2º piso del autoritarismo

    Pocas elecciones tan trascendentes como la del próximo domingo. Pocas campañas tan grises como las de esta temporada. La candidata del continuismo se dedicó a gestionar una ventaja que consideró irremontable. Paseó su triunfalismo por todo el país esmerándose en conservar el único voto que cortejó: el del Presidente de la República. Pudo haber presidido enormes concentraciones, pero su única preocupación era halagar al señor del Palacio. Al asumir la candidatura de Morena, o como la llamaban antes de que eso se formalizara, daba señales de que buscaría imprimirle su sello a la campaña. Coqueteó, a veces, con un cambio de acentos, insinuó con timidez que había problemas. Pero apenas lo sugería, se desdecía para jurarle fidelidad eterna al Presidente y promoverse como la cuidadora más fiel de su legado.

    La candidata de la oposición remó contra mil corrientes. La del régimen, cuyo mayor éxito fue definir su imagen en la opinión pública; la de los partidos que la apoyan, que no terminaron de respaldarla con entusiasmo; la de la tercera opción que decidió lanzarse contra la única opción competitiva; la de los medios y la crítica que la trató con severidad. Habiéndose preparado para dar la batalla en la Ciudad de México, tuvo que improvisar una campaña nacional. Su cruzada fue de altibajos. Estuvo salpicada de improvisación y muchas incoherencias; no terminó de bosquejar una idea clara de futuro. Pero si Sheinbaum terminó su campaña ensoberbecida, Gálvez, al final del camino logró definir nítidamente el sentido de la elección del 24: se trata de una elección por los equilibrios democráticos.

    El proyecto autoritario de Sheinbaum es explícito. El segundo piso del autoritarismo no estaría basado en la agresividad retórica del Presidente, en su intimidación a los opositores, en el hostigamiento a los medios y a los críticos. El segundo piso del autoritarismo morenista tendría sustento constitucional. Esa es la propuesta de Sheinbaum: consolidar institucionalmente el autoritarismo. Convertir las tretas en normas. Mientras el gobierno de López Obrador ha agredido a los órganos autónomos, ha cooptado instituciones, ha asfixiado presupuestalmente espacios constitucionales indóciles debilitando lentamente al pluralismo, Sheinbaum aspira a un sometimiento basado en la propia Constitución. Que la ley suprema se deshaga definitivamente de los estorbos a la Presidencia, que la representación popular sea altavoz y aplanadora de la mayoría y que se excluyan de una vez por todas las voces discordantes. Y que las instituciones arbitrales sean diputaciones en sintonía con el poder presidencial. La democracia de Sheinbaum no es pluralismo, no es tolerancia, no es negociación. Es la votación que ensambla una aplanadora.

    La democracia tampoco es para ella régimen constitucional. Lo ha dejado clarísimo en sus intervenciones recientes. Pretende dar fin a la democracia constitucional, esa que establece límites jurídicos a los poderes electos y que confía en un órgano judicial el control de parlamentos y gobiernos. A Sheinbaum le fastidia la democracia constitucional porque exige que el poder público camine por la ruta que la Constitución traza, porque frena el capricho.

    Los jueces se extralimitan cuando cumplen su función democrática. La Suprema Corte no debe examinar los problemas de “forma”, dijo en una entrevista reciente. Debe concentrarse en el fondo de los litigios. Pero, ¿qué tribunal constitucional puede cerrar los ojos ante violaciones al procedimiento deliberativo de una asamblea? ¿Cómo podría pasar por alto las transgresiones que aplastan a las minorías, que impiden el diálogo y que anulan a un Congreso como foro de examen público de la legislación? Para Sheinbaum, el último juez de la República debe ser la Presidencia. Que los tribunales revisen el pago de los arrendamientos y la prisión de los acusados. La propuesta es clarísima: anular a la Suprema Corte como un tribunal constitucional. Aniquilar la democracia constitucional. Arriba del Presidente, nada. Arriba del Congreso, nadie.

    Esa es la propuesta política de Sheinbaum: autoritarismo basado en la Constitución; autoritarismo basado en la muerte del constitucionalismo. Eso es lo que estará en la boleta el próximo domingo.