"Presa Sanalona: Cumple 60 años"

"El 2 de abril de 1948 fue inaugurada por el Presidente Miguel Alemán, la presa sobre el río Tamazula; su vida útil ha concluido con generosidad, ¿qué sigue?"
06/11/2015 07:34

    Adrián García Cortés

    Muy temprano, al alba del año que nacía, Juan Guerrero Alcocer fue a la presa Sanalona, que el día anterior acabó de cerrar, y frente a los primeros destellos solares exclamó: ¡Qué maravilla, por fin Culiacán tiene su lago esplendoroso! Era el 1 de enero de 1948. El mar de agua que a su vista esplendía luminosamente, se extendía por varios kilómetros de lámina espejeante con profundidad de 20 metros.
    Las lluvias impredecibles de invierno llamadas en lengua indígena “equipatas”, anunciaron a los constructores, una vez despobladas las 6 mil hectáreas que habrían de inundar, que era tiempo de probar qué tan eficaz sería el embalse que durante siete años se había construido.
    La tarde precedente, Guerrero Alcocer ordenó el cierre final ante la proximidad de la equipata porque “queríamos captar” esas lluvias; logrado el objeto fue que al mirar el lago dijo: “Esa satisfacción fue la incomparable compensación por los años de trabajo y desvelo”.

    Los 60 ante un futuro
    que se ofrece incierto


    Tres meses después de aquél luminoso amanecer, el 2 de abril de 1948, durante el acto inaugural de la presa, efectuado ante el monumento construido exprofeso sobre la corona de la cortina, en un alarde de temeridad, el ingeniero Juan Guerrero Alcocer le dijo al Presidente de la República, Miguel Alemán Valdés:
    "Hicimos la presa en siete años, usted la viene a inaugurar, a usted la corresponde decir el discurso. Yo no sé hacer discursos".
    El Presidente sonrió y le contestó:
    "Claro que usted no sabe hacer discursos, yo lo tengo aquí para hacer una presa, no para hacer discursos".
    En esta versión libre de Herberto Sinagawa (“El Agua al Revés”, La Crónica, 2000), el Presidente develó una placa de bronce con esta frase inscrita: “El gobierno está cumpliendo, toca al pueblo hacer su parte”.
    Vale decir, parafraseando la locución anterior, que el pueblo retado ha cumplido con creces lo que el político vaticinó. Cuando la Presa fue inaugurada, Culiacán, la capital del airoso y fecundo estado agrícola que nacía bajo el riego seguro, tendría alrededor de 40 mil habitantes; hoy por la ciudad habitan ya cerca del millón de personas, pero no solamente por la “árida montaña” que pautara Mussorgsky, sino por la extensa pradera que rodea al insaciable apetito urbano con que Culiacán extiende su ansia metropolitana.
    Con todo, a la vez que mucho hay para celebrar, otro mucho está en la conciencia del futuro sobre lo que esa presa puede significar a tan desmedido desarrollo y a la audaz invasión de los cauces donde un día corrieron los arroyos y los ríos con singular porfía.
    Fue el propio Guerrero Alcocer quien años antes de morir dijera:
    “El agua es terrible; el fuego se combate con dinamita o con agua; el agua no se combate con agua, ni con dinamita; el agua siempre vuelve a su cauce natural. Igual que la vida, igual que la muerte”.

    ¿Quién era Juan
    Guerrero Alcocer?


    Para describirlo, ¡qué mejor pedirle prestada su pluma a Juan Macedo López!, para que nos diga:
    “Me pareció un hombre de 30 años, rostro ligeramente moreno y un tanto pálido, cabello castaño oscuro, ojos vivaces ocultos tras unos lentes oscuros, mandíbula recia, barba incipiente, labios duros, poco acostumbrados a sonreír”.
    Macedo, según la anécdota de Sinagawa, cuando la presa se hallaba aún en construcción, fue a entrevistar a Guerrero sobre el desarrollo y la importancia de la obra para el desarrollo de la región; de manera que sin mucho preámbulo trató de acercarse para hacerle las preguntas correspondientes.
    “Hizo un gesto poco amistoso, dándome a entender su desagrado e incomodidad. No me tendió la mano ni me invitó a sentarme. Escuchó fríamente, con impaciencia, mis atropelladas palabras. A como pude le di a entender que el director del periódico, Fausto Antonio Marín Tamayo, tenía interés en que se escribiera un reportaje con el título de “24 horas entre gigantes”, donde se diera a conocer, en forma sencilla, los detalles de la gran obra, anticipadora de auge para el valle de Culiacán”.
    Culpas son del tiempo que no de España, diría un acendrado hispanista; errores del tiempo eran cuando en las filas del periodismo, sobre todo en provincia, abundaban los diletantes en busca de figuras a las cuales medirles su imagen, así política como social, para reunir algunos “cero siete veinte” con que entonces se acuñaban los pesos de plata. Sobre todo en la época de Alemán, cuando la corrupción pública acuñó sus más célebres adjetivos. Como aquello del “chayote” con que se pagaban espacios y adjetivos en los periódicos impresos.
    Obviamente, Guerrero confundió a Macedo con uno de aquellos a quienes la jerga llamaba “acridios”; pero de todas maneras Macedo publicó su reportaje en cuatro entregas, por lo que Guerrero fue personalmente al periódico a pedirle disculpas y rogarle su amistad 

    Guerrero, técnico cabal
    y hombre de cepa noble

    Originario de Querétaro, de noble estirpe castellana, nacido el 7 de marzo de 1912 y graduado de ingeniero civil en la UNAM el 8 de enero de 1936, inició su carrera profesional como proyectista y residente de construcción en el sistema de riego de El Rodeo, Morelos: presa derivadora, canal principal y dique. Con experiencias como superintendente (la máxima autoridad técnica en cualquier tipo de obra de construcción) tanto en San Ildefonso, México, como en el túnel de Ixmiquilpan en Hidalgo y en la presa Lázaro Cárdenas en El Palmito, Durango, cuatro años más tarde llegó a Sinaloa como gerente de construcción para la Presa Sanalona y la zona de riego del valle de Culiacán.
    “En el verano de 1940 llegué a Culiacán. Me mandaron a hacer la presa de Sanalona, ilusión de los sinaloenses, obra que empezaría a sustituir los usos de aguas broncas por el uso del agua almacenada”, diría un día festivo de su vida el ingeniero Guerrero.
    Dos hechos para recordar a Guerrero le resultaron inolvidables; los comentaba como rasgos indelebles de los afanes con que su equipo de trabajo le prodigaba su esfuerzo y dedicación.
    Uno, del domingo 10 de marzo de 1946:
    “Estábamos trabajando en el cierre febril de la presa, cuando se quemó la planta central de fuerza, que era vital para terminar el cierre antes de las avenidas de la temporada formal de lluvias. Francamente a todos nos dieron ganas de llorar”.
    Ante las perspectivas de desastre que esto les auguraba, el Sindicato de la Comisión Nacional de Irrigación, bajo la autoridad de la cual se inició la presa, acordó aportar tres días de salario para comprar dos plantas de emergencia, y no se detuviera el cierre de la obra. La obra, por supuesto, no se detuvo; la generosidad fraternal de los trabajadores y la fe que habían depositado en esta gran creación de futuros imaginarios, hizo posible cumplir con los tiempos programados.
    Otro fue una observación de su piloto Efraín González y González, cuando en vuelo de inspección sobre las cuencas del Humaya y el Tamazula, le dijo a Guerrero:
    “Yo no sé nada de estas cosas, pero desde aquí veo, ingeniero, que el río Humaya tiene más afluentes que el Tamazula. ¿Cómo es que se está haciendo la presa en un río que tiene menos agua que el Humaya?”.
    A lo que Guerrero contestó:
    “Estamos haciendo la presa donde la estamos haciendo porque los mexicanos somos muy pen…. Ya me cansé de decir que el Humaya es mejor que el Tamazula, que arrastra más agua, pero no me entienden y yo hago la presa donde me ordenan que la haga”.
    ¿Qué razones hubo para la decisión impuesta a Guerrero? Él nunca lo dijo, pero hurgando en los recodos históricos, podría decirse que la mayoría de las inundaciones registradas en Culiacán, desde sus primitivos desarrollos urbanos, se habían dado por la corriente del Tamazula. Quizá la proximidad, su mayor pendiente, hacían frente al Humaya un riesgo permanente; por lo demás, la ciudad se extendió sobre la margen izquierda del antiguo Batacudea o bien, la extensión más visible y próxima de los desarrollos agrícolas estaban, precisamente, del lado sur y no del norte. Fotos hay, por ejemplo, de la gran inundación de 1917 que no sólo cubrió de agua muchas áreas urbanas, sino también derribó los puentes Cañedo y del ferrocarril.

    La presa ante un
    destino incierto


    El Presidente Alemán volvió a Culiacán para completar su participación en el desarrollo agrícola del valle; fue para poner en servicio las obras del sistema de riego número 10 el 25 de julio de 1951.
    La presa se hizo con un embalse de 5 mil 420 hectáreas, a la elevación 162 del nivel de aguas máximas. A los 156.20 (cresta del vertedor) el área se estimó en 4 mil 220 hectáreas y la capacidad de embalse de 845 millones de metros cúbicos, incluidos los azolves con 40 millones; o sea una capacidad útil de 805 millones de metros cúbicos.
    Entre los datos recientes que se publican a diario en los periódicos locales, aparece la capacidad de embalse de 970.6 millones de metros cúbicos y conservación 673.5 millones de metros cúbicos, a la elevación máxima 162.17, con un almacenamiento de 323.5 millones de metros cúbicos (48 por ciento).
    No se habla de azolves, pero extraña que las cifras actuales que se manejan sean superiores a las señaladas en la memoria original.
    Lo inquietante es que en el caso de las presas, los técnicos y expertos en la materia aseguran una vida útil sin reparos de 50 años. Sanalona rebasó el medio siglo. Se habla de que tiene azolves mayores de los previstos y que para darle la eficiencia segura para otro medio siglo, habría que sobreelevar su cortina y los diques, o bien construir otra presa aguas arriba que le garantice a Culiacán que no habrá riesgos de futuras inundaciones. ¿Habrá quien quiera celebrar y convocar a un diagnóstico acerca de los 60 años de Sanalona?


    7
    años duró la construcción de la presa

    5
    mil 420 hectáreas tiene el embalse

    40
    mil habitantes tenía Culiacán en 1948

    1
    millón de habitantes (aproximado) tiene actualmente Culiacán

    970
    millones de metros cúbicos de agua, capacidad total de la presa