ÚLTIMA de dos partes
Fue entonces que hice una reconsideración de esas variables oceanográficas y se las adicioné a la información de San Diego, resultándome una posición de unas 45 millas más hacia el Weste de donde estábamos haciendo la búsqueda. Ordené el rumbo y fuimos en pos del yate a la deriva; unas tres horas después tuvimos una pequeña mancha (eco) en nuestro radar; aproximadamente 24 millas al Weste, habían otros ecos pero se movían muy rápidamente respecto al que seguíamos nosotros. Me invadió un tremendo sentimiento de tranquilidad, porque me di cuenta que había acertado en una apuesta tan difícil como esa aunque, todavía, quedaba la posibilidad que fuera un buque pesquero pescando con artes de pesca de deriva.
Llegamos al anochecer al costado del velero “CARPE DIEM”. El gozo me invadió completamente al comprobar que era el buque extraviado, mismo que estaba a oscuras, por lo que no quise que nuestro personal lo abordara para moverse en un ambiente desconocido para ellos, en un buque que estaba sufriendo una inundación reportada y, tal vez, apunto de pantoquearse (volcarse) según su capitán y dueño.
Dimos, para amarrarnos, un cabo delgado para asegurar la presa y para que no nos fuera a hundir con ella en el transcurso de la noche, llegado el caso.
Nombramos las guardias nocturnas y al día siguiente, después de un desayuno tempranero a las 0500 horas abordamos el “CARPE DIEM”, taponamos la vía de agua que era provocada por la falta de apriete del prense estopero del eje de cola; si el Sr. Masingale hubiera apretado un poco las dos tuercas flojas de este dispositivo que permite la entrada regulada de agua de mar para evitar que el eje de cola se caliente al girar dentro de la bocina, no hubiera tenido necesidad de abandonar su yate al entrar en pánico.
Una vez controlada la entrada de agua hicimos todos los preparativos para asegurar el remolque del yate y, desde el punto donde habíamos localizado el yate, unas 50 millas al SSE de Cabo San Lucas, casi 70 millas al W del punto donde el buque turístico reportó haber recogido al náufrago, hacia las 1400 horas emprendimos el regreso hacia Mazatlán.
El tiempo era precioso, el mar en calma, sin viento; al anochecer y durante toda la noche, disfrutamos el más hermoso espectáculo de fosforescencia (bioluminiscencia) que yo haya contemplado jamás en mi vida, en todas mis noches pasadas en el mar (desde 1962 en que egresé de la E. N. M. MZT)
La barbada de nuestro buque (las olas que va formando la proa al avanzar el buque) era un incendio de lumbre verdosa brillante, fantasmagórico. Las olas de la estela de nuestra propulsión marcaban un rastro revolvente y un sendero interminable de fuego verdoso que se perdía a lo lejos en la oscuridad de la noche sin luna.
Nuestro cabo de remolque, afirmado al velero “CARPE DIEM”, a unos 150 metros de distancia, era una serpiente de lumbre esmeralda horadando la profundidad del mar y, cuando ascendía fuera del mar por el esfuerzo del remolque y los estrechonazos del mismo, se convertía en una serpiente voladora de lumbre verde fosforescente y chorreaba al comprimirse, una cortina de fuego verde orlado a todo lo largo de sus 150 metros de longitud. La proa del yate a remolque estaba bañada en fuego verde fosforescente al reventar el mar en ella por la fuerza de la velocidad del remolque, y su barbada y su estela le añadían un dramatismo espectacular de incendio verde esmeralda al fenómeno.
Ordené apagar todas las luces de cubierta, incluyendo las de navegación para disfrutar al máximo del maravilloso fenómeno y pedí que despertaran al resto del personal para que disfrutaran de algo que, muy difícilmente, podrán volver a observar otra vez en sus vidas. Yo permanecí despierto toda la noche, maravillado por esa aurora boreal submarina increíble, indscritible, maravillosa, cuajada con rayos verdes crepusculares gigantescos que alcanzaban a incendiar la negra noche sin luna.
Atentamente
Felipe de Jesús Hernández Ascencio
Capitán de Altura M. M. N. (1972).