igual. Hay quienes esperan la consumación de esta crisis para que todo siga como antes de la pandemia, en un deseo inmoral de que todo esto termine y mueran los que tengan que morir y que suceda lo que tenga que suceder, mientras sea lo más pronto posible para poder así continuar con sus interrumpidos proyectos de vida personal, sin reconsiderar el valor de cada vida humana, nuestra relación con la naturaleza, ni mucho menos poner en cuestión los principios y excesos de la economía de mercado.
Cuán difícil ha resultado ponderar la salud de las personas y la naturaleza por encima de los intereses de la economía, paradójicamente este ha sido el dilema más antiguo, pero no por ello el menos absurdo e irónico jamás visto y padecido en la historia moderna. Sin embargo, nada de esto parece considerarse durante de la pandemia, incluyendo sus enormes pérdidas económicas como evidencia suficiente para modificar los criterios de un régimen económico que se resiste y se recupera ante la muerte de miles de personas, y que, como dijera alguna vez uno de los más reconocidos críticos de la cultura contemporánea, el norteamericano Fredric Jameson, todo indica que es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
A 20 días de que concluya el presente año y con la promesa del final de la pandemia por el descubrimiento de nuevas vacunas para enfrentar el virus, sus consecuencias más peligrosas no habrán de disminuirse sino hasta mediados del 2021. La amenaza de esta terrible enfermedad al parecer permanecerá por lo menos hasta después de año y medio, según se ofrece por las autoridades mexicanas en su tratamiento escalonado de vacunación para ir disminuyendo los contagios.
La experiencia ha sido, y será todavía, más difícil para unos que para otros. Sin duda un suceso histórico de grandes e incalculables consecuencias para nuestra civilización. Por ello vale la pena preguntarse si realmente hemos aprendido la lección de tan terrible enseñanza que aún no termina y que sin embargo, no parece estar en la discusión pública, ni en la dimensión de las prioridades ciudadanas, ni en la agenda de empresarios y políticos, el cuestionamiento de un modelo económico agotado como el nuestro, que amenaza la salud humana y del mundo, como tampoco la reflexión de nuevas alternativas para evitar los excesos de una sociedad de consumo sin propósito más allá de la ganancia en los mercados.
Nos queda esperar que la generación sobreviviente de esta pandemia asuma la responsabilidad y el valor de imaginar un mundo distinto, una sociedad más humana para sus hijos y una humanidad más justa para con los demás seres vivos y nuestro planeta.
Hasta aquí mis reflexiones, lo espero en este espacio el próximo martes.