"La antesala al infierno"
CULIACÁN.-La visión de las vías del tren es sobrecogedora. A unos metros de los viejos durmientes está un grupo de jóvenes centroamericanos que dejó algunas promesas en la tierra que lo vio nacer y a la cual probablemente nunca regresará.
A unos metros de los vagones y estructura ferroviaria de principios del siglo pasado, consumen en cuclillas tacos de frijol que una mano misericordiosa les dio. Entre el fuerte calor y la basura, calman un hambre que no pueden saciar.
Llegaron en el tren de carga llamado "El Diablo".
Tienen el sueño de llegar a Estados Unidos con la esperanza de obtener trabajo y ayudar a sus familias. El viaje a la intemperie del tren es desgastante, sea en lomo del vagón o en la plancha.
Piensan en esos seres queridos que se quedarán esperando, en la mayoría de los casos, por siempre su retorno.
El calor es sofocante y la presencia de los migrantes centroamericanos genera tensión para quienes los llegan a observar. Los "trampas" como despectivamente los llaman, generan desconfianza cuando transitan por las calles.
Ropa sucia, desaliñada, con mochila en espalda, tatuados en su piel, no agradan. Unas jovencitas optan por evadirlos, se bajan de la banqueta, se alejan de ellos.
Están en Culiacán, en Sinaloa, porque eligieron la llamada Ruta del Diablo para llegar a la frontera, cruzarla y cumplir el sueño. La travesía es pesada, los rayos del sol no cesan, traen hambre, carecen de agua, comida, dinero.
Aprovechan las paradas del tren en las estaciones para descender y acudir a los cruceros cercanos de las vías, en busca de la solidaridad de la gente. Cualquier peso servirá para comprar líquidos y comida enlatada.
Si traen suerte, continuarán su trayecto en el mismo tren que llegaron, y si no, tendrán que "cazarlo" en el mismo lugar donde descendieron.
Si para, lo abordan tranquilamente. Si no, hay que subirse en movimiento, "trampearlo", con el riesgo de resbalar y mutilarse una extremidad, o morir.
David está en la capilla de Malverde. En Estación Lecherías, Estado de México, perdió su pierna izquierda cuando quiso "trampear" la máquina en movimiento. La rueda de acero le cercenó su extremidad de un tajo.
Vivir o morir
Son las 13:30 horas. Marco Murillo García, de Tegucigalpa, Honduras, está en el semáforo a un costado de la Sepyc.
Cuando cambia a la luz verde, se quita del bulevar, se sube al camellón. Se le pregunta si puede compartir su experiencia. Dice que sí. Tiene 30 años, pero su físico desgastado no coincide con su corta edad.
Al dar su testimonio transmite la ruina de su vida en una búsqueda desesperada de esperanza. Su drama es silencioso como el de muchos hondureños que se atreven a cruzar el territorio mexicano, sinaloense, para llegar a Estados Unidos.
Los Ángeles está en la mira. Cuando llegue a la frontera, un primo pagará 2 mil dólares al "coyote" y, después, él le regresará el dinero.
Su vida, dice, se le dificultó por falta de un padre, por eso deja Honduras donde no hay futuro. Además, Estados Unidos está muy bonito.
¿Para qué tantas fotos?, interrumpe Marco la entrevista, desconfiado.
No te preocupes, es sólo para documentar el trabajo, no te pasa nada, se le responde tratando de calmarlo.
Está a un paso de llegar a Sonora, y Sinaloa se convierte en su antesala a las puertas del infierno. Vía desierto intentará llegar a Estados Unidos donde otro infierno lo espera.
El desierto de Sonora no perdona, advierte vía telefónica a Noroeste José Alejandro Solalinde Guerra, sacerdote católico mexicano, defensor de los derechos humanos de los migrantes y coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano.
"En Sonora el desierto no perdona, ahí estamos encontrando decenas, o cientos de elementos que nadie identifica, migración norteamericana puede recoger esos restos, les ponen 'John' o 'Mary', no se sabe quiénes son", dice el también coordinador del albergue Hermanos en el Camino, ubicado en Oaxaca.
Jorge Andrade, quien fue coordinador del albergue para migrantes San José, ubicado en Huehuetoca, Estado de México, explicó que los migrantes centroamericanos están utilizando la frontera con Tamaulipas y Sonora para cruzar a Estados Unidos.
Por el cierre de fronteras, el Gobierno de Estados Unidos ha orillado a que los migrantes tomen las rutas que son las más peligrosas, debido que cruzarán por desierto, montañas.
"Además, están expuestos a las bandas del crimen organizado que operan en todas las rutas y en toda la zona frontera", detalla Andrade, también colaborador del Instituto de la Seguridad y la Democracia.
Después de 27 días de viaje, Víctor López, de San Pedro Sula, la segunda ciudad más grande de Honduras, se le ve caminando presuroso por las vías del tren ubicadas a un costado del canal Recursos. Salió a pedir ayuda, pero fue rechazado, hasta amenazado por un guardia de seguridad de una empresa de meterlo a la cárcel si no se iba.
Acudió a la plaza donde está Cinépolis. Se acercó a un negocio, sale el guardia, le levanta las manos y le grita: "¿qué haces aquí?, ¡vete!", y le sentencia: "voy a subir, si en 10 minutos no te has ido, llamo a la policía".
"Madre, esto es muy difícil, muy difícil, la verdad, nos vienen robando, nosotros sufrimos mucho, usted sabe que muchos nos quedamos en el camino, nos matan en el camino", expresa el hondureño de manos sucias y tenis viejos y rotos.
'Ya no tengo lágrimas, estoy seco'
Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Sinaloa y Sonora conforman la Ruta del Diablo, llamada así por las condiciones climatológicas que enfrentan los migrantes en todo el trayecto del tren. De una estación a otra, llegan quemados y deshidratados por el intenso calor.
En Sinaloa no hay un programa, mucho menos una política de apoyo a este sector, que socialmente sigue siendo invisible.
Esta ruta eligió Emilio, quien llegó a Culiacán, procedente de El Salvador. Dejó a su país, huyendo no sólo de la pobreza, sino de la violencia provocada por los Mara Salvatrucha, organización internacional de pandillas criminales.
Aquí no se topa con los MS o MS-13, llamada también así, sino con otro tipo de delincuencia.
Sentado en las vías del tren, junto con otros migrantes, Emilio narra que huyó de su país cuando Los Maras mataron a un hermano. El temor a perder su vida lo orilló a abandonar no sólo su tierra natal, sino a su esposa y tres pequeñas hijas. Por ellas, sobrevive cualquier infierno.
En Chiapas, pensó que moriría. De arriba de un vagón bajó drogado un grupo y en la plancha del otro vagón atacó a una pareja. Al muchacho lo mataron con un cuchillo hawaiano y a la mujer la violaron y después le quitaron la vida.
Durante los segundos del ataque, él se hizo más "bolita" en un hueco ubicado a un lado de las planchas de los vagones.
Cuando cruce la frontera, trabajará en cualquier área de la construcción y mandará dinero a su familia, pero jamás regresará a su país, porque hacerlo sería ponerse una soga en el cuello.
El viaje es doloroso, peligroso, expresa.
"Ya no tengo lágrimas, estoy seco, por dentro me estoy muriendo, extraño a mis hijas, pero no tengo vuelta atrás", lamenta el hondureño, quien corta de tajo la conversación, toma su cobija, se acomoda la mochila en el hombro y se retira.
Mientras abandona la entrevista, Emilio, agrega: "En el camino estamos más cerca del puchador que de Dios".
Emilio transita con un grupo, en el viaje hay hermandad. Si en el trayecto se sube un grupo, hay tensión, alerta.
Abordará el tren y la próxima parada será en Sufragio, municipio de El Fuerte. Le quedará poco por llegar a la frontera.
Ocho de cada 10 mujeres que viajan en el tren, son violadas.
¿Dónde están?
Abordar "El Diablo" es un volado, un juego de ruleta rusa.
En su tránsito, son víctimas de grupos delictivos y delincuencia común, así como de cuerpos policiacos, sin embargo, por su condición de ilegal en el país, no pueden denunciar, de hacerlo se arriesgan a la deportación.
De acuerdo con el Padre Solalinde Guerra, entre 250 mil y 300 mil centroamericanos cruzarán territorio mexicano al año, y miles morirán en el trayecto, como Danielson Josué Pineda, de 20 años. El hondureño falleció electrocutado en Culiacancito, mientras viajaba en el tren de carga.
El pasado 10 de abril, al pasar por la sindicatura de Culiacancito, en Culiacán, Pineda se paró sobre el lomo del tren y, al alzar los brazos en señal de libertad, tocó unos cables de alta tensión. De su cuerpo, no se sabe qué pasó, socialmente no interesó. Sólo quedó registrado en periódicos como "la muerte de un trampa".
De los 300 mil centroamericanos, Solalinde estima que algún 5 por ciento morirá en el camino y otros desaparecerán.
De 2006 a la fecha, detalla, han desaparecido más de 10 mil migrantes. La mayoría hondureños, salvadoreños.
"No hemos sabido qué sucedió con ellos... no sabemos cómo fue que desaparecieron, los empezamos a buscar, la gente no sabe nada, no sabemos más".
El Padre Solalinde estimó que por Tamaulipas y Coahuila ingresa a Estados Unidos aproximadamente el 60 por ciento y el 40 por ciento lo hace por Sonora. Pero muchos migrantes centroamericanos no lograrán el sueño, se quedarán en el camino.
- Entre 250 mil y 300 mil centroamericanos cruzan México.
- Entre el 40 y 45 por ciento llega a la frontera.
- Entre un 20 y 25 por ciento logra llegar a Estados Unidos.
- Cerca del 67 por ciento es de Honduras, le sigue Guatemala y El Salvador.
- Entre el 57 y 60 por ciento cruza EU por el Golfo.
- El 40 por ciento cruza por el Pacífico.
Fuente: Alejandro Solalinde Guerra, coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano.