De las palabras que pronunció Juan Manuel Kuroda al recibir la distinción de la Orden del Sol Naciente, me quedo con esta idea: “Cada vez estoy más convencido de que debo pensar con el corazón”.
La mayoría de los seres humanos estamos capacitados para pensar críticamente, pero tal vez no recibimos la educación suficiente para pensar afectivamente. El pensamiento del corazón proporciona las raíces que necesitamos para actuar en consecuencia, como acentuó la maestra, psicóloga y terapeuta española, Mercè Traveset Vilaginés, en su libro Pensar con el corazón, sentir con la mente. La autora precisó que al abrir el corazón se potencian los valores de la pertenencia, el respeto, el agradecimiento y la admiración.
Estos vínculos, añadió, son como las arterias que nos conectan con nosotros mismos y con nuestros semejantes para lograr una mejor calidad de vida. En efecto, de acuerdo al psicobiólogo Ignacio Morgado, la conexión emocional es fundamental para integrar mejor nuestra existencia: “La calidad de vida de una persona depende de su capacidad para sentir las emociones de manera adecuada y para regularlas en respuesta a las circunstancias de vida”.
Traveset Vilaginés insistió en la necesidad de educar emocionalmente: “La ética sin emociones es un aprendizaje dogmático que no está vinculado al ser, y por lo tanto es una máscara de moral. La clave está en las emociones, no es suficiente saber qué es el bien, hay que sentirlo. La finalidad de una educación ética será una comunidad de sentimientos que nos haga partícipes y miembros de la misma comunidad”.
Añadió que los conflictos sociales de convivencia y adaptación provienen de la necesidad de encontrar un lugar y una identidad. Indicó que, de no lograrse de manera pacífica y positiva, se genera la contrapartida de violencia.
¿Pienso con el corazón?
-
Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.
