Si los remakes no son nada nuevo en la historia del cine –Griffith no tuvo empacho en dirigir algunos en varias ocasiones-, tampoco lo es que los cineastas vuelvan a sus propias películas, corregidas y aumentadas. O, simplemente, revisitadas.
Por lo tanto, no es nada extraño que el consolidado cineasta chileno Sebastián Lelio se haya dado a la tarea de dirigir otra versión/visión de Gloria (2013), la cinta que lo dio a conocer globalmente.
Protagonizada por Paulina García, la película fue estrenada en más de 30 países y ganó, con toda justicia, varios premios -entre ellos, el Oso de Plata en Berlín para su actriz principal-, debido a un afortunado balance entre la sencilla historia contenida en su guión, el tono directo que usa Lelio para contarla y la seca presencia de García, en el papel, hasta el momento, de su vida cinematográfica.
La historia está centrada en la Gloria del título, una cincuentona divorciada, con dos hijos mayores, que vive y trabaja en Santiago de Chile. Algunas noches la (no tan) santa señora –y no tendría por qué serlo- se va a un antro –o, más bien, a una “disco”, que es como llamábamos antes a esos lugares- a mover el esqueleto. Ahí conoce a un hombre más o menos de su edad, igualmente divorciado, con el que inicia una relación que resultará complicada, debido a que el tipo parece incapaz de dejar atrás su pasado familiar y matrimonial.
En el remake hollywoodense de esta cinta que ya está disponible para comprarse en Apple iTunes llamado Gloria Bell (ídem, EU, 2018), el escenario es diferente –Los Ángeles en lugar de Santiago- y la actriz es otra -la también productora ejecutiva Juliane Moore por Paulina García- pero la historia es básicamente la misma. Las diferencias son cosméticas, algunas que abonan a esta nueva versión, mientras que otras diluyen algo de su fuerza.
Por ejemplo, la música diegética que acompaña durante toda la cinta a esta nueva Gloria –música supervisada, por cierto, por la ubicua especialista mexicana Lynn Fainchtein- es mucho más atractiva y variada –es obvio que ahora hubo más presupuesto para ello- y, además, encaja de forma aún más pertinente con ciertos momentos de la cinta y con el estado de ánimo de la protagonista, como sucede, por ejemplo, cuando escuchamos, en algún momento clave, “No More Lonely Nights”, de Paul McCartney.
Pero también hay otros elementos que juegan en contra de esta nueva versión: por un lado, tratándose de Hollywood, no podía faltar la típica mojigatería gringa –nada de desnudo total frontal de la protagonista, como sucedía en la Gloria de 2013- y, por el otro, como bien lo señaló Molly Haskell en su crítica escrita para Film Comment, esta suerte de cover cinematográfico carece de la especificidad cultural que hizo memorable la primera cinta. Es decir, la Gloria de Paulina García era parte de una sociedad específica –la chilena, “copia de otro país que no existe”-, conoce a un pretendiente con un pasado político bastante complicado –había formado parte de la Marina pinochetista, nada menos- y, cuando la mujer sale a la calle, el telón de fondo es, por ejemplo, alguna manifestación estudiantil. Todo este contexto sociopolítico está ausente en esta nueva Gloria pasterizada: la Gloria Bell de Julianne Moore es una gringa cincuentona más que habita en un aséptico limbo cultural angelino.
Eso sí, Julianne Moore está excelente, como habría de esperar –hay una escena en la que, por supuesto, llora, especialidad insuperable de la casa- y el desenlace, idéntico al de 2013, conserva la misma fuerza dramática y vital: Gloria bailando gozosa en medio de la pista, con la íntima convicción de que no necesita bules para nadar ni “onvres” para bailar, todo a ritmo del clásico pop homónimo solo que, como estamos en Gringolandia, la versión es la de Laura Branigan, no la original italiana. Bueno, pero tampoco es para quejarse, la verdad sea dicha.
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