|
Violencia

En la zona rural de Elota merodea gente armada; los han visto y les temen

La falta de transporte público y la intimidación por parte de grupos armados afecta la vida de los habitantes de las comunidades costeras del municipio

En Elota hay una franja de comunidades costeras que se dedican a la pesca, a la agricultura y a la ganadería. Son poblados pequeños e interconectados por caminos que únicamente los locales conocen.

El que llega a estos poblados va con un motivo, pues no están a la pasada. Es la orilla del municipio.

Entre esta zona y La Cruz de Elota se encuentra la autopista Culiacán a Mazatlán, lo que representa una barrera importante que mantiene aisladas a las comunidades, pues salir de ellas requiere el uso de un vehículo o transporte público.

Pero desde hace dos semanas el transporte público empezó a fallar, ya que hay gente armada en el sector que intimida a quien pase con su sola presencia.

$!En la zona rural de Elota merodea gente armada; los han visto y les temen

A unos trabajadores de una huerta de mangos la otra noche los abordó una persona para pedirles raite cuando regresaban a su poblado. La persona iba armada, y temiendo que existieran represalias si no lo acercaban a un pueblo aledaño, lo subieron.

Una de las trabajadoras al día siguiente renunció.

“Nosotros dependemos nomás de mi hija”, relata doña Laura, una adulta mayor que está haciendo fila para recibir una despensa de gobierno.


¿Su hija trabaja?

Sí, y estaba yendo al mango, pero como se puso la cosa. Un día venían y tuvieron que darle raite a un malandrín con aparatos y todo, al otro día me dijo “Mamá, yo ya no voy”, a ver cómo le hacemos, con puro frijolito, qué le hace, no vaya a ser. “Te andas exponiendo mucho”, le dije.


Desde el 9 de septiembre comenzó una serie de conflictos armados, hallazgos de cuerpos, quema de vehículos, robo de vehículos, balaceras y desapariciones de personas que han afectado principalmente el centro de Sinaloa, entre ellos el municipio de Elota.

La crisis de seguridad ha sido explicada por el Gobernador Rubén Rocha Moya como una pugna interna del Cártel de Sinaloa.

$!En la zona rural de Elota merodea gente armada; los han visto y les temen

En la fila por las despensas hay niños, adultos mayores y madres de familia. Solo es una despensa por domicilio, y esto es corroborado por personal del Ayuntamiento de Elota con una copia de la identificación de cada beneficiario.

La despensa promete asegurar un litro de leche, de aceite, algunas lentejas, frijol y avena. Es una ayuda, pero en la casa de doña Laura ya nadie trabaja y tienen que barajear los alimentos. Prefieren pasar hambres que arriesgarse a topar con la gente armada.

En la fila también se encuentra doña Rosa, una mujer bajita, de falda y huaraches, cabello gris y rostro moreno por el sol. Cuando sonríe, los dientes contorneados con oro brillan a juego con sus ojos café.

Ella no ha visto gente armada, se mete temprano a dormir. Cuida a su mamá que se encuentra en cama y el año que entra cumplirá 100 años.

“Yo no he visto, para qué le voy a echar mentiras. Yo me duermo temprano con mi mamá”, dice, firmemente, asegurando que en su hogar y rodeada de su familia se siente segura de los peligros que esconde el monte alrededor del pueblo.

Pero en los rincones de su hogar no puede ocultarse de los rumores, de las historias, y de esos enemigos, para ella invisibles, que acechan el lugar.

“N’ombre, a veces que me platican así cositas, se me revuelve el estómago y me dan ganas de vomitar. Yo por eso no quiero saber de nada”, menciona.

Tiene toda su vida siendo de ahí, de ese pueblo en las costas de Elota, ese pueblo que tiene gallos y pescadores, que tiene tierras de cultivo y ahora gente armada.

Sus primeros recuerdos del lugar son huyendo de los moscos que se forman en verano en los mangles del pueblo, acarrear agua y vivir sin luz. Siempre una cosa o la otra debe solucionarse ahí en esa esquina de Sinaloa para poder sobrevivir.

“Era un mosquero que nos metíamos adentro de un costal, y sin luz y sin agua, y luego nos teníamos que traer agua, cargar el agua, ¡ay, no! ¡Sufrimos mucho!”, dice.

Ahora no son los moscos, sino personas armadas que acechan en el monte, los que les obligan a meterse temprano.

“Ay, a ver qué suerte nos toca”, añora.

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!