No hay malas palabras, lo que hay son palabras dichas en forma oportuna o inoportuna. Tanto por el énfasis como por el destinatario.
Suena golpeado. Ofensivo. Y se oye más fuerte cuanto más mojigata es la moral y más alto el destinatario, pues lo que pudiera ser algo momentáneo, emocional, efímero, se vuelve permanente como un tatuaje grabado en la dermis. Se multiplica en mil voces y esa palabra colorida que dedica el Diccionario de la Real Academia a las personas "que hacen malas pasadas o resulta molesta", en una sociedad agraviada como la nuestra va más allá de su significado literal y se vuelve tronante, incluso omnicomprensiva. Nos abarca de alguna forma a todos, cuanto es una forma de comportamiento social. Ser cabrón, entonces, no siempre tiene la misma connotación, hay como en todo, niveles de significación y énfasis.
El señalamiento del más cabrón estaría dedicado a quien produce el mayor daño. Tanto por acción como por omisión. Entonces, que a alguien le digan cabrón, es que está excedido con el débil o los débiles. Es el que abusa del otro. Quien no respeta y se impone por las buenas o las malas.
Cabrón, vamos, es una palabra asociada al poder, cualquiera que sea este, se es más cabrón en forma directamente proporcional a la diferencia existente entre poderosos y desamparados. Mejor dicho aún, el poderoso siempre tendrá a su alcance mayores recursos para actuar bien o de forma cabrona. El desamparado siempre será el lomo del poderoso hasta que éste permita cabronazos.
En esa forma, la palabra tiene un sentido múltiple y diverso en términos económicos, sociales y políticos: Cabrón es el gran empresario que especula con el precio de un determinado producto en tiempos de escasez, lo es también el financiero que manipula el tipo de cambio de manera que llega hasta a producir una devaluación que empobrece más a millones de la noche a la mañana, el líder sindical que se enriquece con el negocio de las plazas y las cuotas de los agremiados, o el político en funciones que debiendo actuar para erradicar un mal de todo un pueblo simula para no responder al tamaño de un problema que afecta a sus gobernados.
Analgésicos para demandas
En México, y particularmente en Sinaloa, los políticos nos tienen acostumbrados a su incapacidad para resolver problemas, frecuentemente utilizan analgésicos para atenderlos y lo que vemos todos los días es una acumulación de asuntos que termina siempre en una realidad sobrecargada de demandas insatisfechas.
Y eso ha sido materia de exasperación social y resorte para la emisión de cualquier palabra fuerte. Quizá es para muchos el único refugio del desposeído de poder. Sólo el político parece estar satisfecho con sus decisiones.
Por eso cuando uno especialmente mediático, como es el Diputado federal Manuel Clouthier Carrillo, llama cabrón al Presidente Felipe Calderón por su "irresponsabilidad para cumplir con su mandato", no sólo estalla la voz de él, sino que en ella se eslabonan la de miles de mexicanos anónimos que quisieran decir lo mismo, ayer y hoy, no sólo al Presidente y su Gabinete, también a los diputados y senadores, gobernadores y presidentes municipales y regidores, cuando los caracteriza la ineficiencia, la mediocridad.
Pero, también a quienes de otra forma lo marginan, sean éste el patrón que no le paga lo que necesita para sostener a su familia, el comerciante que manipula los precios de los básicos o los suministradores de servicios públicos y privados de mala calidad.
Es el eco sostenido de una sociedad insatisfecha. Encabronada con el poder. Luego entonces, pocas veces una palabra estuvo tan a tono con el ánimo de una sociedad agraviada. Frustrada. Deseosa de que cada palabra sirva para sacudir la modorra del poder y de paso la conciencia de los indiferentes, de forma de transitar por caminos más esperanzadores. Menos sombríos y más solidarias.
No hay malas palabras
Mas aun, si bien valen para unos cuantos el juicio moral a Manuel Clouthier porque se atrevió a "decirle eso al Presidente", para la inmensa mayoría no hay mejor palabra que aquella que sale luminosa de lo profundo. De la impotencia y la desesperación. De las ganas de que las palabras digan algo y las cosas empiecen a cambiar aun cuando muchos no participen de lo público. De cuestionar la abulia del poder. Y una de las formas de empezar a hacerlo es dando otro contenido a la palabra. No hay malas palabras, lo que hay son palabras dichas en forma oportuna o inoportuna. Tanto por el énfasis como por el destinatario.
Incluso, aun cuando fuera una estrategia de Clouthier Carrillo cuando afirma que no se retracta de lo dicho y lo único que lamenta es haber usado la multicitada palabra en la lógica cloutheriana de presionar y presionar. Muy al estilo de padre e hijo de dar dos pasos adelante y un paso atrás. Sólo porque así las cosas cambian, es innecesaria una disculpa pública, pues ésta se encuentra inoculada en una franja de una sociedad agraviada y para ello se necesitaría algo más que una retracción para expulsar su significado de la conciencia pública. La gente ya la hizo suya. Se la apropió desde hace mucho como parte de su relación de amor y odio con la clase política. Que no es solo la de hoy.
En definitiva, cabrón es una minimalización de la expresión revolucionaria de ¡Viva México, cabrones!, que le achacaran a Francisco Villa cuando invadió con su ejército de revolucionarios Columbus, Nuevo México.
Palabras que sacuden conciencias
Y es que la historia de los pueblos donde la palabra de repente pierde sustancia y sentido, donde las letras eslabonadas son una suerte de vacío, hay momentos en que las expresiones adquieren un sentido de cohesión comunitario. ¡Qué se vayan todos!, fueron las cuatro palabras que salieron de lo más hondo del descontento del pueblo argentino luego de la crisis financiera de diciembre de 2001. ¡Ya basta!, explotó en diciembre de 1994 cuando los indígenas chiapanecos saltaron al ruedo público armados de palos y machetes contra el "mal gobierno".
Y aunque los planos son diferentes como cualquier evento surgido de la impotencia ante el poder, no podemos dejar de reconocer que en cualquier caso la palabra adquiere una significación distinta. Se oye diferente. Hay ese resorte de ira que lo sacude todo. Es una energía vital. Sacude estructuras formales. Moviliza a los actores oficiosos. Por ejemplo, el panista Julio Castellanos sale y pide que Manuel Clouthier devuelva al PAN la curul como muestra de desagravio al Presidente, y su correligionaria, Josefina Vazquez Mota, exige el escaño: "lo necesitamos para defender al Presidente", olvidándose en su desesperación por lograr la sintonía que los cargos de representación popular no son de partidos, sino de quienes lo detentan, por eso cuando dice Clouthier que se la debe al pueblo sinaloense, no es un exabrupto sino una realidad legal.
Él es diputado por Sinaloa antes de pertenecer a la fracción del PAN. Los diputados de partidos hace mucho tiempo dejaron de existir. Y aunque detenta un cargo de representación proporcional que parece ser lo mismo, no lo es de acuerdo a la ley. Por eso no tiene futuro ese reclamo que llama a devolver el escaño por disciplina en la fracción parlamentaria. En la peor de las hipótesis puede suceder que se vuelva un diputado independiente, como muchos otros en el pasado.
Al contrario, esta exigencia presenta a la dirección del PAN como intolerante, incapaz de procesar un diferendo que no es cualquiera. Se trata de un posicionamiento tan importante como es que sea ante el problema esencial de Sinaloa: el narcotráfico. Y la narcopolítica. Un tema que ha estado en los medios los últimos meses y es previsible que seguirá porque se cruzan acusaciones unos y otros. Las averiguaciones previas están a la orden del día. No se trata de demostrar sino de responder con la misma metralla mediática. Exhibir que todos están cortados con la misma tijera. Que no es uno solo, que tan mal están las cosas y nadie se salva.
Pero, el ciudadano de a pie, aquel que vive la zozobra del día a día. El similar al que corrió despavorido la noche del martes de Carnaval y sabe que hasta nuestras fiestas se volvieron inseguras. Que son muchos los que han caído en nuestras calles. Que hay familias fracturadas. Pueblos abandonados. Caminos donde necesita salvoconducto para transitar y las noches en muchos lugares son tierra de nadie. Estas personas que son como cualquier otra y, por ende, no tienen asideros de ningún tipo para defenderse, rumian su impotencia entre los cercanos, no sólo con un cabrón, sino con un plural sonoro y lapidario: cabrones.